Brasilia, Brasil. Un yate cargado de multimillonarios naufragó en la costa de Italia en agosto de este año. La tragedia inundó el noticiero, el mundo se conmovió, la guardia costera italiana movilizó a sus mejores buzos y equipos.
Mientras tanto, casi todas las semanas un barco repleto de refugiados africanos, incluidos niños, se hunde en las aguas del Mediterráneo, y nadie derrama ni una lágrima, ni doblan las campanas, salvo las del Vaticano, porque el papa Francisco clama por ellos en el desierto.
Existen al menos tres tipos de refugiados: los económicos, los políticos y los climáticos.
Quienes intentan llegar a Argelia para arriesgarse a continuación por el desierto del Sahara, ahora encuentran cerradas las fronteras. En muchos países africanos, el peso de la inflación, el desempleo y la violencia obligan a multitudes a desplazarse con la esperanza de una vida mejor.
En 2020, se estimó que la población migrante global era de 281 millones de personas. Si formaran una nación sería la cuarta del mundo, después de la India, China y Estados Unidos.
La mayoría de los migrantes no se ajusta a los parámetros de la Convención y el Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados, adoptados en 1951, a inicios de la Guerra Fría. En esa época, el eurocentrismo de la Convención consideraba que huir del campo socialista se debía a la “falta de libertad”. Se presumía que la libertad era un atributo de Occidente… No se tenía en cuenta a los refugiados por razones económicas.
Aún hoy en día se entiende por “refugiado” a quien procura librarse de la persecución política, y no a quien busca escapar del hambre, la miseria, el desempleo, la guerra.
¿Por qué tantos refugiados buscan un puerto seguro en Europa Occidental y Estados Unidos? Porque esas regiones metropolitanas difunden la imagen de que allí reinan la abundancia, la libertad y la justicia.
La mayoría pobre ignora que la riqueza de los países colonizadores se amasó mediante el genocidio indígena, el tráfico de esclavos, el saqueo de las riquezas naturales y culturales.
Los antiguos colonizadores siguen explotando a los países en vías de desarrollo mediante la promesa de inversiones que los atan a deudas perennes o a través del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial con sus políticas necrófilas.
¿De dónde vienen las armas de tantas guerras locales? ¿Quién fabrica las minas que amputan piernas y manos de agricultores, pescadores y artesanos pobres? ¿Dónde se guardan las reservas cambiarias de las naciones colonizadas? ¿Quién explota el litio usado en las baterías de tabletas, teléfonos inteligentes, cámaras fotográficas y vehículos eléctricos?
De los 281 millones de refugiados de 2020, 26 millones 400 mil fueron registrados y 4 millones 100 mil solicitaron asilo. Los otros eran refugiados del FMI y el cambio climático. El Informe Mundial sobre Migración de 2024, realizado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), destaca que “el número de desplazados debido a los conflictos, la violencia, los desastres y otros motivos alcanzó los niveles más altos que se hayan registrado”. Se trata de migrantes, no sólo de quienes huyen de persecuciones.
Ante el endeudamiento de los países en desarrollo –causa de la falencia de México en 1982–, el FMI aplica medidas de ajuste estructural que obligan a los gobiernos a reducir las inversiones en salud y educación, y a inyectar recursos en los sectores volcados a la exportación, como la minería y el agronegocio.
El informe realizado por el Banco Africano de Desarrollo en 2018 mostró que debido a los desastres climáticos y los conflictos armados, campesinos de África Occidental se desplazaron del campo a las ciudades, donde comenzaron a trabajar en empleos informales poco remunerados.
Movidos por el sueño de mejorar de vida, muchos emigraron, atraídos por los salarios más altos de Occidente y el Golfo. Por ejemplo, en 2020, el mayor contingente de migrantes fue a Estados Unidos, Alemania y Arabia Saudita. En esos países por lo general se les trata como escoria subhumana.
Desde la desaparición de la Unión Soviética, Estados Unidos ha aumentado su fuerza militar y económica, con el objetivo de derribar gobiernos, los cuales intentan preservar la soberanía sobre su propio territorio.
Actualmente, una tercera parte de los países, sobre todo en vías de desarrollo, enfrentan sanciones punitivas de Washington, como el bloqueo impuesto a Cuba desde hace más de 60 años. Dichas sanciones suelen impedir que esas naciones utilicen el sistema financiero internacional, lo que provoca un caos económico.
La mayoría de los migrantes venezolanos abandonaron su país debido a las restricciones impuestas ilegalmente por Estados Unidos, que destruyeron la vitalidad de la economía de Venezuela, una nación que es dueña de la mayor reserva de petróleo del mundo.
Resulta paradójico ver que Estados Unidos y la Unión Europea exigen un alineamiento con sus ambiciones y, al mismo tiempo, tratan como escoria a quienes huyen de los países bloqueados. Alemania, por ejemplo, comenzó a deportar a afganos, mientras que Estados Unidos cierra las fronteras y expulsa a latinoamericanos.
En 2021, el Banco Mundial calculó que en 2050 habrá al menos 216 millones de refugiados climáticos, que viven a la espera de promesas incumplidas. En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21), celebrada en París en 2015, los líderes gubernamentales decidieron crear una Fuerza de Tarea sobre Desplazamiento.
Tres años después, en 2018, el Pacto Global de la ONU apuntó que las personas que se desplazan a causa de la degradación climática deben ser protegidas. No obstante, el concepto de refugiados climáticos aún no se ha establecido. Y las medidas permanecen en el papel.
Ningún migrante quiere dejar su casa y su tierra para ser tratado como ciudadano de segunda clase en los países metropolitanos que fuerzan su migración. Las mujeres se niegan a viajar largas distancias, porque la amenaza de violencia de género representa un gran riesgo. Prefieren la dignidad, aunque vivan en condiciones precarias.
Para las naciones ricas, donde la eugenesia impregna la cultura, los refugiados con un biotipo semejante a la población de origen “ensucian menos la sangre”. Por eso, en plena campaña de rechazo a las hordas de migrantes africanos en 2022, Europa abrió los brazos y los bolsillos para acoger a refugiados ucranianos de piel blanca, ojos claros y pelo rubio.
El poeta palestino Fady Joudah escribió en Mimesis: Mi niña no le quiso hacer daño a la araña / que anidó en el manubrio de su bicicleta durante dos semanas. / Esperó hasta que salió por su propia voluntad. / Si tiras la tela, le dije, sabrá que ese no es un lugar al que llamar hogar/ Y tú podrías andar en bicicleta. / Mi niña me dijo: es así que los demás se vuelven refugiados, ¿no es cierto?
Frei Betto/Prensa Latina*
*Escritor brasileño y fraile dominico, conocido teólogo de la liberación. Educador popular y autor de varios libros
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