Ciudad de Panamá, Panamá. El problema de la crisis se ha instalado como un gigantesco eclipse del entendimiento en la escena mundial. La dificultad en caracterizarla acompaña de cerca las dificultades del sistema mundial para encararla.
Ante esta situación, por ejemplo, el Foro Económico Mundial plantea que “la cascada de crisis interconectadas, en que nos vemos envueltos a comienzos de 2023, demanda un nuevo descriptor para definir la escala de los problemas que enfrenta el mundo”. Así, ha optado por el término “policrisis” para acercarse a una visión interactiva de los conflictos, los cuales animan el cambio de época que vivimos [2].
“El que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad cae a la larga por la verdad que le faltó; que crece en la negligencia y derriba lo que se levanta sin ella” (José Martí, 1891) [1].
Desde otra perspectiva, sin embargo, cabe decir que aquello que encaramos es una crisis general de la organización; adoptada por el sistema mundial tras la Gran Guerra de 1914-1945. Aquel conflicto tuvo, entre sus consecuencias geopolíticas mayores, la liquidación de la previa forma colonial de organización de ese sistema.
En lo geocultural, además, dio lugar al desplazamiento –sino liquidación– del viejo paradigma del colonialismo –como lucha de la civilización contra la barbarie– por la colaboración mundial en la lucha contra el subdesarrollo de las viejas sociedades una vez transformadas en Estados nacionales.
Esta resulta más integral. Con ello, facilita distinguir entre la contradicción principal que anima la crisis que encaramos y el aspecto principal de esa contradicción en cada momento de su desarrollo. Como nos dice un texto clásico sobre este tema:
“En el proceso de desarrollo de una cosa compleja hay muchas contradicciones y, de ellas, una es necesariamente la principal, cuya existencia y desarrollo determina o influye en la existencia y desarrollo de las demás . […] De este modo, si en un proceso hay varias contradicciones; necesariamente una de ellas es la principal, la que desempeña el papel dirigente y decisivo. Mientras las demás ocupan una posición secundaria y subordinada. Por lo tanto, al estudiar cualquier proceso complejo en el que existan dos o más contradicciones, debernos esforzarnos al máximo por descubrir la contradicción principal. Una vez aprehendida la contradicción principal todos los problemas pueden resolverse con facilidad” [3].
Así, por ejemplo, el cambio climático vendría a ser el aspecto principal de la contradicción en las relaciones entre los humanos y el sistema terrestre que ha dado lugar a la formación del Antropoceno. Pero, incluso esa crisis es un aspecto de otra; directamente vinculada al desarrollo de la especie que somos. En efecto, todo indica que la contradicción principal –que anima este cambio de épocas– es la que ocurre entre el desarrollo de las fuerzas productivas generadas por la Cuarta Revolución Industrial y la organización del mercado mundial.
Ésta vino a ser la respuesta a lo planteado por Marx en 1858 en el sentido de que, la tarea histórica de la burguesía, había sido “la creación del mercado mundial […], y de la producción basada en ese mercado”. Habría culminado con “la colonización de California y Australia y la apertura de China y Japón”, con lo cual, para mediados del siglo XIX, “el movimiento de la sociedad burguesa” todavía estaba “en ascenso sobre un área mucho mayor” que el mundo Noratlántico, en el cual había nacido el capitalismo [4].
Al respecto, conviene recordar que la primera forma de organización del mercado mundial –la que lo creó y le dio su primer gran impulso– fue el sistema colonial; dominante entre 1650 y 1950. En su fase ascendente, dicho sistema, al decir de Marx, “hizo madurar, como plantas de invernadero, el comercio y la navegación”; administrados por sociedades comerciales que “constituían poderosas palancas de la concentración de capitales”. Pues “la colonia aseguraba a las manufacturas en ascenso un mercado, donde colocar sus productos y una acumulación potenciada por el monopolio del mercado” [5].
Para fines del siglo XIX, sin embargo, el sistema colonial ingresó a un proceso de crisis y descomposición, agobiado por sus crecientes costos de operación para los estados coloniales y por el ingreso a escena de la organización monopólica de las grandes economías bajo la hegemonía del capital financiero. A ese respecto, pudo decir V.I. Lenin en 1917 que “el resumen de la historia de los monopolios” era el siguiente:
1) Décadas de 1860 y 1870: cénit del desarrollo de la libre competencia. Los monopolios están en un estado embrionario; apenas perceptible.
2) Tras la crisis de 1873: largo período de desarrollo de los cárteles que son, todavía, una excepción. No están aún consolidados; son todavía un fenómeno pasajero.
3) Auge de finales del siglo XIX y crisis de 1900-1903: los cárteles se convierten en un fundamento de la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo [6].
La “época presente” a que se refería Lenin, en todo caso, estaba aún en formación. En realidad, vino a conformarse a mediados del siglo XX con la organización del mercado mundial como un sistema internacional. Este multiplicó y diversificó los centros de acumulación al crear cerca de 200 mercados; tutelados por sus respectivos Estados nacionales.
En este contexto, se creó las condiciones para el pleno despliegue de aquella cualidad característica que Lenin le atribuía al capitalismo maduro. La exportación de bienes era característica “del viejo capitalismo cuando la libre competencia dominaba indivisa”. Mientras en el capitalismo moderno, “donde manda el monopolio”, lo característico es “la exportación de capital” [7].
No es de extrañar que el sistema internacional fuera organizado para facilitar la expansión incesante del capital financiero a partir de entidades como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, las cuales garantizaron, además, la dolarización de la economía mundial. Ese impulso fue tan poderoso que transformó el mercado mundial mucho más en 50 años que el sistema colonial en cuatro siglos.
El agotamiento de esa fase de desarrollo está en el origen de la crisis que hoy encaramos. La vieja organización internacional, en efecto, ha ingresado a un proceso de transición, cuyo carácter y alcance aún no estamos en capacidad de establecer con precisión.
A riesgo de contaminar la reflexión con salpicaduras de lugares comunes, cabría quizás decir, que transitamos desde un sistema internacional –interestatal en realidad– a uno transnacional. En el primero, los Estados nacionales tutelan de uno u otro modo a sus propios mercados. Mientras, en el segundo, grandes corporaciones transnacionales tutelan a esos Estados.
A esta visión parece corresponder la idea de que la crisis por la que atraviesa el sistema mundial expresa, entre las tendencias, a la multipolaridad de aquella “área mucho mayor”, a la cual se refería Marx en 1858, y la aspiración a la unipolaridad de aquel de sus integrantes; forjado por la única sociedad creada por el capital y para el capital.
El punto aquí, de momento, consiste en cuál de esas dos formas de organización favorece más a la acumulación del capital a escala mundial y cuál favorece menos el paso a formas de organización de la vida social, las cuales ayuden la lucha por la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie.
De momento, resulta evidente que el orden unipolar sólo puede ser impuesto y sostenido mediante la guerra sin fin; proclamada y ejercida como una política explícita de la potencia hegemónica tras la agresión terrorista de que fue objeto en septiembre de 2001.
Por contraste, el orden multipolar parece ofrecer mayor espacio a la negociación y la formación de conjuntos de interlocutores, quienes se relacionen entre sí en un mundo, donde la Cuarta Revolución Industrial impone un régimen de tiempos que tienden a acortarse sin cesar.
Desde nuestro propio lugar en tal proceso ¿Cómo aplicar el mandato martiano de hacer causa común con los oprimidos “para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”? La respuesta más adecuada está en el primer párrafo del ensayo Nuestra América –que es como el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad–: no dar por bueno el “orden universal sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima; ni de la pelea de los cometas en el Cielo que van por el aire dormidos, engullendo mundos” [8].
Nuestra América empieza a encontrar camino propio en la crisis; utilizando “las armas del juicio que vencen a las otras”. Desde trincheras de ideas que “valen más que trincheras de piedra”, hoy lucha contra “las ideas y formas importadas que han venido retardando por su falta de realidad local, el gobierno lógico” [9]. Y, desde la lucha por ese gobierno, ve, en la posibilidad de un mundo multipolar, el camino mejor para avanzar hacia un desarrollo que sea sostenible por lo humano que llegue a ser.
Notas
[1] “Nuestra América”. La Revista Ilustrada, Nueva York, 1 de enero de 1891; El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI, 18.
[2] weforum.org
[3] Mao Zedong (1937): “Sobre la contradicción”.
[4] Karl Marx a Friedrich Engels en Manchester / Londres, viernes [8 de octubre] de 1858
[5] “La llamada acumulación originaria” [Libro I “El proceso de producción del capital”, sección VII “El proceso de acumulación del capital”]. Marx, Karl: Antología. Selección e introducción de Horacio Tarcus. Siglo XXI editores, Buenos Aire. 2019: 373.
[6] El Imperialismo. Fase superior del capitalismo (esbozo popular).
[7] Lenin, V.I. (1917): El Imperialismo. Fase superior del capitalismo (esbozo popular). IV: “La exportación de capital.”
[8] Ídem, VI:15
[9] VI, 18-19. PL-94
2023-04-30T17:00:22
Guillermo Castro H*/Prensa Latina
*Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México; vicepresidente de Investigación y Formación de la Fundación Ciudad del Saber, Panamá
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