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La noción de nación

La noción de nación

Una “guagua” es un bebé lactante en Chile, mientras que, en Cuba o en las Canarias, se trata de un autobús de esos que llamamos “micro”
FOTO: 123RF

París, Francia. Entre las herramientas que aprendí a usar de niño se cuenta una irremplazable: el diccionario. Más tarde supe que las prácticas lugareñas hacen de cualquier palabra un enredo polisémico de mucho cuidado. Así, una “guagua” es un bebé lactante en Chile, mientras que, en Cuba o en el archipiélago Canario, se trata de un autobús de esos que llamamos “micro”.

Lo que nuestros vecinos argentinos llaman “curda” es “estar pedo” en España. Y la RAE define una “tranca” como “un palo grueso que se pone para mayor seguridad, a manera de puntal o atravesado detrás de una puerta o ventana cerrada”.

Peor aún, una misma cosa es designada de distintos modos y la comprensión se hace difícil. Ejemplo entre otros: para los cubanos, la papaya no es la fruta que uno piensa.

Uno cree que domina el idioma, pero vuelve al diccionario para eliminar dudas, precisar un significado o aprender nuevas palabras. Inconveniente: a veces el propio diccionario te induce en error, te confunde, te conduce a callejones sin salida.

Consulté el diccionario de la RAE para examinar la noción de “nación” y mira lo que encontré: la palabra recibe tres acepciones, 1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno. 2. f. Territorio de una nación. 3. f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

Irlanda –una nación– tiene tres gobiernos: uno en Dublín, otro en Belfast y un tercero en Londres. La antigua Yugoslavia –un país– ahora está separada en no menos de doce “países” con otros tantos gobiernos. Ello incluye uno creado a bombazos por Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Escocia busca su independencia de Gran Bretaña, mientras tanto está regida por un gobierno en Londres y otro en Edimburgo.

Luego, que la nación sea definida como el “territorio de una nación” es algo así como una recursión: la definición de una palabra con la misma palabra, el pan es el pan… En cuanto al conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común… ¿Cómo no pensar en países que albergan habitantes disímiles en idioma, cultura, territorio, tradiciones, costumbres, gastronomía, características antropológicas, color de piel, religión, etcétera.?

Francia es un buen ejemplo. O Bélgica. O España, para no mencionar India o aún China y Rusia. O bien Chile, en cuyo territorio aún encontramos aymarás, quechuas, diaguitas, mapuches, onas, alacalufes y otros pueblos, a pesar de los denodados esfuerzos de los conquistadores y de sus indignos sucesores por liquidarlos a todos.

Exit pues la RAE y sus definiciones. De ahí que haya echado mano a un concepto del economista e investigador francés Frédéric Lordon. Helo aquí: “La deliberación democrática tiene su lugar más favorable en la circunscripción de lo que llamamos una nación. Sabiendo que por nación, si somos capaces de un poco de espíritu de abstracción, no hay que entender el dato del contorno de las actuales naciones, sino la nación, definida como el espacio de realización del principio de soberanía”.

No digo que esta definición facilite el trabajo: la Unión Europea –y los países que la conforman– tendría muchas dificultades para demostrar que constituye –o constituyen– el espacio de realización del principio de soberanía.

Por ejemplo, ese ectoplasma llamado Ursula von der Layen no fue elegida por nadie, y mangonea como si se tratase de la encarnación del sufragio popular. Lo mismo se puede decir de ese payaso-sicario llamado Josep Borrell, un mutante que pasó del ala izquierda del PSOE a guardián de la herencia neofascista europea. Franco debe bailar muiñeira en su tumba.

Agrégale que Europa no es más que un protectorado de Estados Unidos y ya la tenemos liada. No lo digo yo, lo dijo Charles de Gaulle, cuando denunciaba ese ministerio de colonias llamado Organización del Tratado del Atlántico Norte en su calidad de presidente de Francia. Mon Général tenía –como decía él mismo– “una cierta idea de Francia”: una nación grande, fuerte, independiente y soberana… Nación que sucumbió junto a él.

Una vez más no lo digo yo, lo dice Pierre de Gaulle, nieto del gran Charles, quien sostiene que la clase política gala traicionó los ideales de su abuelo entregándose a la dominación del imperio.

Si se trata de gobernar para su propio pueblo, los mandatarios lo tienen crudo cada vez que toman decisiones que contrarían los intereses de las oligarquías y de los mercados financieros. O del imperio… que es más o menos lo mismo. Para resistir hay que tener convicciones, habilidad, un cerebro y algo de cojones. De otro modo, terminas nombrando a Jaime de Aguirre ministro de… ¡Cultura!

Actualmente, en materias económicas no se puede debatir de nada, ni descartar la doxa ni negar la verdad revelada. El neoliberalismo es el destino insuperable de la humanidad. Que hoy en día Estados Unidos practique un proteccionismo hipócrita, financie a las empresas que deciden abandonar Europa para instalarse en el imperio, que una vez más importantes bancos quiebren dejándole la cuenta a los fondos públicos… no estimula ni siquiera el deseo de pensar allí donde nadie piensa estas cosas. En Chile, por ejemplo.

Si no se puede debatir… ¿Dónde queda la soberanía? Si los ciudadanos no tienen ni siquiera el derecho a opinar sobre cuestiones que les atañen como sus leyes –comenzando por la primera: la Constitución– ¿Dónde queda la noción de nación? Si no es posible definir más prioridades ni objetivos que un alto nivel de lucro para los capitales extranjeros acompañado de una ridícula tasa de impuestos… ¿De qué sirve votar?

La nación ya no es el espacio de realización del principio de soberanía si alguna vez lo fue. Para decirlo con todas sus letras: la nación ya no existe. En estos días, Macron intenta gobernar –una vez más– por decreto en Francia, y así le va. El uso inmoderado del artículo 49.3 de la Constitución francesa –que impone leyes, por las cuales nadie ha votado– podría echar abajo el gobierno y forzar nuevas elecciones parlamentarias. Debilita sí o sí la frágil legitimidad de un elegido por defecto.

En otros sitios, la Constitución debe ser el resultado de una masturbación privada entre expertos del onanismo a las órdenes del gran capital. Tú lo llamas como te dé la gana: comisión de expertos, Circo Caluga, Donde la Carlina… Lo que no figura en ningún sitio es la nación. Ese espacio de realización del principio de soberanía que desapareció un 11 de septiembre de 1973, hace ya 50 años ¡Cómo te echamos de menos, Salvador…!

Luis Casado/Prensa Latina*

*Periodista chileno residente en Francia, profesor, editor, ingeniero y experto en tecnologías de la información

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