Israel presenta una exposición arqueológica sobre Herodes el Terrible (o el Grande); la anuncia como patrimonio nacional. Palestina acusa saqueo. En la incertidumbre, a quién pertenece el abundante legado de la región de Tierra Santa
Pierre Klochendler/IPS
Jerusalén. Herodes el Grande era una figura controvertida ya en su tiempo, pero 2 mil años después la polémica no gira tanto sobre su legado, sino sobre quién tiene los derechos de excavar y preservar sus reliquias en el conflictivo Oriente Medio.
Éstas son expuestas por primera vez en la muestra “Herodes el Grande: el viaje final del rey”, que se expone en el Museo de Israel.
La exhibición puede verse como un gran tributo a su personalidad, pero también es un poderoso recordatorio de hasta qué punto están ligados la historia de la llamada Tierra Santa y el conflicto actual entre israelíes y palestinos.
En lo alto de una colina, el viejo monarca tenía un palacio similar a una fortaleza que había sido construido como un memorial para sí mismo, y cuyo nombre –Herodión– también lo homenajeaba.
Herodión, donde se origina la mayor parte de la exhibición, es visible desde Jerusalén y domina el desierto de Judea, que desde 1967 es parte de la Cisjordania ocupada por Israel, que los palestinos reclaman como parte de su futuro Estado.
Los vestigios del palacio se encuentran en el Área C, es decir, en el 62 por ciento de Cisjordania, que se mantiene bajo pleno control israelí desde los acuerdos interinos de paz de Oslo, firmados en 1993. Una base militar israelí protege el sitio.
La Tierra Santa cambió de manos una y otra vez desde la época de Herodes, pero a 758 metros de altura el territorio parece intacto (por lo menos a primera vista).
Dispersos por los alrededores, los asentamientos israelíes y las aldeas palestinas se disputan los derechos sobre esas tierras.
Designado por los romanos, Herodes gobernó el reino vasallo de Judea, parte de la provincia de Palestina del Imperio Romano, durante 33 años entre el 37 y el 4 antes de Cristo.
“Él fue un puente cultural que trabajó a ambos lados, y quedó atrapado entre las exigencias del Imperio Romano y las del judaísmo”, dice David Mevorach a Inter Press Service (IPS), curador de la muestra.
Ni judíos ni romanos lo veían como uno de ellos, pero Judea prosperó mientras él estuvo en el poder, agrega.
Exquisita cristalería y fina alfarería romana de un rojo brillante; una estatua de Cleopatra –última reina del antiguo Egipto–; un cuenco decorado, obsequio del emperador Augusto, cuyo busto también se exhibe; el baño de su alteza real. Todo fue encontrado en el lugar.
Adornada con estuco y frescos de paisajes sagrados y batallas navales pintadas con pigmentos sobre yeso, también se importó de Herodión la llamada cámara real.
Pero la joya sobre la corona de Herodes, por así decirlo, es la reconstrucción de su mausoleo, que albergó lo que los arqueólogos creen que es el sarcófago en el que se guardó su cuerpo. El rey, sin duda, gustaba de las artes, incluso en su lecho de muerte. “Él era muy consciente de su memoria histórica”, señala el curador.
Actualmente, en esta zona del mundo, la “memoria histórica” se refiere principalmente a las búsquedas nacionales de carácter competitivo.
Las excavaciones en Herodión comenzaron en 1972, bajo el mando del arqueólogo israelí Ehud Netzer. “Nadie nos preguntó o nos consultó, ni entonces ni ahora”, protesta Jamal Amro, académico palestino de la Universidad de Birzeit, conocedor del sitio.
“Los israelíes saquearon Herodión –agrega–. Israel usa la arqueología para moldear la historia y validar la ocupación de Cisjordania y Jerusalén Oriental.”
Tras una prolongada exploración, en 2007 Netzer descubrió la tumba de Herodes. Tres años después falleció en circunstancias trágicas en el sitio.
Trasladar de Herodión al museo unas 30 toneladas de mampostería grabada insumió 3 años más. “En realidad llevamos miles de fragmentos a nuestros laboratorios, trabajando de modo intensivo desde aquí en materia de restauración y reconstrucción”, dice Mevorach.
El director del Museo Israel, James Snyder, señala: “Hemos desempeñado un rol bastante importante para el patrimonio cultural del mundo”.
Pero los palestinos se quejan de que las actividades arqueológicas en sus territorios son ilegales. “Según el derecho internacional, esto es un delito. Israel debe reconocer los derechos de la nación palestina a sus sitios históricos”, declara Amro.
El gobierno israelí lista a Herodión entre sus tesoros históricos nacionales, pero la Autoridad Nacional Palestina, que obtuvo en 2010 membresía plena en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, procura que se reconozca como patrimonio mundial.
“Los acuerdos de Oslo hicieron a Israel responsable de la custodia de los vestigios arqueológicos en Cisjordania hasta que se llegara a un acuerdo definitivo”, replica Snyder.
Herodes fue temido por sus súbditos. Gobernante despiadado, hizo ejecutar al último linaje de la dinastía de los hasmoneos, que le precedió en el poder, lo que incluyó a altos sacerdotes, opositores, a su segunda esposa y a tres de sus propios hijos. Para el cristianismo, que lo ve como un asesino de bebés, es Herodes el Terrible.
En el museo se le recuerda principalmente como constructor de sus proyectos colosales, incluida la reconstrucción del Segundo Templo de Jerusalén, que es reverenciado por el judaísmo. Siglos más tarde, el Al-Haram ash-Sharif o Noble Santuario (también conocido como Cúpula de la Roca o la Mezquita de Omar), segundo sitio más sagrado del Islam, sería edificado sobre sus ruinas.
Para Amro, “Herodes y Herodión son importantes no sólo para los judíos, sino también para los cristianos y los musulmanes. Deberíamos hacernos cargo”.
“Tomamos prestadas las reliquias con autorización; las devolveremos cuando termine la exhibición, a fin de año”, asegura Snyder.
La pregunta es a dónde y a quién las devolverán. “A la autoridad que está a cargo de la arqueología en Cisjordania”, aclara Mevorach. Es decir, a la “administración civil”, conocido eufemismo que alude a las autoridades militares israelíes en ese territorio.
Amro protesta, convencido de que nunca les devolverán nada. Y “nada” podría referirse al sitio arqueológico y sus tesoros o incluso a Cisjordania.
“Cuando en 1979 Israel firmó el acuerdo de paz de Camp David con Egipto y se retiró del Monte Sinaí, hubo una división muy inteligente del material: lo relativo al patrimonio egipcio fue devuelto a Egipto, y lo relativo al patrimonio judío se lo quedó Israel”, recuerda Snyder.
¿Será aplicable un modelo similar a Israel y Palestina en caso de que firmen la paz algún día? “Yo soy apenas el director de un museo, pero aquello estuvo bien hecho”, concluye.
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Fuente: Contralínea 328 / marzo 2013