A pesar de seguir inmersa en los terribles efectos laborales de la pandemia de Covid-19, la clase trabajadora de México y de todo el mundo debe renovar sus banderas de lucha para exigir un verdadero cambio en el actual modelo económico y político, de corte neoliberal, que por más de 3 décadas contribuyó a un brutal desequilibrio entre las relaciones del capital y trabajo, haciendo pedazos el nivel de vida de millones de familias lo mismo que los fundamentos de la seguridad social y los sistemas de salud pública, destinados a atender a la población de menores recursos.
Hoy, más que nunca, los trabajadores de México y de todo el planeta deben rendir un homenaje a los hombres que con su sacrificio iniciaron el primero de mayo de 1886 el movimiento de huelga convocado por organizaciones sindicales de Estados Unidos, exigiendo condiciones más justas y humanas para los obreros, como la jornada de 8 horas.
El movimiento que reunió en un mitin a más de 20 mil trabajadores en la Plaza Haymarket, el 4 de mayo de ese año, fue brutalmente reprimido y varios de sus líderes como Adolf Fischer, George Engel, Albert Pearson, August Vincent Spies y Louis Lingg, enviados a prisión para más tarde ser condenados a morir en la horca. A estos héroes del movimiento obrero conocidos como “los Mártires de Chicago”, se han sumado otros muchos luchadores que han pagado con su vida y su sangre, las conquistas que ahora buscan ser arrebatadas de nuevo a millones de trabajadores en aras de un modelo global de explotación, puesto en evidencia tras la brutal crisis social y económica deriva de la pandemia.
A todos ellos debemos rendir un homenaje y honrar su memoria, por ser un valladar y fuente de inspiración a la unidad que debe prevalecer en todas las organizaciones sociales y sindicatos independientes para enfrentar el embate sistemático pactado entre empresarios y gobiernos que busca volver a cargar sobre las espaldas de los trabajadores los costos de la debacle económica.
En contraste a la precariedad que espera a la clase trabajadora en México y el mundo, los grandes monopolios internacionales y las familias que los controlan, saldrán más ricos y poderosos, mientras millones de personas estarán a merced de los grandes capitales que impondrán sus reglas del juego en un deteriorado mercado laboral.
La brecha entre ricos y pobres no sólo indigna sino preocupa por el abismo que ha establecido el capitalismo salvaje en todo el mundo, de tal modo que mientras millones de habitantes perdieron su trabajo y otros tantos están por hacerlo, los hombres más ricos del planeta y de América Latina, en plena crisis sanitaria, han visto aumentar escandalosamente sus fortunas.
Según mediciones de la financiera Bloomberg, las 25 familias más ricas del planeta suman en sus fortunas una cantidad de 1.4 billones de dólares, acrecentado su fortuna en medio de la pandemia en un 24 por ciento, en relación con 2018. Un ejemplo claro de ello es la familia Walton, propietaria de la cadena de supermercados WalMart, y cuya fortuna se ha robustecido en la crisis sanitaria hasta llegar a los 190 mil 500 millones de dólares.
Es así que mientras miles de pequeños y medianos empresarios han ido a la quiebra y otros tantos millones de microempresarios y trabajadores informales lo han perdido todo, los Walton han logrado en estos meses de “crisis” ganancias de 4 millones de dólares por hora; es decir, que cada día, este poderoso clan que controla en México buena parte de la cadena de distribución de alimentos y una infinidad de productos, se lleva a sus cuentas 100 millones de dólares al día.
El caso Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo y dueño de Amazon, ha encontrado en su nicho de consumidores por internet una mina de oro en la crisis de la pandemia, logrando ganancias por 11 mil dólares por segundo (unos 264 mil pesos mexicanos).
Dentro de esta privilegiada minoría se encuentran los miembros de la clase empresarial y contados sectores de la población que, como es costumbre, tras las crisis siempre salen ganando en todo el mundo y que en nuestro país no están siendo la excepción al haberse deslindado de sus obligaciones laborales para con sus empleados, argumentado inexistentes quiebras para fomentar despidos o regatear salarios.
Es por eso que en el reverso de la moneda, haber pedido a los mexicanos quedarse en sus hogares, mostró el incuantificable costo social que tal medida implicó para más de 31 millones que subsisten en la informalidad, ya sea en el comercio ambulante y otras actividades por su cuenta como boleros, músicos o meseros.
Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) estiman que por lo menos unos 12 millones de habitantes en edad productiva han perdido su trabajo y 1.9 millones más han pasado a las filas de la informalidad, ante la necesidad de subsistir. Entre los cesantes se encuentra un número importante de los 21 millones que ganan entre uno y dos salarios mínimos y perdieron su empleo, mostrando toda la crudeza de la precariedad laboral que impera en el país.
Otro de los criminales saldos abonados por los gobiernos neoliberales es que, en México, el número de pobres sin un trabajo estable y sin acceso a la atención médica por medio de la seguridad social creció en los últimos sexenios, dejando a la deriva a millones de habitantes sin acceso a las instituciones de salud. Por ejemplo, de acuerdo con el análisis de los especialistas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mientras en 2005, a finales del sexenio del panista Vicente Fox, 25 millones 419 mil trabajadores estaban marginados de los servicios de salud, para 2020 en que surgió la emergencia sanitaria del Covid-19, el número ya llegaba a los 34 millones 167 mil personas.
Orillados por la desesperación, miles de trabajadores no tuvieron otra opción que vaciar las cuentas de sus Afores, organismos que a pesar de algunos cambios cosméticos siguen manejando de manera arbitraria los ahorros de la clase trabajadora y que las organizaciones sindicales deben cuidar que no terminen siendo la caja chica para sacar a flote el barco de la economía, en perjuicio del dinero y las futuras pensiones de millones de ahorradores.
Miles más que se quedaron cesantes no podrán hacer frente a sus compromisos de pago de sus viviendas ante el Instituto de Fondo de Vivienda para los Trabajadores (Infonavit); de hecho, igual situación se les presenta a otros tantos miles que se quedaron sin trabajo de tiempo atrás y luchan por renegociar sus deudas con el instituto para pagar por su cuenta sus viviendas. El riesgo de perder su modesto patrimonio familiar es latente y urge una definición clara y solidaria de la parte oficial en tal sentido, a través de programas sociales emergentes.
Una reflexión que no debe pasar inadvertida en este Primero de Mayo surge de los datos aportados por Oxfam, organismo internacional dedicado a estudiar las brutales desigualdades a nivel global, y que establecen el grado de desproporción a que ha llegado el capitalismo salvaje y su neoliberalismo con la anuencia de muchos gobiernos al permitir una brutal explotación de la clase trabajadora: de acuerdo a su evaluación realizada con datos de Forbes y el banco Crédit Suisse, unos 2 mil 153 multimillonarios poseen en el planeta más capital que lo que pueden acumular 4 mil 600 millones de pobres.
Los efectos negativos arrojados por la pandemia deben servir a la clase trabajadora para no titubear en su lucha y mantener la unidad en la búsqueda de un modelo social, político y económico más justo.
Martín Esparza Flores*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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