México se desangra, sobre todo el rural e indígena. No se habla en sentido figurado. La sangre trasmina el polvo de las veredas y caminos. Las masacres se suceden una tras otra ante un Estado ausente, incapaz, omiso o cómplice.
No hay registro de la mayoría de estas matanzas. Los deudos, cuando pueden, recogen los cuerpos y los despiden casi en secreto. El terror del crimen organizado hoy es el mismo que inaugurara Felipe Calderón y continuara Enrique Peña Nieto. Los cárteles que se diputan el trasiego de drogas, armas y personas siguen trabajando sin alteración alguna. Para las comunidades empobrecidas no hay “cuarta transformación” que las salve de ser víctimas o, en algunos casos, ver que integrantes suyos se conviertan en colaboradores de estas mafias.
La violencia alcanza niveles grotescos. Se trata de crímenes de lesa humanidad en regiones donde no rige la Constitución ni las leyes mexicanas, la observancia de los derechos humanos ni el Derecho Internacional Humanitario. No hay medios de comunicación ni periodistas que den cuenta de lo que ocurre. Se trata, en efecto, de un fenómeno peor que la guerra, como dijera el sociólogo Daniel Jonah Goldhagen al documentar los casos de genocidio, eliminacionismo y otros tipos de agresiones contra la humanidad.
Hablamos particularmente de lo que ocurrió hace unos días en Tesopaco, municipio de Rosario, Sonora, en lo recóndito de la Sierra Madre Occidental, colindante con los municipios sonorenses de Quiriego, Yécora, Onavas y Cajeme, y los chihuahuenses Moris y Uruachi.
Un cártel quemó el pueblo de Tesopaco el día 19 de junio pasado. Los enfrentamientos entre cárteles rivales se sucedieron por el rumbo de Navojoa, Sonora, y el triángulo entre Sonora, Sinaloa y Chihuahua en horas y días posteriores, hasta el 21 de junio pasado, cuando se concretó una carnicería en las inmediaciones de Tesopaco. La plaza es de Los Salazar o Los Salazares, una facción de Gente Nueva, el brazo armado del Cártel de Sinaloa.
Desde el inicio de la supuesta guerra contra el narcotráfico, la región del sur de Sonora y el norte de Sinaloa es controlado por Los Salazar. Provienen de la sierra de Chihuahua: del rumbo de Témoris, Guazapare. Bajaron el corredor de la sierra, de San Bernardo, Quiriego y se asentaron en Navojoa, Sonora, desde hace unos 15 años. También controlan la plaza de Ciudad Obregón. Hicieron alianzas con personas de Choix, Sinaloa.
Con Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, preso y un Cártel de Sinaloa dividido, el Cártel de Juárez vio la oportunidad de correrse al sur y desplazar a su acérrimo enemigo. Mandó a su brazo armado, La Línea, a ocupar la plaza, defendida por Gente Nueva (facción Los Salazar). Verdaderos ejércitos privados con cientos de combatientes se enfrascaron en una guerra abierta. En las imágenes se pueden contar más de 160 sicarios con ropa camuflada, pertrechados como tropas de elite, previo a la confrontación.
De manera oficial, se informó que estos hechos sólo arrojaron daños materiales y heridos. Mentira.
Imágenes y videos del enfrentamiento del 21 pasado muestran, al menos, 15 cuerpos apilados luego de la refriega. La lucha es tan bestial que los ganadores castraron vivos a los derrotados que no tuvieron la suerte de perecer en el enfrentamiento. Luego los degollaron. Muchos de los sicarios de ambos bandos no rebasan los 18 años de edad: adolescentes envueltos (como víctimas y victimarios) en una espiral de la que sólo salen muertos; vidas truncadas, deshumanizadas, degradantes, ofrecidas a intereses que los rebasan y que ni siquiera alcanzan a imaginar.
Al final, los ganadores celebran bailando sobre los cuerpos desollados, cercenados y decapitados. Todos, armados con fusiles AK47 (cuernos de chivo), R15, Barret…
En medio de esta disputa, las comunidades tanto mestizas como indígenas: yoremes, yoemes, rarámuris. El terror paraliza todo desde Huatabampo y Navojoa, Sonora, hasta Choix, Sinaloa, y Uruachi, Chihuahua. Sus territorios son disputados como lugares de siembra de enervantes y zonas de trasiego de drogas, armas y personas. A la guerra económica que los despoja desde hace décadas, ahora los indígenas enfrentan una violencia extrema que los desplaza de sus montes, aguas, lugares sagrados.
Más de 160 sicarios llegaron a Quiriego, previo a tomar rumbo a Tesopaco. Los profesores tuvieron que encerrarse en la escuela hasta el día siguiente a las 11 de la mañana. Las graduaciones de los alumnos se suspendieron. Nadie asistió al cierre de cursos. Hay toque de queda.
Luego de estos enfrentamientos, Alfonso Durazo, titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, ordenó el despliegue de alrededor de 1 mil 800 elementos de la Guardia Nacional en todo el estado de Sonora, con énfasis especial en el sur de la entidad, donde ocurre la disputa.
Situaciones similares se multiplican por toda la geografía mexicana. Esta es la realidad de México. Muy lejos están de resolverse los problemas del país. En este muy complicado escenario, se estrena la Guardia Nacional. La bomba de tiempo –en efecto, heredada de las anteriores administraciones– que representan los enormes ejércitos privados está activada. Por verse si hay la diligencia, precisión y capacidad para desactivarla. El tiempo se agota.
Zósimo Camacho
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