A lo largo de la historia, el papel de las mujeres en la lucha por la soberanía ha sido relevante. En cada una de las etapas del desarrollo nacional, han sido pieza clave para la liberación nacional y social. Eran mujeres sólidas, de una pieza.
Una patriota ejemplar fue Gertrudis Bocanegra. Cuando fue detenida, se mantuvo firme y con la moral alta. Las amenazas de despojarla de los bienes de la familia no dieron ningún resultado. Tampoco mellaron su ánimo los ofrecimientos de dejar libres a sus hijas, a cambio de delatar a sus compañeros de lucha. Nada pudo obligarla a traicionar a la causa, ni su inminente condena a la pena máxima.
A pesar de los innumerables interrogatorios, resistió heroicamente. Así había firmado su sentencia de muerte. Luego de que fue enjuiciada, la encontraron culpable de traición al rey.
Se dice que ya que Gertrudis llevaba información oculta en el papel donde se liaban los cigarros, los españoles decidieron torturarla quemándole con las brasas de los cigarros encendidos.
Relatos de la época señalan que la muerte que le daban a las mujeres independentistas era horrible. Eran víctimas de excesos y crueldades. Iban desde desnudarlas en una sociedad, en la cual se tenía un gran pudor, y luego eran exhibidas en la principal plaza. El objetivo era escarmentar y dar una lección a quienes aspiraban a la libertad.
Su congruencia fue castigada, no querían que cundiera el “mal ejemplo” de Gertrudis. Ella fue fusilada al pie de un fresno de la plaza mayor, la plaza de San Agustín de Pátzcuaro, hoy Vasco de Quiroga, el 11 de octubre de 1817. Hasta el último momento, mantuvo una actitud digna y retadora. Incluso el sacerdote encargado de su confesión final no pudo convencerla de que diera la información sobre sus contactos en la insurgencia, a cambio de su vida.
Ya con vendaje en los ojos y atada de pies y manos arengó en purépecha a la población, al grito de: “Sigan luchando por la patria, llegara el día de la libertad. Luchad con fe y constancia, Dios habrá de premiar nuestro esfuerzo concediendo la libertad que ambicionamos”.
Las balas acallaron su voz, pero sus palabras resuenan aún ahora en pleno siglo XXI. Hoy, luchamos contra un nuevo Imperio, el estadunidense, para independizar a México del neocolonialismo.
Muchas más fueron las fusiladas anónimas: por ejemplo, se habla de dos mujeres muertas por las tropas del invasor español en el camino a Teotitlán, por sospecharse que hacían tortillas envenenadas para los realistas. Y centenares de hermanas, mujeres e hijas de los insurgentes fueron apresadas o asesinadas por el delito de tener una relación familiar con los rebeldes.
Los jefes realistas, Félix María Calleja y Agustín de Iturbide, utilizaron esta estrategia de ajusticiamientos masivos, como venganza y castigo a los patriotas; querían obligarlos a entregarse. Iturbide realizó esta barbaridad en Guanajuato, tras la derrota de los insurgentes.
Asimismo, existieron muchas ideologar y periodistas. Hubo muchas escritoras en la colonia, pero tenían que firmar con nombre masculino. Y, en el reconocido Diario de México, el cual comenzó a publicarse en 1805, había periodistas.
Desde luego que Leona Vicario fue la primera. Escribió en El correo americano del sur, El ilustrador americano, El ilustrador nacional y El semanario patriótico americano. En este último, publicaron dos manifiestos titulados “A las damas de México” en noviembre 1812, donde las llamaban a jugar su papel en la lucha.
Leona editaba El Federalista y El correo de la Federación. Es necesario reconocer que entre su esposo, Andrés, y ella, era la mujer, la que tenía las ideas más brillantes. Sin embargo, tras la Independencia sólo dejaron al varón participar en la vida pública. Lo mismo sucedió con Josefa Ortíz de Domínguez, donde ella era el motor. Pero sólo le dieron responsabilidades públicas a don Miguel, su marido.
Josefa y Leona son las madres de la Independencia. Encabezaron la lucha junto con Hidalgo, Morelos y Guerrero, pero se enalteció a los hombres, debido al patriarcado opresor imperante. Esto ha comenzado a cambiar, aunque falta mucho para reconocer el verdadero rol de las patriotas.
Muchas fueron seductoras y se dedicaban a convencer a los realistas para cambiarse de bando. Recogían información y ayudaban a los Insurgentes como Manuela, la Cohetera Niño. En su casa de citas, se reunían los insurgentes juaninos de San Luis Potosí a planear la Independencia.
María Josefa Martínez Navarrete de Valladolid (hoy Morelia), Michoacán, fue condenada a muerte por mandar una carta al teniente José Monroy, invitándolo a pasar a combatir del lado de los insurgentes. Afortunadamente, ella fue rescatada del sitio, en el cual había sido recluida. Logró ver el triunfo de la Independencia.
Debemos mencionar a otra heroína, María Josefa de apellido Huerta y Escalante, quien tuvo parentesco con Manuel Lino Villalongin. Trabajó como mujer-correo y trató de convencer a un oficial realista de cambiar de bando.
Y otra más con ese nombre: María Josefa Natera, la cual participó en el movimiento. Fue apresada y condenada a un año de reclusión en el convento de Santa Rosa de Querétaro, y a una multa de 300 pesos; una fortuna en aquella época.
Las mujeres ayudaron de diversas formas. En 1823, gracias al apoyo de Micaela Soto Mayor, los generales Vicente Guerrero y Nicolás Bravo pudieron escapar de la persecución de Agustín de Iturbide, con el objetivo de organizar la insurrección que haría caer al “Imperio”. Esto los llevó al canal de la Viga para que escaparan por Santa Anita.
Muchas mujeres fueron encarceladas y despojadas. Existió otra María Josefa más, de apellido Martínez que luchó junto a Miguel Hidalgo. Tras la muerte de su marido, Miguel Montiel, en manos de los realistas, se vistió con traje masculino. Al frente de un grupo de insurgentes, sostuvo varios combates con el enemigo. Fue detenida y condenada a prisión perpetua.
En Toluca, el 28 de octubre de 1810, María Ubalda Sánchez estaba en prisión y al quedar libre se unió al ejército patriótico. Luego, fue encarcelada de nuevo y perdió su casa, cuando le fuera arrebatada y adjudicada a la cofradía del Santísimo Señor Sacramentado de Toluca.
Recordemos a Gabriela Carrasco, quien se lanzó a la lucha por la Independencia desde los inicios del movimiento armado, en compañía de los capitanes sublevados, Agustín Carrasco, su hermano, y su pareja, Cayetano López.
Sus acompañantes fueron indultados en 1817, pero siguieron en la lucha. Dos años más tarde, fueron aprehendidos por diversos delitos; entre ellos, el continuar adheridos a la causa independiente.
Fueron muchas las espías a favor de los insurgentes. Destacaron: Luisa Martínez de Gertrudis Bocanegra, Altagracia Mercado, Leona Vicario, Josefa Ortiz de Domínguez y María Ignacia Rodríguez. Las mujeres estaban atentas de los movimientos de los realistas y alertaban a los rebeldes, lo cual daba ventaja a los patriotas.
Desde luego, hubo legiones de enfermeras, cuidadoras, asistentes, agricultoras, quienes abastecían a los insurrectos. Ellas apoyaban la gesta revolucionaria en muchos aspectos.
María Micaela Monroy era natural de Tenancingo. Junto con su pareja, Cristóbal Cruz Manjarrez, recibió al cura Miguel Hidalgo y su comitiva, cuando el ejército insurgente entró a la ciudad de Toluca, el 28 de octubre de 1810. Los socorrió en lo que necesitaban.
María Soto, la Marina, arriesgó su vida y salvó a Francisco Xavier Mina. Fue al río con dos cántaros para llevar agua a los insurgentes. Intrépida, cruzó el campo de batalla varias veces y murió en pie de lucha, en la acción de Chichihualco.
Las mujeres realizaban grandes sacrificios. Ana García, esposa del coronel Félix Trespalacios, lo acompañó en una travesía de 160 kilómetros y lo salvó de dos sentencias de muerte.
Asimismo, hubo quienes lo perdieron todo como Ángeles María Herrera. Huérfana de madre, tenía un rancho “Venadito”, donde alojó a Francisco Xavier Mina. Cuando fueron descubiertos, quemó su propiedad, para no dejarle nada a los realistas. Perseguida, robada e insultada, murió en medio de los bosques, como una ermitaña.
También hubo mujeres extranjeras como la señorita La Mar, de quien no sabemos su nombre. Ella acompañó a Mina, a quien conoció en Galveston. Apoyó a los patriotas cuidando de los enfermos. Fue encarcelada por el gobierno español y trasladada a Veracruz.
Logró escaparse, y en lugar de regresar a Cartagena de las Indias, de donde provenía, volvió a las andadas con mucha convicción. Se unió a Manuel Fernández, mejor conocido como Guadalupe Victoria, quien llegaría a ser el primer presidente de México. Fue capturada otra vez en 1819. Y sólo tras el triunfo de la Independencia, pudo volver a su suelo natal. Eso sí, llena de orgullo, satisfacción y amor a México.
No puedo dejar de mencionar a uno de los peores feminicidas: Agustín de Iturbide. Cuando encabezaba al ejército realista, fusiló a muchas mujeres. Y a las que no mataba, las maltrataba con sadismo.
Por ejemplo secuestró a más de 100 mujeres del pueblo insurgente de Pénjamo, el 29 de noviembre de 1814. Las prisioneras recién cautivas recibieron poca comida, insultos y azotes durante la larga marcha a las casas de recogidas en Guanajuato e Irapuato.
La lucha por la Independencia sigue hasta la actualidad. Y las amenazas e invasiones contra México han sido constantes. En la Historia universal, las mujeres han sido activas, valientes y un factor decisivo en cada uno de los avances que se han logrado.
Hoy, estamos en lucha contra la mentalidad patriarcal. Nos tenemos que dar a la tarea de recoger su ejemplo y hacer ver su valía. La lucha por la soberanía económica, política, cultural, militar y la plena independencia continúa. Hoy, destacan las mujeres en nuestra tierra, tanto en el presente como en el pasado.
Pablo Moctezuma Barragán/Tercera parte*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
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