FOTO: GRACIELA LÓPEZ/CUARTOSCURO.COM
Primera parte. Estudié y di clases durante 14 años en la UAM Azcapotzalco, institución que considero mi casa. Cursé el doctorado en diseño en el área de estudios urbanos, con la tesis Identidad y globalización en Azcapotzalco, y me doctoré hace 20 años.
En ese entonces ya trabajaba en torno a la identidad y la memoria histórica, y encontré en los mosaicos de talavera una forma de difundir nuestra historia a través de glifos, toponimia (nombres de barrios y calles en náhuatl), personajes históricos y otros símbolos del México prehispánico e histórico.
Me dediqué al diseño con interés en la divulgación de nuestras raíces. En la actualidad he colocado alrededor de ochocientos mosaicos de talavera, principalmente en la Ciudad de México, pero también en otros estados.
El proyecto de mosaicos de talavera nació en 2000 con la colocación de dieciséis piezas que llevan los nombres de pueblos originarios en la colonia Tezozomoc, ubicada en Azcapotzalco: Pimas, Pames, Opatas, Xilancas, Xochimilcas, entre otros.
Cada calle recibió un mosaico con el nombre de uno de esos pueblos ancestrales. También se colocó un mural en el Parque Tezozomoc con las distintas especies de patos migrantes que llegan a Azcapotzalco desde Alaska y el norte de Canadá, obra realizada durante mi primera gestión como delegado, cargo hoy denominado alcalde.
En 2003 y 2005, se continuó con el apoyo de la UAM-Azcapotzalco, colocando los glifos de cada uno de los barrios de Azcapotzalco que poseían su propio glifo cuando eran calpullis.
En la UAM Azcapotzalco, se colocaron dos de Xalpa, pues la calle se llama San Pablo Xalpa, y muchos otros: Xochinahuac, Atenco, Tomatlán, cubriendo los 28 barrios a los que se les agregó nombre cristiano: San Martín Xochinahuac, San Sebastián Atenco, San Lucas Atenco, Santa Lucía Tomatlán. Y de 2015 a 2018, se colocaron otros 85 murales de un metro cuadrado en Azcapotzalco durante mi segunda gestión como jefe delegacional.
Tras doctorarme en Diseño, en 2006 se colocaron 320 mosaicos en la Ciudad de México: 20 en cada delegación, hoy alcaldías, con la toponimia de pueblos, calles y avenidas; y uno de 5 metros cuadrados en la calle Guatemala, detrás de la Catedral y a media cuadra del Templo Mayor, con el último mensaje del Tlahtokan o Consejo antes de rendir la ciudad. Todo ello gracias al apoyo del entonces jefe de gobierno Alejandro Encinas.
Estos mosaicos rescatan los glifos de los pueblos originarios de la Ciudad de México y constituyen una labor de difusión vital. La divulgación de la gran cultura que se desarrolló en México-Tenochtitlán, a partir de su fundación, es fundamental.
A través del diseño de la toponimia y su exhibición en espacios públicos con un material hermoso, duradero y tradicional como el mosaico de talavera, se recupera la memoria histórica y se despierta el interés por conocer a profundidad nuestra civilización originaria, incomprendida por los europeos del siglo XVI, y que en el siglo XXI debemos investigar y divulgar, con sus características específicas en su organización política, económica, social y cultural.
Los 700 años de su fundación nos brindan la oportunidad de revalorar nuestra herencia frente a las distorsiones coloniales y neocoloniales. El rescate de los glifos que caracterizaban cada espacio, con su colorido y significado, es una llave para introducirnos en un pasado hasta ahora distorsionado y poco valorado.
A 700 años, seguimos firmando con fuerza. In kechkixkauh maniz in zemanahuak aix ixpoliuiz in itenyo in itauka in Mexihko Tenochtitlan… “Mientras exista el mundo, jamás acabará la fama y la gloria de Mexihko Tenochtitlán”.
A 700 años de la fundación de México-Tenochtitlán y 500 años del asesinato del tlahtoani Cuauhtémoc, es momento de reflexionar sobre la gran civilización del Anáhuac y sobre quien convocó a la unión de los pueblos para defenderla hasta la muerte del invasor extranjero, como lo hizo Cuauhtémoc.
Los mexicanos de hoy debemos defender nuestra raíz, cultura e identidad; para ello hay que reactivar nuestra memoria histórica. Los 700 años de Tenochtitlán nos permiten reconocer y divulgar la gran civilización de la que somos herederos y reconocer sus virtudes.
En Tenochtitlán, se desarrollaron la educación y la salud gratuitas. Cada persona, niño o anciano era protegido por su calpulli, y el gobierno se responsabilizaba en caso de epidemias, inundaciones o sequías. Hubo zoológicos y jardines botánicos antes que en Europa; un impresionante desarrollo de la astronomía, con un calendario exacto, a diferencia del europeo, que tiene meses de 30, 31, 28 y hasta 29 días.
Se desarrollaron la arquitectura y la ingeniería. La comunicación entre los altépetl era fundamental, pues el comercio y el intercambio eran incesantes. Tacuba, Texcoco y México-Tenochtitlán hegemonizaban a los demás pueblos de la zona; allí se concentraron muchos de los avances de su época.
Los pueblos originarios de lo que hoy es México, en mayor o menor medida, gozaban de esa civilización y contribuían a engrandecerla a través de la unión.
Desde sus orígenes, la ciudad de México es una ciudad de ciudades.
Además de Tenochtitlán, en la cuenca de México había alrededor de 60 altépetls. Eran centros urbanos con diversos pueblos o icniuyotls: Xochimilco, Tlalpan, Coyoacán, Cuajimalpa, Mixcoac, Iztapalapa, Iztacalco, Tláhuac, Tacuba, Tizapan, Azcapotzalco, Tultitlán, Cuautitlán, Chimalhuacán. Nunca dejaremos de admirar cómo los pueblos circundantes de la zona lacustre de la cuenca de México convivieron con la enorme riqueza de los lagos y su entorno.
La base social descansaba en los calpullis, grandes clanes familiares que eran autosostenibles, pues en cada uno sembraban la milpa: maíz, frijol, calabaza, chile, amaranto o huautli. Elaboraban su propio abono natural con excrementos humanos y animales y restos de cosechas para fertilizar la tierra, devolviéndole lo que de ella obtenían. Además, de los lagos obtenían el alga espirulina o tecuitlatl, riquísima en proteínas.
Los calpullis, además de su labor agrícola, se especializaban en alguna actividad: siembra de flores, tomates, herbolaria y magia, artesanía, comercio, transporte por los lagos, etcétera. Uno de los calpullis se especializaba en el gobierno y su tótem era el águila; por méritos, escogían al tlahtoani, quien era el vocero del consejo o tlahtocan. No era rey.
Hace 10 mil años comenzó a poblar la cuenca de México. Tlatilco, Cuicuilco y Copilco fueron entre los primeros asentamientos. En el Valle de México, hace 2 mil años, ya existían aldeas en Azcapotzalco y Culhuacán.
Primero llegaron los Xochimilcas a la ribera del lago Xochimilco; luego los Chalcas, los Tepanecas, los Culhuas, Tlahuicas, los Huejotzincas, que se fueron por Puebla, y los Tlahuicas por Cuernavaca; todos eran aztecas. Los últimos en llegar fueron los mexicas, quienes también eran aztecas, pero no los únicos.
Los mexicas llegaron a la isla de Tenochtitlán luego de haberse radicado en Chapultepec y Culhuacán. Se asentaron en esa pequeña isla que pertenecía a Azcapotzalco, donde el tlahtoani Acolnahuac, padre del tlahtoani Tezozomoc, les permitió poblarla hace setecientos años.
Era insignificante, pedregosa y llena de serpientes; sus vecinos consideraban que no valía nada. Pero los laboriosos mexicas construyeron un gran altépetl (poblado), el cual floreció.
Aprendieron de los xochimilcas, que habían llegado primero, a construir chinampas en zonas lacustres poco profundas, tal como era el caso de la isla de Tenochtitlán. Así pudieron extender la isla. Originalmente se crearon cuatro calpullis: Atzacualco, Teopan, Moyotla y Cuepopan; luego, de cada uno de ellos se derivaron cinco calpullis.
Tenochtitlán, la gran ciudad lacustre, fue levantada con inventiva y esfuerzo. Las chinampas se instalaban dentro del lago y eran muy productivas. Para construirlas, colocaban grandes piedras, seguidas de otras más pequeñas.
Añadían tierra, las rodeaban con estacas y las amarraban con mecates a los árboles ahuejotes. Allí sembraban y cosechaban abundantes frutos, ya que nunca les faltaba agua. De esta forma, hicieron crecer la ciudad de manera impresionante en medio de una red de canales. Asimismo, se transportaban en acallis (lanchas).
Tenochtitlán viene de las palabras en náhuatl tetl (piedra), nochtli (tuna o nopal) y tlan (abundancia): “en el pedregal donde abundan las tunas”. Esa pequeña isla creció gracias a las chinampas hasta convertirse en el ueyi altépetl (gran ciudad).
Somos una civilización originaria, una de las cinco que han existido en el mundo: el Anáhuac, además de Mesopotamia, China, el Valle del Indo y la incaica. Aquí se une una civilización distinta a la europea. México-Tenochtitlán, fundada hace 700 años, es un ejemplo del avance cultural, cuyos frutos aún perduran. Un ejemplo de ello es su urbanización.
En Tenochtitlán se construyeron grandes calzadas y se diseñó un espacio ordenado. Muchas de las grandes avenidas actuales son precuauhtémicas: México-Tacuba, Tacuba-Azcapotzalco, Tlalpan, Iztapalapa, Tenayuca (hoy Vallejo), Tepeyac, Nonoalco-Tlatelolco.
Pero siempre en armonía con el agua. La ciudad tenía tres tipos de calles: unas de tierra firme; otras que eran los canales por donde circulaban canoas; y las terceras, que tenían forma mixta: una parte la constituían camellones sólidos adosados a los edificios, mientras la otra mitad, llamada bordo, se destinaba a la circulación de embarcaciones.
León Portilla señaló que eran nombradas casi siempre en función de sus características propias. Ejemplo de ello son: Cihuateocaltitlan (al lado del templo de las representantes de la energía femenina), Tecpancaltitlan (al lado del palacio), Temazcaltitlan (al lado de los temazcales), Tomatlán (donde abundan los tomates), Zapotlán (donde abundan los zapotes), Atenantitech (junto al bordo de agua), Acalotitla (al lado de las lanchas) y Acolco (donde se tuerce el agua o la acequia) (León Portilla, 1993). Estos nombres desaparecieron con la colonización española porque hacían referencia a los templos, que fueron derribados por el salvaje invasor.
Se hicieron grandes obras hidráulicas: acueductos como el de Churubusco (Huitzilopochco) y el de Chapultepec, y el albarradón de Nezahualcóyotl de 16 kilómetros para separar el agua salada de la dulce. La increíble innovación en su desarrollo sorprende hasta en el presente. También se construyeron acueductos como el de Huitzilopochco (Churubusco) y el de Chapultepec.
En la actualidad, la increíble innovación continúa maravillando. Esas grandes obras de ingeniería fueron impulsadas por Nezahualcóyotl, quien fue abuelo de Moctezuma Xocoyotzin. Su hija, Xochicueyetl, era la madre del tlahtoani.
Además de estas grandes obras, había sistemas sencillos de canalización de arroyos y manantiales; redes de canales de riego y acequias abastecidas por el caudal de los ríos hasta las calzadas-dique y albarradas. Desde hace siglos, la población tenía cuidado y experiencia en el manejo del líquido vital.
En el Anáhuac el centro de la vida y la actividad se desarrollaba en torno al agua desde la época olmeca, y luego en las distintas culturas se siguió este patrón cultural y filosófico que tenía como base común el aprecio, el respeto y el buen manejo del agua, lo que podemos observar tanto en los mayas, como los purépechas, ñusavi o mixtecos, ñahñu u otomíes, zapotecos, etcétera.
Todo el Anáhuac estaba conectado por rutas fluviales a lo largo del río Usumacinta y sus afluentes, rutas costeras y terrestres que conectaban distintas regiones y largas distancias.
No solo conectaban los altépetl centrales como Teotihuacan, primero, y Culhuacan y Tula, con los altépetl como el de Monte Albán del pueblo zapoteca que se llama a sí mismo Benizá (gente de las nubes) o Diidxazá, para llegar a las ciudades mayas, quienes usaban grandes canoas para navegar por la costa y los extensos litorales que los enlazaba con diferentes regiones.
En el Anáhuac, a pesar de su diversidad lingüística y de abarcar cientos de pueblos originarios, se compartía una cosmovisión común y la armonía con el agua, que también los transportaba para comerciar y compartir tecnologías y formas de pensamiento, así como la responsable gestión de ciclos hídricos para abastecer agua para uso doméstico, manejar aguas superficiales y subterráneas, construir drenajes, garantizar la irrigación agrícola, aprovechar zonas y, no menos importante, para el gozo, la recreación y la ritualidad.
El agua les permitió no solo establecer redes internas, sino navegar en rutas comerciales para intercambiar bienes y pensamientos por las costas del Pacífico y el Caribe, de lo que hay vastas pruebas arqueológicas que muestran conexión desde los Andes al Anáhuac, para comerciar cacao, obsidiana, plumas exóticas, jade, etc., y compartir conceptos espirituales. (Continuará)
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
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