Por decenas de miles crecen los “efectivos” de compañías privadas que prestan servicios a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y otros países. Su patria, el dinero. Cientos de empresas están dispuestas a “tercerizar” los servicios de los ejércitos de ocupación. No hay registro ni control sobre ellos
Jorge Orduna / Prensa Latina
Quito, Ecuador. Blackwater es tal vez la más conflictiva compañía privada de seguridad estadunidense y la que más escándalos ha producido, pero no es la única subcontratista del gobierno.
En su publicidad, Blackwater muestra primero un hombre que dispara a los blancos sucesivos que le presenta una máquina y acierta en todos.
Luego presenta a un grupo de 10 personas que atraviesa pantanos, se arrastra bajo barreras de alambre de púas, desciende después con cuerdas desde barrancos y helicópteros, siempre disparando con diferentes armas a diestra y siniestra.
En la escuela de Blackwater también se aprende –en pistas propias– conducción vehicular en persecución o fuga, tanto en automóviles urbanos como off road.
Hay además verdaderos pueblos de utilería, y desde los más insospechados rincones aparecen blancos automáticos a los que el alumno debe acertar con prontitud so pena de sacar bajas notas.
Cuenta con pistas de aterrizaje propias y aviones de transporte, escuela para perros que detectan explosivos y hasta una fábrica de vehículos blindados para misiones especiales.
Pero la publicidad de esa compañía de seguridad privada no está dirigida a los clientes individuales de la National Rifle Association, sino a las agencias del gobierno estadunidense.
Y es que esta empresa no sólo ofrece todo un campo de entrenamiento, sino también gente ya preparada para diversas misiones.
Sobre este tema trata el impactante libro Blackwater: el crecimiento del ejército mercenario más poderoso del mundo, del columnista Jeremy Scahill, del prestigioso diario The Nation.
Scahill escribió que durante la era de George Bush, 100 mil de los efectivos estadunidenses en Irak no eran miembros del Ejército de Estados Unidos, sino personal subcontratado a 600 empresas privadas.
De ésos, decenas de miles, fuertemente armados, han estado en directa relación con las actividades de combate.
Se hace difícil eludir el calificativo “mercenarios” para estos hombres que reciben en general un pago muy superior al de los soldados del ejército.
En el caso de Blackwater, esa empresa no había sido contratada por el Pentágono, sino directamente por el Departamento de Estado.
Tal situación la colocaba en un limbo legal desde el que no han estado rindiendo cuentas por nada de lo que hacen ni a nadie.
La congresista estadunidense Jan Schakowsky calcula que 40 centavos de cada dólar gastado en la guerra de Irak va a contratistas privados.
Opina que unos 800 de estos contratados han muerto, pero la cifra real se desconoce y nadie da cuenta de ello.
“Pensamos que entre 25 mil y 40 mil de estos elementos están en combate efectivo, pero no lo sabemos. ¡Y no podemos averiguarlo!”, indicó Schakowsky.
Interesantes declaraciones cuando la que habla es a la vez miembro del Comité de Inteligencia del Congreso.
Que Estados Unidos comience a privatizar las guerras puede no sorprender a quien entiende que no es más que el resultado de la llegada de los principios neoliberales a la política exterior estadunidense.
Pero lo que sí es nuevo es toda la gran avenida que se abre para que otros pongan la sangre en las guerras de Estados Unidos.
Una vez que se subcontrata a empresas privadas para tareas relacionadas con la invasión y la guerra, ¿qué impide que esas compañías contraten personas de otros países?
Después de todo, si se busca economía y eficiencia, en América Latina hay mano de obra desocupada, experimentada y en abundancia, y la cotización del dólar favorece al comprador externo.
Dicho y hecho: eso es lo que está sucediendo. Las empresas subcontratadas por el gobierno estadunidense se pusieron en contacto con agentes locales en Chile, Perú, Honduras, El Salvador, etcétera.
Es así que hoy hay unos 2 mil chilenos, 1 mil 500 peruanos, 600 hondureños, 1 mil salvadoreños peleando por la vigencia de la democracia en Irak. Lo peor es que esta situación no es azarosa; es tendencia.
Ya se conoce que las expotencias europeas se sirvieron de los colonizados para librar sus guerras coloniales. España, Francia, Gran Bretaña… toda la historia colonial está plagada de esta práctica.
Sin embargo, Estados Unidos combatió el colonialismo clásico y sólo había sido acusado, respecto de este tema, de mandar al frente en la Segunda Guerra y en Vietnam un porcentaje excesivo de afroamericanos y puertorriqueños. Pero, claro, se trataba, en todo caso, de soldados estadunidenses.
Ahora, en cambio, con la tercerización de la guerra, quienes van al frente son latinoamericanos subcontratados, pagados por una empresa privada que, a su vez, tiene un contrato con el gobierno.
Lo de los europeos era colonialismo, lo de Vietnam, discriminación, pero lo actual es neoliberalismo.
Cercada por escándalos entre los cuales los más notables fueron la masacre de la plaza Nissor y la de Fallujah, donde los desmanes de los empleados llevaron a los iraquíes a linchar a cuatro de ellos, Blackwater ha tenido que cambiar de nombre (ahora es Xe) y pasar a segundo plano.
Pero muchos de sus empleados fueron trasladados directamente a la empresa reemplazante, Triple Canopy, otro gigante de la seguridad privada que hace lo mismo que la anterior.
En internet hay videos y fotos que los mercenarios latinoamericanos envían a sus familias, posando orgullosos con sus fusiles nuevos o retirando bandejas en la generosa cafetería de sus empleadores, o con ese uniforme que sólo se diferencia del de las tropas del ejército estadunidense por la gorra, que es la de la empresa con su correspondiente logo (ver en Youtube “chilenos en Irak” y “peruanos en Irak”, etcétera). No todos se muestran felices.
Las empresas ya han sido objeto de denuncias por prometer salarios de 3 mil dólares mensuales y hacer firmar, una vez a bordo del avión, contratos por 1 mil.
De todas maneras, la miseria en América Latina produce sobreabundancia de jóvenes musculosos y hábiles y, sobre todo, pobres y desempleados. El negocio crece.
En El Salvador, Julio Nayo, subcontratista de los subcontratistas del gobierno estadunidense, colocó un aviso en los diarios.
Se presentaron candidatos durante semanas; algunos de ellos dispuestos a embarcarse por sólo 700 dólares al mes.
En Chile, el representante es José Miguel Pizarro, quien ya ha enviado centenares de chilenos a Irak y se jacta de poder desplegar en cualquier momento 1 mil 200 comandos chilenos en cualquier lugar del mundo.
Para poder eludir las legislaciones contra actividades paramilitares, a los chilenos se les contrata desde Uruguay; a los colombianos, desde Panamá.
Sin duda, Pizarro es un “visionario” cuando afirma a la revista Mother Jones, de la costa Oeste de Estados Unidos, que la privatización de estos servicios “es una tendencia de largo plazo con consecuencias históricas”.
“Todo el futuro de las empresas militares privadas está siendo rediseñado mientras hablamos”, añade.
Los especialistas estadunidenses en el tema aseguran que aunque hoy existen mercenarios de muchos otros países contratados por estas compañías, el terreno “natural” de reclutamiento es América Latina.
Señalan que para los entrenadores, la afinidad cultural con los latinoamericanos es mayor que con los asiáticos, que los precios cobrados por un rumano son cuatro veces superiores a los de un chileno, pero, sobre todo, que para los especialistas en geopolítica es Latinoamérica la que debe pelear “con” (algunos escriben “para”) Estados Unidos en estas y en las próximas guerras.
Y mientras la situación social y económica en Latinoamérica siga generando “soldados de fortuna” dispuestos a conseguir cualquier trabajo a como dé lugar, el gobierno estadunidense no carecerá de reclutas.
Desde la posición de los economistas, nada hay de reprochable en estas actividades y tendencias a largo plazo, pues lo ven como un empleo común.
Pero claro, si no se adopta otra óptica que la de la defensa del libre mercado, esta situación no puede sino seguir agravándose hasta niveles insospechados.
Sólo una seria intervención de los gobiernos latinoamericanos podría impedir que sean cada vez más los jóvenes que salgan a defender con armas en las manos intereses que no corresponden necesariamente con los de sus países.
Soldaditos de pocas luces que en muchos casos han venido haciendo lo mismo desde los tiempos en que el poeta cubano Nicolás Guillén (1902-1989) escribía:
Ya sabrás algún día por qué tu padre gime/ Y cómo el mismo brazo que ayer lo hizo mendigo / Engorda hoy con la joven sangre que a ti te exprime.