En Durango, un mandatario sin compromisos con la sociedad se mantiene en el poder y encabeza la camarilla oligárquica que logró consolidar luego de seis años de gobierno autocrático. Ismael Hernández Deras sigue mangoneando en el gobierno estatal. Él mismo se empeña en hacerlo notar con apariciones públicas que demuestran su intención de seguir actuando como si su mandato no hubiera concluido el 15 de septiembre. Una semana después, seguía entregando pequeñas obras municipales en zonas rurales, haciendo caso omiso al respeto que debe guardar no a quien lo relevó supuestamente en el cargo, sino a las normas constitucionales. Sin embargo, nadie ni nada se lo impide. Tiene en sus manos el verdadero control del aparato gubernamental, para lo que trabajó durante su gestión. Él mismo afirmaba cuantas veces venía al caso: “Mi gobierno habrá de continuar al menos 18 años”.
Según información confidencial, Hernández Deras construyó un departamento junto a la Casa de Gobierno con todos los servicios, para su uso exclusivo. Ello desmiente las versiones de que se iría a vivir a Canadá, donde sus hijos, aún menores de edad, estudian, para dejarle el campo libre a Jorge Herrera Caldera. No es así y parece que no lo será mientras no cambie la correlación de fuerzas políticas en el estado, que lo favorece ampliamente. La mayoría priista en el Congreso estatal es de su pertenencia. No hay motivos para suponer que habría de actuar al servicio de los ciudadanos, como se evidenció en sus primeras acciones, la más obvia y controvertida: una iniciativa de ley para intervenir en la vida autonómica de la Universidad Juárez del Estado de Durango.
Lo inexplicable es que, luego de un gobierno cuyos saldos son negativos, siga con fuerza suficiente para imponerse ante una población que parece no darse cuenta de la realidad en que vive. Según la encuesta de Innovaciones y Consultoría, SC, realizada entre el 18 y el 21 de junio, en plena etapa de campaña electoral, las cifras son totalmente desfavorables para Hernández Deras: en transparencia y rendición de cuentas, obtuvo 15 puntos; en desempleo, 40 puntos, y en inseguridad pública, 45 puntos. La realidad encaja plenamente con tales datos, pues Durango se convirtió, en seis años, de “callada y tranquila ciudad colonial”, como dice el corrido emblemático, en la tercera entidad más violenta e insegura del país, con las más altas tasas de desempleo que en el último año del sexenio alcanzó 4.7 por ciento, gracias a que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía toma como población activa a los vendedores ambulantes, a los limpiaparabrisas y a todo aquel que hizo algún trabajo eventual durante unos cuantos días.
La percepción ciudadana es que Herrera Caldera no tiene ni el carácter ni la voluntad para tomar las riendas del gobierno. Adentrándose más en el entramado del aparato gubernamental, se puede advertir fácilmente que tampoco tiene una posibilidad real para poderlo hacer. No mientras quienes están en los puestos públicos sean los mismos a los que Hernández Deras permitió actuar con total impunidad para hacerse de carrera y fortuna. No es un mero capricho de éste haber dejado en las carteras más codiciadas a los mismos que las controlan desde hace seis años: en la Secretaría de Obras Públicas, a César Guillermo Rodríguez; en la de Finanzas, a Carlos Emilio Contreras; y en la de Desarrollo Económico, a Francisco Ortiz Fragoso. Si Herrera Caldera no se opuso a esta decisión de su progenitor político, no hay razón para suponer que las cosas en Durango podrían ser diferentes. El gobierno estatal es una estructura piramidal en la que todos sus miembros tienen intereses comunes; no en balde para ello trabajó Hernández Deras, cuidando hasta el mínimo detalle.
Así, en 2004 comenzó a generarse una nueva clase política con miras a liquidar toda sombra con el pasado. La generación de la década de 1970 se encaramó al poder con una visión excluyente y oligárquica, desprovista de un elemental sentido social, que necesariamente la limita y deja dudas sobre sus posibilidades reales de mantenerse en tal sitial durante los tres sexenios que se puso como plazo mínimo el líder del grupo. Los exgobernadores vivos fueron rebasados ampliamente por Hernández Deras, tanto por su falta de visión como por su gusto por el confort. Incluso, los hijos de Maximiliano Silerio y de José Ramírez Gamero, quienes pretendían seguir la carrera de sus padres, se vieron frenados al pretender emprender el “vuelo” como diputados locales. Sólo un vástago de Ángel Sergio Guerrero Mier, quien le allanó el camino a la gubernatura a Hernández Deras, pudo ganar la elección y ahora es diputado.
No es de extrañar que el gabinete de Herrera Caldera esté integrado por personajes ligados a su antecesor, que ninguno de ellos sea ajeno a su grupo de interés, con la excepción del secretario de Turismo, el gomezpalatino Juan Ávalos Méndez, en pago a que, supuestamente, en la Comarca Lagunera obtuvo mayor número de votos Herrera Caldera. A su tocayo por partida doble, Jorge Herrera Delgado, se le premió con la Secretaría de Educación. Tal designación fue la menos cuestionada, pues el ingeniero egresado del Instituto Tecnológico de Durango, expresidente municipal y quien presidió la Cámara de Diputados el último trienio, es el político del grupo, interesado en la cultura y poseedor de sensibilidad social que lo hacen idóneo para el cargo. Su único defecto es su falta de carácter que se refleja en un sentido de la disciplina que raya en la sumisión a Hernández Deras.
Sin embargo, la gente parece estar conforme, pues aceptó, con un fatalismo total, que se posicionara el proyecto continuista de Hernández Deras. Esto obedece a la despolitización del ciudadano común, tradicionalmente conservador, cuyo individualismo exacerbado lo hace perder de vista los problemas comunitarios. Además, ha sido muy exitosa la alianza mercantilista de Hernández Deras con Televisa, pues ha recibido amplia asesoría para llevar a cabo una programación “circense” que aparta de sus problemas cotidianos a la sociedad durangueña. Durante su mandato, ha sido común la organización de festejos con la participación de las “estrellas” del monopolio televisivo. Su “despedida” se celebró con un concierto gratuito de Vicente Fernández. “Pa’ que vean lo que es bueno y no se anden con jaladas”.
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