Son muchos quienes lo han insultado a lo largo de su carrera. La mujer –a la cual hizo referencia Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la “mañanera” del viernes 26 de mayo– es sólo un ejemplo de esas personas que lo odian. Con esas expresiones, no sólo lo atacan, sino también, agreden a los mexicanos que lo hicimos presidente en 2018 y –con más de 30 millones de votos– le dimos nuestro respaldo para transformar a México.
Esa señora sólo pasó, bajó la ventanilla de su auto y usó un término peyorativo, del cual es muy posible que ni siquiera sepa el origen. Sin embargo, lo empleó muy bien para demostrar su profundo clasismo y su exacerbado racismo, enmarcados con un elitismo económico representado por su camioneta de lujo. Ésto ocurrió en un acto protocolario en Santa Fé, cuando AMLO era jefe de gobierno de la Ciudad de México.
Desde su lucha en los campos petroleros en las planicies de Tabasco –allá en la década de 1990–, Obrador ha sido vilipendiado e insultado. Le han dicho –muy elegantemente– “mesías tropical” en un ensayo, pero con todo el menosprecio posible. Tal como hicieron –en su momento– Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín al llamarlo “pendejo”. Demostró así –además del odio–, su incapacidad para argumentar contra un proyecto. Volvió el insulto su último recurso ante su pequeñez moral.
AMLO ha sido atacado sin cesar por la derecha conservadora. Sobre todo, es odiado por las élites intelectuales, políticas y económicas. Es detestado por los oligarcas de este país, quienes ven en su investidura una limitante para su enriquecimiento y el goce de privilegios mal habidos e injustos. Obrador es odiado por todos aquellos que ven en la Cuarta Transformación (4T) un proyecto que va en contra de la ilegalidad e impunidad, de las cuales han gozado desde hace décadas.
Además, tenemos a los odiadores de a pie. A esa parte de la clase media educada, ese segmento aspiracional en lo individual, los cuales vociferan a coro los insultos que las élites han implantado en sus cerebros a punta de repeticiones infinitas en radio y televisión. Esos eternos aspirantes a fifís, quienes manejan frases como: “trabaja mucho y serás alguien en la vida” o “no le des peces al hombre, enséñale a pescar”. Son ellos, quienes prefieren que al millonario se le perdonen impuestos antes que al pobre se le otorgue una beca para estudiar.
La mayoría sueña en convertirse algún día en un Carlos Slim, un Ricardo Salinas o un Germán Larrea. Se volvieron multimillonarios al amparo del poder político y se enriquecieron con las concesiones de tierras e infraestructura o por la compra de empresas estatales a precios de remate con Carlos Salinas de Gortari. A ellos les condonaron miles de millones de pesos en impuestos durante los sexenios del neoliberalismo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN). ¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano, a hacerte rico con una concesión?
Lo anterior es –a grandes rasgos– la lucha que libra AMLO desde aquellos campos petroleros, pues su propósito en la vida es volver más justo a México. Ésto a pesar de la Ley que los jueces y los magistrados tuercen. Ésto a contracorriente de instituciones corrompidas como el Instituto Nacional Electoral (INE) y la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). La primera, un organismo supuestamente autónomo que ha demostrado estar del lado de la derecha conservadora. La segunda, uno de los tres poderes de la nación que opera en contra de la 4T y de la voluntad popular.
Sin embargo, el batallar de AMLO ha sido, sobre todo, por desterrar el pensamiento colonialista, en el cual la mayoría de los mexicanos nos vimos inmersos por generaciones, pero desde el lado conquistado. Con una desmedida admiración por lo extranjero, lo europeo y lo estadunidense. Por la gente rubia de piel blanca y, por supuesto, por la vida de privilegios y lujos que muchos de ellos –descendientes de los colonizadores europeos– han mantenido por siglos en México.
Han continuado con la explotación de nuestro patrimonio natural a la par de expoliar al trabajador. Ese, sí, es identificado con las culturas primigenias de América: maya, azteca, tarasca y, por supuesto, totonaca, mediante centurias de un mestizaje del cual AMLO también es producto.
Y Obrador continúa esa batalla contra el pensamiento colonizador y conservador cada día en la Mañanera. En esa forma de comunicación que establece con el pueblo de México, en donde no ha dejado de marcar la agenda nacional desde su primera transmisión; impulsando el nacionalismo desde el humanismo mexicano.
La palabra “naco” –de acuerdo a Carlos Monsiváis en Días de guardar (1970)– es una aféresis de totonaco. Es un término usado para nombrar a la gente perteneciente a la cultura Totonaca, antigua civilización asentada en el Totonacapan. El doctor Omar Ruíz –del centro INAH Veracruz– señala que la región abarca desde el río Cazones en Poza Rica al norte de Veracruz y al sur hasta el río Huitzilapan en el municipio de La Antigua en el mismo estado, enmarcada al oeste por la Sierra Norte de Puebla.
Totonacapan significa “donde hace calor” en náhuatl y quiere decir “tres corazones” en lengua totonaca. Es decir, los totonacas se referían a sí mismos como gente de tres corazones. Debieron ser –como nuestro presidente– personas con mucho corazón.
En eso, la señora del camionetón que le gritó “¡Andrés Manuel, eres un naco!” acertó sin lugar a dudas. Aunque sin saberlo, ya que usó el término con la intención peyorativa que el mismo Monsiváis identificó en el uso de esa palabra en las zonas urbanas para referirse a la “naquiza”: la gente pobre o de la clase trabajadora, quienes, entonces y desde mucho antes, provenían en su mayoría del ámbito rural y de grupos indígenas. Si es trabajadora, es ignorante. Pues es considerada lumpemproletaria.
Pocos multimillonarios y millones de mexicanos pobres en un país corrompido, donde el poder económico tenía un amasiato con el poder político; ambos en una orgía constante con el poder judicial. Ésto nos dejó el neoliberalismo; tendencia política saqueadora, a la cual le empezamos a poner un alto cuando llevamos a AMLO a la silla presidencial en 2018. “Andrés Manuel, eres un naco”, dijo la señora; y si “todo lo naco es chido” –como cantaron los de Botellita de Jerez–, entonces en México somos millones de nacos y –como todo apunta– seremos más “nacotransformacionistas” en 2024.
Roberto Galindo*
*Escritor; maestro en Ciencias con especialidad en Exploración y Geofísica Marina; maestro en Apreciación y Creación Literaria; licenciado en Arqueología, especializado en Contextos Sumergidos; licenciado en Letras Hispánicas y en Diseño Gráfico con diplomado en Museología
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