En 1889, los trabajadores de Estados Unidos y la Internacional Comunista determinaron conmemorar el primero de mayo como el Día del Trabajo. Durante el congreso fundacional de la Segunda Internacional Comunista en París, se aprobó una resolución para conmemorar la huelga encabezada por trabajadores estadunidenses, quienes luchaban por la jornada laboral de ocho horas.
La manifestación terminó cuando la policía desató la represión. Lanzó ataques violentos contra los obreros que se habían reunido en Haymarket, Chicago, el 4 de mayo de 1886.
La conmemoración a los “Mártires de Chicago” se celebró por primera vez hace 134 años. Por cierto, en Estados Unidos, el gobierno celebra la fecha el primer lunes de septiembre por instancias del presidente Grover Cleveland; ni siquiera determinan un día fijo. Y, en lugar de enfatizar sobre las demandas y los movimientos, le llaman Happy Labor Day (Día Feliz del Trabajo).
Ignoran por completo el sentir de la clase obrera. En el primero de mayo, los trabajadores tienen la oportunidad de reunirse, organizarse, visibilizar sus luchas y demandas. Pueden hacer un balance de la situación a la que se enfrentan, cómo están las cosas, qué hacer y planear lo qué quieren lograr en el próximo año. Se realiza una jornada de lucha en México y el mundo.
Hoy, las crisis que atravesamos demandan que se enfrenten y resuelvan los problemas que ahogan a la sociedad. Las grandes potencias y sus corporaciones capitalistas impulsan la guerra, la destrucción, la máxima explotación de los trabajadores –formales, informales y migrantes– y el extractivismo, el cual no es otra cosa que el saqueo neocolonial.
Aun cuando la clase obrera es la fuerza que tiene la capacidad de superar la crisis y de resolver la situación a favor de los pueblos, a favor de los derechos de todas y todos. Con su trabajo, permite el desarrollo de la vida social.
Bajo las condiciones actuales, con los formidables avances de las fuerzas productivas es posible y necesario construir un sistema de relaciones que armonice los intereses individuales con los colectivos y con la naturaleza.
La situación crítica que atravesamos exige terminar ya con la explotación entre las personas, así como detener la destrucción de la madre naturaleza en beneficio de unas cuantas corporaciones, protegidas por los gobiernos de las grandes potencias.
Son las que más contaminan. Con sus guerras, invasiones y saqueos afectan los ecosistemas. Generan el calentamiento global y destruyen regiones enteras, con el fin de acumular grandes ganancias en pocas manos.
Explotan los recursos naturales. Además, no son convertidos en fuente de armonía y bienestar para la gente, sino en alimento de su voracidad de ganancias y privilegios.
La clase obrera lucha por limpiar, preservar y cuidar a la naturaleza. Violarla significa la violación de sus pueblos. Una de nuestras obligaciones es honrar, respetar, amar y proteger a la Madre Tierra.
Hoy más que nunca, es necesario denunciar el genocidio que impulsan Israel y Estados Unidos sobre el pueblo palestino. Hay que protestar en contra de las guerras que Washington y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) alimentan año tras año.
Un ejemplo, es la destrucción que provocan en Ucrania, la cual está a punto de colapsar. Prolongar esta guerra a costa de la sangre del pueblo de ese país es aberrante. Quieren sacrificar “hasta el último ucraniano” para enfrentar a Rusia.
De igual manera, es aberrante atizar la tensión en Taiwán, con el objetivo de enfrentar a China. Sobre todo, si se considera que el fin verdadero es seguir financiando al complejo militar industrial del propio Estados Unidos, siempre sediento de dólares y de sangre. Es el único beneficiado de estas tragedias.
Asimismo, los trabajadores condenan el respaldo bélico a Israel que se manifiesta con decenas de miles de dólares y las armas enviadas. Colaboran en sus planes militares, lo que es intolerable. Usan los recursos contra el pueblo palestino y los pueblos de Oriente Medio. Esto es inhumano y cruel.
Este primero de mayo tenemos que levantar la bandera de los pueblos originarios, cuyos derechos han sido pisoteados durante siglos hasta un punto crítico. Son los más grandes defensores de la tierra y de las relaciones comunitarias. Sus derechos hereditarios no son negociables.
Peleamos por los derechos plenos de las mujeres que en el siglo XXI juegan un papel fundamental en la lucha social y política. Ellas son las principales víctimas del sistema neocolonial y neoliberal actual.
Levantemos las demandas de la juventud. En la práctica, se ve privada de sus derechos laborales. Por éstos, la clase obrera ha luchado 150 años y, con el retroceso actual, son negados a la aplastante mayoría.
Reconozcamos la dignidad del trabajo. Hoy es una necesidad. “El mercado” ha colocado a los trabajadores en una situación de marginación e indefensión. Ellos son quienes levantan, construyen y mueven a la sociedad gracias a su labor y, aún así, se ven negados.
La atención está puesta en las “inversiones” y sus ganancias, mientras las condiciones de los pueblos han retrocedido durante el neoliberalismo. Se encuentran hundidos en la crisis.
Jornada de ocho horas, salario digno, pensiones, reparto de utilidades, prestaciones, agua, vivienda y estabilidad en el trabajo. Estos derechos básicos están ausentes. Las oleadas de migrantes muestran que las condiciones de trabajo y vida en gran parte del planeta son inaceptables.
Estos migrantes llegan a las ciudades de las grandes potencias. Con sus políticas extractivistas, de saqueo, violencia y explotación, esos gobiernos son los causantes de los problemas, por los cuales deben salir de su tierra natal. Los migrantes llegan sin papeles. En países como Estados Unidos y otros, se convierten en esclavos modernos. Son invisibilizados.
Es hora de terminar el colonialismo y el neocolonialismo. Los europeos llegaron a despojar a las tierras nativas, como si no tuviesen dueño, como si la fuerza les diera el derecho.
Usaron la bandera de Dios para bendecir sus invasiones en busca de oro, tierra y esclavos. Hoy, usan la bandera del “mercado” para santificar su expoliación. Vivimos el neocolonialismo en sus formas más agresivas. El trabajo de las personas y los recursos de la naturaleza están siendo explotados al máximo. También, se puede ver niveles más rapaces que en el colonialismo. Por eso, se dispara la migración en los continentes.
Se continúa fomentando la división y la violencia entre los pueblos. Se usa al crimen organizado para mantener a las poblaciones paralizadas, ganar mercados para sus armas y seguir embruteciendo a los pueblos con la droga. Además, se convirtió en el pretexto de Estados Unidos para intervenir.
Las instituciones que prevalecen en el mundo están en crisis. Suman a sus pueblos en el caos y la desesperanza. En los continentes, a través de la desinformación, buscan desorientar y anular el pensamiento, el sentido de realidad de las personas.
Igualmente, pretenden invisibilizar las salidas que existen frente a la guerra que atizan las grandes potencias. También, ocultan la explotación creciente de los pueblos que mantienen sometidos, a pesar de que tienen la posibilidad de liberarse. Y, por cierto, así lo harán.
La clase obrera tiene su voz propia y no sólo busca su estrecho interés, sino el de la población: lucha por el bienestar social.
Para hacer justicia y abrir camino a la nueva sociedad, tiene una alternativa que es impulsar la renovación democrática. Así, el pueblo decidirá y corregirá el rumbo. Abrirá las puertas para que la clase obrera lleve adelante sus propuestas y generará mecanismos, con los cuales los derechos sean una realidad, y la producción social beneficiará a la sociedad en su conjunto.
Este primero de mayo, los trabajadores se encuentran involucrados en una lucha de vida o muerte, con el objetivo de traer un nuevo mundo que sirva a los intereses y bienestar de los pueblos. Harán oír su voz, levantarán sus demandas y harán valer su voluntad e intereses.
En México, en el marco de la Revolución, se iniciaron las conmemoraciones del día del Trabajo. La primera vez fue en 1913, organizada por la Casa del Obrero Mundial: el Hemiciclo a Juárez fue tomado y la voz obrera escuchada.
Acompañados de tambores, pancartas y gritos, se posicionaron frente a la Cámara de Diputados, donde exigieron una jornada laboral de ocho horas; entre otras demandas. Había que tener valor para salir a manifestarse en medio de la dictadura de Victoriano Huerta –asesino de Madero–, pero lo hicieron y desde ese año continuó la tradición.
En México, gracias a la Revolución, hicieron valer sus derechos básicos en el artículo 123. Esta lucha consiguió los derechos laborales y de asociación por primera vez en el mundo. La Constitución Mexicana era la más avanzada en la cuestión social.
A causa del neoliberalismo y el neocolonialismo, el retroceso en México ha sido terrible. De una población de más de 90 millones, sólo 61 millones están en el mercado de trabajo; muchos en condiciones de desempleados o subempleados.
Sólo 26 millones 800 mil tienen empleos formales. De éstos, 15 millones 300 mil reciben 2.1 veces el salario mínimo. Por lo tanto, están debajo de la línea de la pobreza.
Mientras que el 32.5 por ciento están en la informalidad –Héctor Torres Gónzalez/Promotora por la suspensión del pago de la deuda pública–. De modo que es imprescindible un Programa Nacional de Empleo y garantizar plenos derechos para los trabajadores. Esto incluye al trabajo doméstico.
Existen avances. Al cierre de la actual administración federal, el salario mínimo sumaría un alza promedio anual del 18.5 por ciento. En términos reales, duplica el monto existente al inicio del gobierno: 88.36 pesos –Andrés Peñaloza. SICmx–. Sin embargo, los salarios contractuales siguen castigados.
Hoy el pueblo trabajador demanda superar la crisis y que se tomen medidas como:
Cancelar concesiones de agua y mineras, además de aprobar nueva ley general de aguas y nueva ley minera.
Suspender pagos de la deuda, aumentar impuestos a corporaciones y gravar grandes fortunas, con el propósito de crear fondos para el empleo, la mujer, la salud, la producción de vacunas, la medicina tradicional, los alimentos y el litio. De esta manera, fomentar la producción nacional y de pequeños productores.
Frenar la integración de México a Estados Unidos y velar por la soberanía política, económica, cultural y militar del país. Alcanzar soberanía alimentaria y energética, en salud, vacunas, sin dependencias del extranjero y a sus dinámicas que provocan adicciones, violencia y guerra.
Hay que luchar por derechos garantizados para todos, incluyendo migrantes. Y, para garantizar la seguridad, se deben parar las desapariciones. El fin al outsorcing es necesario. Se debe garantizar prestaciones y estabilidad laboral; no a las UMAS, y sí a un sistema nacional de pensiones. Y también ejercer un control de precios y producción de calidad sin obsolescencia programada.
De igual manera, debemos rechazar a los cárteles de partidos y al INE, y movernos por una nueva Constitución que empodere al pueblo. Esta renovación democrática será con elecciones y elecciones de candidatos; no se financiarán a los políticos, sino al proceso electoral. En las elecciones, se establecerá primero el programa y plan de acciones, para luego escoger a las personas. Además, los ciudadanos mandarán a los representantes.
Por lo pronto, ante las elecciones del 2 de junio, es menester cerrar el paso al PRIAN. Pretende retroceder a sus políticas de privatización, corrupción y neoliberalismo.
Se necesita lograr fuerza y unidad para impulsar una transformación que sea profunda y resuelva problemas pendientes. En México y en el mundo, la clase obrera tiene la fuerza y la capacidad de resolver la crisis a su favor. Esa es la tarea que nos deja el legado de los Mártires de Chicago.
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
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