Ahora que quienes satanizaban las marchas hacen uso de ese medio de protesta, cabe abordar el debate sobre la legalidad y la función de las marchas y, en general, de las protestas.
Pedro Salvador Guerrero
Respecto a las marchas, se solía argumentar que causaban consecuencias negativas, principalmente para quienes se transportan en automóvil, por lo que parecía ser necesaria la ponderación entre los derechos a la libertad de expresión y de tránsito. Dicha ponderación no es adecuada, dado que la marcha es en sí el ejercicio de ambos derechos, por lo que, para sobreponer el uso del automóvil al caminar sobre una calle (lo que permite el Reglamento de Tránsito capitalino, habiendo espacio insuficiente en la acera), sólo cabría apelar al inexistente derecho a la velocidad.
Abordado el tema legal y específico de las marchas, hay que referirnos a la función de las protestas en general que, siendo legales, siguen causando incomodidad.
Para comprender su función y su elemento de malestar, es útil hacer una analogía biológica: la protesta tiene la misma función que el dolor. El dolor es incómodo, irritante y paralizante, pero es la señal de que existe un problema mayor de urgente atención o, en su caso, de una molestia pasajera.
Y la protesta –como el dolor– es también el señalamiento de un problema. En caso que dicho problema no haya sido concientizado, la protesta no sólo puede, sino que debe ser molesta. Esto muestra la importancia de evitar la reacción primitiva de calmar el dolor por la fuerza, usando medicamentos (granaderos) que lo repriman sin atender su causa.
Ello porque ya conocemos las posibles consecuencias de ignorar la levedad o gravedad del problema: el aumento del dolor (protestas) y el agravamiento del problema.
La reacción sana es atender el dolor, racionalizar lo que implican las señales dadas, distinguiendo entre los tipos de malestares –generales o particulares–que anuncia el dolor, para saber cómo atenderlos.
Cuando el dolor evidencia un malestar general (feminicidios, inseguridad, desigualdad, entre muchos otros), su atención es de importancia vital y suele requerir tanto un tratamiento de medidas temporales (políticas públicas) y un cambio radical en los hábitos (reformas). Mientras que para un dolor que manifieste un malestar particular (marcha Fifí, por ejemplo), que por lo general está previamente concientizado (mediatizado) y suele ser debido a un pequeño golpe, rasguño o hasta la aplicación de la cura a un malestar general, no se requiere más que la atención al dolor y a la herida.
Pedro Salvador Guerrero
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