Nuevo vigor ha adquirido el proceso contra la trasnacional Chevron Texaco que iniciaron pueblos indios de Ecuador. Científicos han valuado los costos del desastre ecológico y social en más de 27 mil millones de dólares. Al menos, 10 mil ecuatorianos en riesgo de contraer enfermedades cancerígenas. A pesar de las evidencias, la trasnacional se niega a subsanar los daños
Silvio González* / Prensa Latina
La poderosa petrolera estadunidense Chevron no se alegró en lo absoluto de que el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, haya sobrevivido a la reciente intentona golpista, ya que él mismo apoya una demanda legal de los pueblos originarios contra esa trasnacional petrolera.
El complicado juicio, que empezó en Estados Unidos y fuera trasladado a Quito a posteriori, contra la trasnacional Chevron-Texaco en Ecuador tiene todos los ingredientes de una clásica película de suspenso de Hollywood.
La compleja trama: una multinacional negada a reconocer sus errores, expertos en contaminación ambiental que ofrecen datos científicos precisos sobre la catástrofe existente y la acción de agrupaciones ecologistas que denuncian el impacto tóxico de Chevron sobre las comunidades de la Amazonía ecuatoriana.
Pero lo peor de todo es la evidente ejecución de tácticas legales dilatorias y tramposas por parte de la gerencia de Chevron para evadir la responsabilidad por el grave daño ecológico causado a los pueblos indígenas de la zona.
La poderosa entidad ha desarrollado maniobras legales de intimidación, demoras y distorsión de la realidad durante los siete años que ha durado el proceso legal.
Los demandantes sostienen que Texaco, actualmente propiedad de Chevron, produjo daños considerables al medio ambiente y a los empobrecidos habitantes de la región, donde se realizaron actividades intensas de extracción petrolífera entre 1964 y 1990.
El perito designado por la Corte estimó los daños –que son calificados por los demandantes como otro destructivo accidente similar al del reactor nuclear de Chernobyl– en más de 27 mil millones de dólares, señala The Wall Street Journal.
El experto Daniel Rourke, del centro de pensamiento Rand Corporation, ha investigado que, por lo menos, 10 mil ecuatorianos están en alto riesgo de contraer enfermedades cancerosas en las próximas décadas.
Ann Maest, una destacada ingeniera geoquímica, descubrió que la mayoría de los pozos petroleros que opera Chevron tiene contaminantes peligrosos que están ubicados cerca de importantes fuentes de agua potable, utilizadas por poblaciones indígenas cercanas.
Muchas auditorías realizadas por los funcionarios de Chevron en la década de 1990 reconocen la existencia de peligrosos tóxicos en todos los lugares donde la empresa hace extracciones y que era necesario eliminar las aguas tóxicas y los derramamientos petroleros accidentales.
Pero lo cierto es que la trasnacional jamás realizó un estudio sobre el impacto medio ambiental durante los 26 años en que operó en Ecuador, afirma el abogado investigador Jonathan S Abady.
El autor del libro La nueva geopolítica de la energía, Michael T Klare, pronostica que las grandes empresas trasnacionales petroleras crecerán aún más, al igual que los precios del combustible, como resultado de los elevados costos de los procesos de extracción en las zonas de difícil acceso.
Los pueblos originarios y la contaminación
Cincuenta millones de indígenas pertenecientes a más de 671 pueblos de América Latina sufren la imposición, por empresas trasnacionales, de actividades altamente contaminantes, principalmente en la minería, la extracción petrolífera y la tala indiscriminada de los ancestrales bosques tropicales en sus territorios, apunta The New York Times.
El 90 por ciento de la población indígena del continente se concentra en cinco países latinoamericanos: Guatemala, México, Perú, Bolivia y Ecuador, a partir de las estadísticas de censos de población recientes en esos países.
En el hemisferio occidental, son precisamente estos habitantes los más afectados por la salvaje explotación de las materias primas y los recursos naturales por parte de trasnacionales inescrupulosas que saquean esas riquezas no renovables, señala Greenpeace.
En su obra Pedro Páramo, el novelista mexicano Juan Rulfo evoca un pueblo imaginario, llamado Comala, que simboliza con una atmósfera asfixiante; un lugar que se encuentra sobre la mismísima boca del infierno donde penan las almas culpables.
El lugar es también una síntesis de muchos pueblos y sus características son comunes a todos ellos: la desesperación, la contaminación asfixiante, las enfermedades… un mundo que agoniza rápidamente por culpa de la humanidad.
Los pueblos indígenas sencillamente no quieren que el planeta se convierta en la moribunda Comala. Por eso, hoy luchan por proteger a la madre naturaleza.
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