Aranceles de Trump y la necesidad de replantear las relaciones geopolíticas

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La nueva presidencia de Donald Trump ha desatado un vendaval y puesto todo de cabeza. Podemos decir que el tema arancelario se ha constituido como el pulgar arriba o pulgar abajo del emperador romano para definir los destinos de un flujo comercial. Este tema, además, nos toma relativamente por sorpresa, pues nuestro imaginario común se remite primordialmente al TLCAN que, con las extensas campañas de promoción de aquel entonces, sólo vendía sus beneficios enmarcados, precisamente, por la ausencia de estos mecanismos de cobro al cruce de las mercancías por las fronteras.

Pero para llegar al fondo de esto, vale la pena detenernos brevemente en comprender lo que es un arancel. Para ello, tenemos que imaginar un país A y un país B, el primero se llamará hipotéticamente Ardamarán y el segundo Birscencio del Norte. Entre los dos países existen diferentes mercancías que se comercian entre sí, pongamos atención a una sola: las naranjas. El escenario sin aranceles arroja los siguientes datos: Ardamarán le exporta a Birscencio 100 toneladas de naranjas y recibe $1000 dólares por ellas, es decir, cada tonelada tiene un valor de 10 dólares. El segundo escenario es cuando el país receptor, Birscencio del Norte, decide aplicar un arancel a la importación de naranjas desde Ardamarán. Ahora, cada vez que entra una tonelada, el Estado cobra, digamos, un 10 por ciento de arancel. Esto significa que, por cada tonelada de naranjas, que originalmente costaba 10 dólares, Birscencio del Norte impone un costo adicional de 1 dólar (el 10 por ciento de 10 dólares).

Entonces, ¿qué pasa ahora? El comprador en Birscencio del Norte tiene que pagar 11 dólares por cada tonelada, en lugar de 10. Esto eleva el costo total de las 100 toneladas a 1 mil 100 dólares en lugar de los 1 mil dólares originales. Ese extra de 100 dólares que se recauda por el arancel, va directamente al gobierno de Birscencio del Norte como entrada: ha extraído riqueza adicional del exterior como un ingreso que dedicará a su propio beneficio.

Adicionalmente, este cambio también puede tener otros efectos: el precio más alto podría hacer que los compradores en Birscencio del Norte busquen naranjas de otros países sin aranceles, o incluso que consuman menos naranjas de Ardamarán (o simplemente que consuman menos afectando el nivel de vida). Por otro lado, Ardamarán podría vender menos y buscar otros mercados para sus naranjas. El caso es que el arancel es básicamente un impuesto al comercio internacional que permite la intervención del Estado para alterar los flujos comerciales en beneficio propio, especialmente si es para proteger a su industria nacional interna o si necesita de ingresos adicionales que convertirá en gasto público.

El problema de todo esto radica en que esta imposición conlleva afectaciones a los países de origen, por lo que esta sanción es el inicio de lo que se puede denominar guerra comercial, ya que los países tipo Ardamarán seguramente buscarían contener los efectos a través de acciones recíprocas, como lo que se denomina “aranceles espejo”. La última guerra comercial de alto impacto tuvo lugar en el contexto de la gran crisis de 1929, bajo lo que se conoció como la Ley Smoot-Hawley, que fue utilizada para fortalecer la economía estadunidense.

Con esto en mente, agreguemos que en estos momentos Estados Unidos de América (EUA) se encuentra en una crisis profunda en la que no tiene la fortaleza industrial del siglo XX y que, además, contrasta con la nueva potencia productiva renovada que tiene China. El aspecto relevante para entender la cuestión entonces es que EUA busca cobrar un arancel extra a los países que han recibido a su propia industria. Con ello, el vecino del norte ha pasado a convertirse en un país hiperproteccionista para intentar recobrar la fuerza. El punto que dejo para la discusión es: si la fuerza productiva solamente se consigue a través de aranceles o hay que hacer más cosas para fortalecer una industria.

Bajo este contexto es que los aranceles deben ser leídos no como una medida de potencia sino como un signo de debilidad, toda vez que EUA está aplicando aranceles a todo el planeta en un intento de reestablecer su propia acumulación. Y el problema es que esto lo está haciendo a la par que desarticula su propio sector estatal y busca recortar más impuestos a las grandes fortunas. El punto es que este mecanismo ya fue probado durante todo el periodo neoliberal en el planeta y sus resultados sólo son más estancamiento, reducción salarial y pérdida de competitividad estructural. Los aranceles poco pueden hacer, si EUA no toma decisiones estructurales de fondo, pero esto implicaría superar la costra ideológica del America first.

Es decir, y valga este punto como corolario de esta primera entrada del Diccionario Económico, el mejor antídoto para esta guerra es la de asegurarse que el mercado de naranjas no sea la única y principal industria de los países, sino que existan canales diferenciados, diversificados para poder tener accesos comerciales alternativos que eviten este tipo de presiones. Estamos pasando a un periodo en el que es importante poner énfasis en el desarrollo de los mercados internos antes que los exteriores. Por ello es por lo que esta nueva era post-libre mercado nos lleva a la necesidad de replantear las relaciones geopolíticas a un nuevo nivel.

Oscar Rojas Silva*

*Economista (UdeG) con estudios de maestría y doctorado (UNAM) sobre la crítica de la economía política. Académico de la Facultad de Economía. Director del Centro de Estudios del Capitalismo Contemporáneo y comunicador especializado en pensamiento crítico en Radio del Azufre y Academia del Azufre.