Foto: Darren García
Desde una pequeña carpa azul, Verónica Eslava observa una familia que camina en el inclinado terreno. Mientras enreda una cuerda a la distancia de su mano al codo, las y los clientes se mezclan con los chonchos árboles en busca del que llevarán para adornar su casa. La misión: encontrar uno de 1.80 metros.
Verónica, hija de Antonio Eslava, es parte de una familia productora de árboles de Navidad, como se conocen popularmente a las diferentes especies de pino. Su papá, junto con otros vecinos, comenzó con el negocio hace 30 años, pero tuvo que esperar siete para obtener el primer ingreso de ese esfuerzo en las cinco hectáreas de su terreno, el tiempo que tardan en crecer a la altura comercial.
“Nos costó mucho para empezar a vender”, porque antes había un predio que acaparaba las compras, “y nos costó mucho para que entrara la gente aquí a comprar los árboles”, narra a Contralínea. Así como esta limitante, las y los productores de este tipo de árboles se enfrentan a diferentes retos.
Entre ellos, está el que afecta directamente a sus bolsillos: el robo de los árboles. Con esto han lidiado mucho en el rancho Las Palomas, ubicado en el pueblo de San Miguel Ajusco, alcaldía Tlalpan, de la Ciudad de México.
Cuando se acercan los fines de semana, la familia del productor Arnulfo Sosa “tiene que quedarse entre la plantación […] para evitar eso, [porque] llegan y los cortan de la orilla [del terreno]” con machetes, y se los llevan a vender a la orilla de la carretera a un menor precio, se queja Mayra Sosa, hija de Arnulfo. Incluso cuando han notado un árbol de su propiedad en algún otro sitio, “te dicen: ‘dame 500 pesos y llévatelo’”, agrega.
En 2024 les robaron seis árboles, aproximadamente un 4 a 5 por ciento del promedio de venta anual que tiene su familia. Este año van tres; pero otro productor le ha contado que en una noche se llevaron ocho de su propiedad. “Algo en particular que tienen los que se roban, es que los agarran a machetazos, y por las prisas llega a la mitad del tronco y lo truenan. Entones se ve astillado. El astillado es el robado”. Al contrario, el corte que ellos y ellas hacen se ve parejo.
Mayra Sosa explica a este semanario las fechas en las que más se da el robo de pinos: de la última semana de noviembre a la primera posada navideña, el 16 de diciembre. Después de este día, la alerta disminuye. Esta problemática también la percibe Verónica Eslava en su terreno: “la misma gente del pueblo nos roba los árboles”; incluso, ha habido veces que les prendieron fuego, añade.
En Tlazala de Fabela, municipio en el Estado de México, José Luis Rosas Vargas se ha librado del robo. Para él, se debe a que sus tierras se ubican donde ya hay “un poco de población, a lo mejor eso es lo que me ha favorecido. […] Pero hay compañeros que sí tienen sus plantaciones un poco más alejadas y sí tienen ese problema”.
Por esta situación, Mayra Sosa acusa que han solicitado seguridad y vigilancia constantemente a las autoridades de Tlalpan y las instituciones ambientales, pero no les han hecho caso, a pesar de que les dicen que sí van a atender sus demandas. En consecuencia, han creado grupos en aplicaciones de mensajería para cuidarse entre ellos.
Mayra Sosa recuerda que antes, en los alrededores de las montañas en el Ajusco “había mucha tala clandestina”. De hecho, hace dos años se acabaron 1 hectárea de semilleros que tenían, por lo que procedieron con una demanda en la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) “y exactamente vinieron y sí hicieron caso”. También reconoce la labor del comisariado ejidal, quien ayudó –a pesar de que recibió amenazas– en la erradicación de este ilícito.
Además de la acción de las comunidades que se dedican a este oficio, las plantaciones forestales comerciales, como árboles de navidad, pueden ser una solución a la tala ilegal porque, en términos económicos, abaratan los costos de extracción de la madera y, por tanto, los acerca más a los que se ofrecen a partir de la clandestinidad, explica Rodrigo Bautista Tejeda, del área de plantaciones forestales comerciales de la Comisión Nacional Forestal (Conafor).
En general, las plantaciones forestales comerciales tienen por objetivo el facilitar la producción de madera. A pesar de que hay autorizaciones para aprovechar la madera en bosques naturales, “el problema son los costos [de extracción]; al contrario, los terrenos donde se desarrollan plantaciones comerciales regularmente ya tienen caminos, así que es más barato obtener el recurso, dice en entrevista para Contralínea.
Es importante la reducción del costo, pues en México existe un problema de mercado. Agrega que el país “importa dos terceras partes de todos los productos maderables que consume. Importamos principalmente de Estados Unidos, de Brasil y de Chile. Entonces, para abastecer nuestra demanda interna”, las plantaciones comerciales también cumplen con este objetivo.
Actualmente, en México existen 584 hectáreas de plantaciones de árboles de Navidad, distribuidas en 11 entidades del país, de acuerdo con datos de Conafor. Hay siete especies principales que se siembran: pino blanco, pinabete, pino prieto, pino piñonero, oyamel, picea y cedro blanco. Y las entidades federativas con la mayor porción de terreno son el Estado de México, con 275; Veracruz, con 194; y Puebla, con 47.
Las y los productores de árboles no sólo luchas contra el robo, sino también con las ventas de cada año. En promedio, el rancho Las Palomas vende 100 a 130 pinos anuales; pero 2025 está “muy flojo”, dice Mayra Sosa. “Quizá este año, con suerte, vendamos sólo 80, quizás 100, pero 30 pues son los faltantes. La gente no ha subido como otros años, y de aquí dependemos varias familias”: no solo las que venden árboles, también aquellas que acuden para vender alimentos y objetos.
Ella lo atribuye a que la plantación está “muy arriba”. No sólo se encuentra más allá de la orilla de la carretera, sino que para llegar, los autos deben entrar en la montaña y avanzar entre estrechos caminos, con apenas señalizaciones de unas cuantas lonas colgadas en árboles.
Su plantación no es la única que ha visto menos gente que otros años. Verónica Eslava, cuyo terreno se encuentra unos metros más abajo del de la familia Sosa, lamenta la disminución de clientes, y observa que ha incrementado el de las personas ubicadas a orilla de la carretera. Aunque también advierte de más compras de árboles extranjeros. “Ese ya viene inyectado, ya viene congelado, y ya su follaje todo se le está cayendo. Y aquí pues no”, presume.
Recuerda que años antes incluso llegó una empresa y le compró árboles a todas las personas productoras. Sin embargo, debido a que muchas le dieron los que la compañía no había escogido, “se enojaron y ya no volvieron a pedir”.
A varios kilómetros del sur de la Ciudad de México, José Luis Rosas también tiene conocimiento del decremento en la venta de los productores, en un 10 por ciento, según él. Sin embargo, responde más a que ahora hay un mayor número de plantaciones que compiten entre sí. Antes, en la comunidad había dos o tres plantaciones; ahora “somos como unas 25 o 20 plantaciones las que hay […], antes como eran los únicos ellos, pues vendían demasiado”, reconoce.
Aun con esta situación, él no se ha visto inmerso en esta misma dinámica; de hecho, este año “está muy bien la venta”. Para principios de diciembre ya casi llegaba a la meta de 70 a 80 árboles vendidos que hacía en promedio cada invierno desde hace tres años, celebra el productor tlazalense, quien narra lo beneficioso que ha sido el programa para él, pues las plantaciones de papa que tenía ahora no son redituables: no puede competir contra las grandes empresas que se dedican a ese cultivo.
Las personas del Ajusco coinciden en que 2020, el año marcado por la pandemia de la Covid-19, fue cuando mejores ventas tuvieron. En el rancho las Palomas casi duplicaron su meta promedio anual.
Entre 1.50 y 1.80 metros. Esa es la altura promedio a la que llegan la mayor parte de los árboles que se venden para estas fiestas. No obstante, deben pasar unos seis u ocho años antes de que adquieran ese tamaño, explican las y los productores a Contralínea.
Y para lograr la mejor calidad, primero las plantas, luego los árboles, necesitan cuidados durante todo el año. En el rancho Las Palomas, la familia comienza con cajeteos (un hoyo alrededor de la planta para captar nutrientes y agua) desde enero; después, en marzo “se empiezan a podar los árboles” para que con las lluvias reverdezcan las puntas; en mayo “empezamos la plantación porque ya están las lluvias”; de agosto a octubre se vuelve a podar; y a principios de noviembre comienzan a limpiar los árboles. Entre todo ese proceso, también se apoyan de fertilizantes.
La semilla viene de las piñas, “son como si fueran piñones” que se siembran en macetas “y ya cuando va saliendo la plantita, entonces ya se siembra en el suelo”, describe Verónica Eslava, quien también menciona la poda de los árboles como la actividad más pesada del proceso. En su terreno, su hermano se encarga de ello, y les ha contado que a veces “se queda sin fuerza”.
Por lo anterior, Mayra Sosa destaca la relevancia de la que llama “cultura forestal”, para que la población logre entender el trabajo que hay detrás de un árbol de navidad, y por qué es importante pagar lo que se pide por ellos.
Ella llama “aportación simbólica” al costo que cubren los consumidores, y lo justifica: el pino que venden por 1 mil 500 pesos lleva un monitoreo previo de 10 años, lo cual se traduce en una ganancia de 2.5 pesos por semana, entre siete trabajadores que se encargan de los cuidados, significa que cada uno recibe pocos centavos. “Por eso es una aportación simbólica”, recalca.
Es así que se vuelven esenciales los apoyos que otorgan las instituciones del gobierno. Sobre eso, Verónica Eslava comenta que hace años se habían quitado los apoyos para silvicultores, pero se han retomado. Esta ocasión, dieron dinero para podar los árboles.
Las plantaciones de árboles de navidad son apoyadas por instituciones gubernamentales como Conafor. Éstos no se otorgan en zonas donde hay bosque “natural” o lugares que sufrieron previamente un incendio, sino en terrenos que fueron o son agrícolas, o terrenos degradados. Además, hay apoyos para terrenos agroforestales, es decir, donde pueden convivir con otros cultivos de alimentación, incluso con ganado, detalla Rodrigo Bautista.
Además, funcionan para abastecer la demanda interna de este tipo de árboles, ya que “tenemos que importar de otros países”. Por ello, la institución tiene planes de continuar con la expansión de los terrenos para sembrar los pinos, aunque no es fácil estimar cuánto. Para saberlo, hacen un análisis de las áreas con más vocación para estas plantaciones “del clima, de tipo de suelos, de la precipitación”, subraya el también maestro en mercadotecnia por el Tecnológico de Monterrey.
Si bien Mayra Sosa agradece este tipo de apoyos, también observa que se quedan cortos. “Aquí son 40 mil árboles y te dan lo de –digamos– 500 árboles. Pero bueno, al final del día ya voltearon a ver a lo forestal”.
Además, destaca la necesidad de la cultura forestal en México, que te enseñen el valor de la tierra; que hay lugares donde se cortan árboles sin esa narrativa de que se “matan”. Acepta que las instituciones han comenzado a implementar este tipo de visión en sus prácticas.
De hecho, se enorgullece de realizar prácticas agroforestales en su terreno. “Ya ocupamos todo orgánico” para cuidar los mantos acuíferos. Antes “le echábamos químico y con ese químico nos dábamos cuenta que llevaba una mala calidad de agua a la población. Sin embargo, ahorita con los caldo-orgánicos, pues ya es todo muy diferente. “Se hizo a partir de un curso que nos dieron en la Conafor, que es la que más nos está monitoreando”.
Les explicaron que usar químicos provocaba un impacto negativo hacia el cuerpo de agua. “Entonces, fue hace como cinco años que nos enteramos que hacíamos un cambio, o sea, sí contaminábamos […]; entonces, desde hace cinco años nuestra plantación ya es agroforestal”, añade.
Dedicar sus días al tratamiento de los árboles navideños “es una satisfacción de que llegan las familias y ven la plantación […], ver la felicidad que expresan al ver los árboles bonitos. Y pues más la satisfacción de que lo cortan y ven que volvemos a sembrar otro”, narra José Luis Rosas.
Hay veces que incluso las mismas personas siembran la rama del pino, agrega. Además, le gusta que ha dejado de haber tala clandestina. E invita a las personas a que apoyen la silvicultura, “que opten por comprar árboles mexicanos, que nos echen la mano en ese sentido”.
Es una sensación que comparten las demás productoras. En palabras de Mayra Sosa, le da gusto ver que lleguen las familias que muchas veces “no se ven en todo el año, pero para cortar el pino” llegan muchos parientes y se llevan los suyos.
Te podría interesar: Imperialismo en tres actos: geopolítica de la mentira
En América Latina se desarrolla una disputa política entre las izquierdas y las derechas que incluye…
Tercera y última parte. Los mosaicos de talavera son una artesanía de cerámica resistente a…
En Cajamarca, docentes como Yaneth Carhuajulca ven a niños cansados y sin zapatos. El 45…
Habitantes del ejido Nuevo Centro de Población Agrícola Ganadero Tlahualilo, en Durango, temen que –por…
El diablo está en casa. Ayer el diablo vino aquí. En este lugar huele a…
En México, el consumo no médico del fentanilo disminuyó de 0.2 a 0.1 por ciento,…