La Habana, Cuba. La palabra “socialismo” encierra diversas interpretaciones. Entre ellas, ser una doctrina económica y socio-política en el terreno teórico. O un modo de producción y distribución de productos. También, la sociedad que sustituirá al capitalismo. La sociedad antesala del comunismo. De igual manera, se complementa con adjetivos que tratan de precisar particularidades, por ejemplo: socialismo utópico, socialismo científico, socialismo árabe, socialismo de Estado, socialismo democrático.
En este caso me referiré al socialismo de Estado centralizado e implantado en la Unión Soviética posterior a la muerte de Lenin. Fue aceptado como el único modelo “realmente existente”. Y se convirtió en el referente obligatorio para los países que pretendían ser socialistas y aprovechar las ventajas que brindaba la incorporación al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Esta organización fue creada en 1949 y Cuba se integró en 1972.
Desde esa fecha y hasta la disolución del CAME en 1991, Cuba fue asumiendo las características del mencionado modelo socialista. Aunque con algunas innovaciones que tenían en cuenta ciertas características nacionales, los principales rasgos dibujaron la estructura, organización y funcionamiento de la mayor de las Antillas en la economía y los aspectos político-sociales correspondientes.
En la experiencia de este modelo en la Unión Soviética se alcanzaron grandes aciertos en su desarrollo. Por citar algunos, garantizó el auge de la economía nacional, el avance social y el progreso científico-técnico. Asimismo, diseminó el socialismo en el planeta, aseguró el establecimiento de varios Estados con esa orientación, experimentó nuevos métodos de dirección de la economía, respaldó el desarrollo económico y social en numerosos países –además de la liberación de decenas de colonias en varios continentes–, jugó un destacado papel en la derrota del fascismo hitleriano y en la salvaguardia de la paz mundial.
Junto a estos éxitos se acumularon múltiples causas que condujeron a su desintegración. En mi opinión, los factores negativos internos tuvieron un papel decisivo en este trágico desenlace, a lo cual coadyuvó la agresiva política injerencista y contrarrevolucionaria de las potencias imperialistas.
Acepto que la base económica es decisiva en el rumbo de las sociedades humanas. Sin embargo, su influencia no repercute en el corto plazo, sino como tendencia en el mediano y largo plazo. Lo influyente en el primero son los elementos de la superestructura que incluye las instituciones, las ideas en la economía, la política, la cultura y los aspectos sociales, así como la conducta de los ciudadanos y las organizaciones.
Basado en esta concepción y según mi análisis, entre las causas internas más importantes de la debacle soviética hay que señalar las graves afectaciones a la moral y a la vida espiritual de los pueblos infligidas por la política represiva. Ésta fue ejercida en la etapa estalinista. La falta de libertad en varios aspectos de la proclamada democracia socialista debilitó el factor imprescindible para alcanzar la victoria: el apoyo de las masas populares a la dirección política.
El alejamiento de la realidad, el dogmatismo, el sectarismo y el subjetivismo se manifestaron en el Partido Comunista de la Unión Soviética. En octubre de 1961, planteó que estaría construido el comunismo en lo fundamental para 1980. En realidad ni lo alcanzó. Peor aún, once años después la Unión Soviética, el CAME y los demás países socialistas europeos habían desaparecido.
Lo que aquí he narrado es una clara demostración de que el desarrollo económico y social ocurre en un rumbo espontáneo que no puede planificarse.
A partir de este cataclismo económico, social, político e ideológico a escala mundial, Cuba intentó adaptar su modelo socialista al nuevo momento histórico. Mediante el socorrido método de “prueba y error” se han introducido diferentes cambios en la organización y funcionamiento en la sociedad.
No obstante, durante los 32 años ya transcurridos el proceso no ha avanzado. En mi opinión. no ha sido lineal ni concebido como debió haber sido. De ahí que en su desarrollo se han registrado marchas y contramarchas, además de cierto nivel de improvisación con resultados discutibles y en gran parte no exitosos.
Sostengo que los cambios diseñados y aplicados no han modificado la esencia del modelo de socialismo de Estado heredado del CAME. Se mantiene la excesiva centralización administrativa –ya obsoleta– en el terreno económico, político y social.
Para la buena marcha de la revolución socialista cubana, creo imprescindible entrar de lleno a modificar la esencia del modelo centralizado promovido por la Unión Soviética que está presente entre nosotros. Ratifico que no es el único y que puede haber otros con diferentes características. Comprendo que no es una tarea fácil ni realizable en un corto plazo. Además, comporta peligros que nos pueden desviar de la ruta más conveniente para el pueblo cubano. Sin embargo, un peligro mayor es mantener sin cambios el núcleo duro del modelo centralizado aún existente. Se sigue defendiendo un statu quo que ya resulta más perjudicial que beneficioso para las necesidades populares.
En este empeño para cambiar el modelo creo que ayudaría definir las nuevas bases conceptuales. Hay que repensar el socialismo para alcanzar sus principales objetivos que en Cuba constituyen la independencia nacional y la justicia social. Al respecto adelanto las consideraciones siguientes.
La diferencia clave entre el socialismo y el capitalismo no está en la propiedad estatal sobre los medios de producción ni en el modo de realizar la gestión empresarial con el uso del mercado como regulador de la economía.
Tanto en uno como en el otro existe la propiedad estatal sobre los medios de producción y se utiliza el mercado en la gestión de las empresas. La diferencia está en el destino del producto. Así como en el contenido y objetivos que se proyectan en los ámbitos de la superestructura, tanto en el espacio nacional como en el internacional.
Para aclarar más estas consideraciones expongo lo siguiente. El capitalismo implanta la extrema diferenciación social entre los seres humanos, promueve la guerra con fines de explotación y de injerencia en los asuntos internos de otras naciones, usa la fuerza y amenaza con ella para alcanzar sus aviesos propósitos, tergiversa los fines de la democracia, la defensa de los derechos humanos, las libertades individuales del ser humano, agrede el medio ambiente, entre otras manifestaciones de su conducta expoliadora.
Por su parte, el socialismo procura la igualdad entre los seres humanos sin pretender el igualitarismo, promueve la paz y la solidaridad internacional, la ayuda mutua entre las naciones, diseña y aplica la más amplia democracia, garantiza los derechos humanos y las libertades individuales con vistas a la plena emancipación de las personas, protege el medio ambiente, entre otras manifestaciones de su humanismo.
Teniendo en cuenta estos conceptos considero que la propiedad estatal sobre los medios de producción no es la base principal de la economía socialista y que la propiedad no estatal no debe considerársele subordinada o tratarla como un complemento de la estatal.
Ambas deben desarrollarse en competencia leal según las leyes objetivas del mercado. A su vez, se debe adoptar las modalidades de la democracia directa, en la cual los ciudadanos aprueban los principales asuntos públicos, tanto en el nivel nacional como territorial. Incluye la democracia directa electoral en la cual los electores no sólo elijan, sino también, postulen a sus representantes en un ambiente de plena libertad individual y colectiva de pensamiento, expresión y manifestación.
Estos postulados conforman el diseño y aplicación de lo que he dado a llamar el “modelo cubano autóctono de socialismo democrático de mercado”. En mi opinión, es el que debemos propender, abandonando el actual modelo de socialismo de Estado centralizado heredado de la Unión Soviética y del CAME.
Fidel Vascós González/Prensa Latina*
* Doctor en Ciencias Económicas; presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP) (2015-2018); ministro-presidente del Comité Estatal de Estadísticas de Cuba (1976-1994)
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