El asunto viene de lejos. Tanto, que antes de que fuera yo a visitar a los compañeros detenidos por el movimiento estudiantil de 1968, ya tenía referencias: en las prisiones –me decían– hay quienes gozan de amplias libertades, tratos amables, y aquellos que viven en la zozobra, casi en la esclavitud.
Lo comprobé cuando asistí al llamado Palacio Negro. Uno de los domingos que fui a ver a Pablo Gómez, mi compañero en la Escuela (hoy Facultad) de Economía, de la Universidad Nacional Autónoma de México, me comentó: “aquí lo único que no se puede comprar es un automóvil, ya que no sirve para nada. Todo lo demás lo consigues si tienes el efectivo necesario”.
En otra ocasión, el que ha sido legislador en varias ocasiones, dijo que en una inspección para ver si los reclusos no tenían droga, mientras estaba el operativo, uno de ellos fumaba mariguana y gritaba: “¡Pinches monos [los carceleros], se hacen tontos o simulan!”.
Muchos años después, en el Reclusorio Sur, visité a otro amigo, y pude constatar: los ricos estaban en una crujía y tenían comodidades a la mano. Incluso vi la celda clausurada de un guatemalteco que se fugó, apodado el Mexicano, el cual no ha sido aprehendido nuevamente.
Es decir, el caso de Joaquín Guzmán, el Chapo, no es algo fuera de serie. Hay una buena cantidad de quienes escapan, seguramente, con la complicidad de las autoridades: otra faceta de que el billete es lo que abre y cierra puertas en esta sociedad, donde el Estado es más débil de lo que uno imagina.
Enterarnos ahora, por la ineficaz Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), que los reos gobiernan en los penales no es algo novedoso, más bien es parte de lo que ha ocurrido con el Partido Revolucionario Institucional gobernando, aunque es cierto, el mal “se agudizó en los últimos años con la presencia del crimen organizado y la corrupción estructural de las autoridades” (Reforma, 25 de septiembre de 2012).
Desde 2010 han existido 14 fugas en las cuales se evadieron 521 internos; 75 riñas dejaron un saldo de 352 fallecidos y en dos motines fallecieron dos individuos. Las cifras no son mayores porque las diferentes bandas han llegado a ciertos acuerdos para no hacer más notorias sus diferencias; y seguramente a que en determinados territorios está al mando el cártel de la región.
Una fuga muy conocida ocurrió en un penal en Zacatecas (video a la mano en Youtube), cuando desgobernaba la perredista Amalia García. Entonces todos huyeron en camionetas, incluidos los aparentes custodios. Seguramente los que salieron, fueron a sustituir a los que habían sido eliminados ya en la guerra de las drogas.
En Piedras Negras, Coahuila, no es la primera ocasión que sucede ese tipo de incidentes. Antes, en el estado que controlan los hermanos Moreira, ya habían ocurrido otros hechos espectaculares. “Nadie ha podio remediar la situación”, como dice la canción. Tanto que en dicha prisión ni siquiera pudieron entrar los de la CNDH.
Es increíble lo que asegura Raúl Plascencia Villanueva, el titular de la Comisión: este problema “no despierta mayor interés en la sociedad”. Indudablemente el funcionario no ha ido un domingo a hacer cola para visitar a un recluso, no le ha llevado comida ni ha tenido que pasar por el sistema de vigilancia y corrupción que hay cuando a uno lo esculcan o hasta desnudan. Claro, los toros se ven mejor desde la barrera, y si uno gana centenas de miles de pesos al mes, es muy lindo dictar lecciones.
Que los burócratas de los derechos humanos no hayan averiguado qué cárteles manejan centros penitenciarios, no es nuestra culpa. Necesitan, eso sí, algunas lecciones de periodistas que han informado de quién es quién en el negocio de los estupefacientes y dónde operan, incluidas las prisiones.
Mientras este diagnóstico horrible de vicio y perdición se relataba, en Estados Unidos, Felipe Calderón exaltaba que su gobierno había preservado “la ley y la seguridad de las familias”. Los hechos muestran que no es así. Pero además Felipe llamaba a Peña Nieto a seguir con la misma fallida estrategia que el panista llevó a cabo y cuyos resultados son lamentables y terroríficos.
El presidente colombiano Juan Manuel Santos, al entender que la represión y la detención de supuestos o reales capos de la mafia no resolverán el intrincado asunto, ha iniciado un diálogo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, la guerrilla más vieja del mundo, para llegar a acuerdos de paz.
El presidente de El Salvador, Mauricio Funes, hizo un trato con los miembros de las diversas fuerzas de la Mara Salvatrucha, quienes están en prisión y han tenido enfrentamientos terribles, para evitar que se sigan masacrando. Hay más ejemplos en Brasil o Guatemala.
Pero he aquí lo importante a destacar: no es con la represión, el encarcelamiento y las medidas de fuerza que se evitarán los ríos de sangre y la corrupción, que posibilita mujeres, vino, drogas, peleas de gallos y hasta la presencia de conocidos o poco famosos artistas en las prisiones controlados por la mafia.
Si queremos en serio corregir los problemas, tenemos cuando menos que evitar la corrupción, el hacinamiento –lo cual se debe empezar por no meter en una celda a un delincuente menor– y una vigilancia de la sociedad a la policía y a las cárceles. También, tener desde luego elementos que no convivan y disfruten del poder como ocurre actualmente con varios mártires.
*Periodista
Fuente: Contralínea 305 / octubre de 2012