Desde 1994, la llegada de parques eólicos a la región del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, fueron dañadas las tierras de cultivo: hay afectaciones a la flora, fauna y las posibilidades de trabajarlas.
El impacto social de las generadoras de energía ha sido mucho más profundo y ha cambiado las dinámicas de las comunidades. A las promotoras de salud “nos quitan la posibilidad de trabajar con las plantas”, dice en entrevista la maestra Rosalba Fuentes Martínez, originaria de Unión Hidalgo, municipio de Juchitán.
“Estamos en una zona de riesgo por gravedad. Cuando hay fugas de aceite en las turbinas, los derrames llegan a los pozos artesanos de la comunidad, en los estanques y hasta en las plantas medicinales que se encuentran en el campo y casas.
“Yo ya no puedo ir a cortar al campo porque prohíben la entrada de personas. No podemos cortar una pasiflora, una planta necesaria para elaborar medicinas. Todos mis conocimientos, mi producción se va a la basura”.
Si deja de practicarse, esta tradición se perderá con el tiempo “porque ya no vamos a poder cortar plantas más adelante, va a ser más difícil más adelante”. La defensora del territorio zapoteca comenta que la instalación de los parques pone en riesgo “toda nuestra vida”, así como su cultura. “Si no tenemos tierra, cómo vamos a sembrar”.
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