Contralínea ha llegado a su número 500 y con esto me vienen a la memoria momentos gratos y también recuerdos sumamente tristes y difíciles ocurridos en los últimos 14 años, cuando un equipo de periodistas independientes apostó todo por su trabajo con el único propósito de informar a la sociedad y entonces entendimos que eso incluía enfrentar la furia de grupos de poder, sin distingo alguno de color o partido, que han sido exhibidos constantemente en las páginas de nuestra revista.
Esta defensa de nuestra libertad e independencia en los 500 números de Contralínea, nos ha permitido publicar y denunciar todo aquello que funciona mal en nuestra sociedad, y en respuesta hemos tenido que enfrentar unas 12 demandas en tribunales, recibir amenazas de muerte, enfrentar un constante acoso y vigilancia personal, allanamientos en varias ocasiones de nuestras instalaciones (en donde se edita Contralínea) y de domicilios particulares de reporteros y directivos, espionaje telefónico con el propósito de descubrir a nuestros informantes, detenciones arbitrarias, juicios amañados, vetos publicitarios ordenados por burócratas que manejan el presupuesto público como si fuera su patrimonio personal.
Uno de los momentos más tristes para este equipo fue en septiembre de 2011, cuando asesinaron a nuestras queridas compañeras fundadoras de la revista, Marcela Yarce y Rocío González Trapaga, a manos de delincuentes que les robaron dinero. En este vil feminicidio los cuerpos de las dos periodistas fueron desnudados y tirados en un parque por la zona de Iztapalapa, al Sur de la Ciudad de México. En este caso particular la policía logró en 1 mes detener a los responsables y los envió a prisión. Nosotros, como reporteros, seguimos pendientes de que algún togado no burle la justicia y pretenda dejar libres a los culpables, como sucede en muchos otros homicidios.
Otro hecho grave que nos advierte de los peligros constantes que se viven en nuestro oficio, fue la emboscada que sufrieron otros dos reporteros de Contralínea, Érika Ramírez y David Cilia, cuando montados en una caravana de paz pretendían llegar hasta el pueblo místico de San Juan Copala, a 20 kilómetros del municipio de Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca, en donde la población indígena triqui vive en la zozobra y bajo amenaza de muerte constante por grupos paramilitares y bandas que disputan el poder, para recibir los beneficios económicos presupuestales que anualmente se entrega a los municipios.
Los responsables de aquella agresión en contra de la caravana de paz siguen libres. Diez sujetos con armas de alto poder dispararon indiscriminadamente en contra de los ocupantes de varios vehículos que sólo llevaban comestibles y medicinas a los indígenas de esa comunidad triqui, y asesinaron a los activistas Jyri Jakkola y Bety Cariño, e hirieron a varias personas más. Entre los heridos estaba nuestro compañero fotógrafo David Cilia, quien recibió tres heridas de bala, y junto con la reportera Érika Ramírez lograron huir hacia las montañas oaxaqueñas, en donde permanecieron escondidos y sin alimentos por espacio de 3 días, hasta que un grupo de seis periodistas de Contralínea fueron a su rescate y los encontraran con vida.
Dos semanas después de esa agresión armada a periodistas, activistas y defensores de derechos humanos, otro equipo de reporteros de nuestra publicación ingresó de madrugada hasta el pueblo de San Juan Copala en medio de disparos de metralleta, y ahí se pudo comprobar el estado de sitio en el que vivía la población que se negaba a abandonar sus viviendas, y que posteriormente fue desplazada. Por primera vez un medio de comunicación recababa testimonios directos de los indígenas que estaban atrapados en medio del fuego cruzado de armas de alto alcance.
En estos 14 años de periodismo de investigación también han habido momentos gratos. Uno de ellos fue aquel trabajo de campo en el cual los reporteros viajaron a 14 municipios y sus pueblos recónditos diseminados en cinco estados de la República, clasificados por Naciones Unidas como los más pobres del país. Los periodistas dieron testimonio de la miseria extrema en la que viven comunidades principalmente de origen indígena y a donde las supuestas ayudas gubernamentales nunca alcanzan a llegar.
Cómo olvidar también aquellos cierres de edición que terminaban hasta el día siguiente en cantinas y bares del centro de la ciudad, en donde nadie hablaba otra cosa que no fuera de periodismo y de cómo hacer para que las cosas mejoren.
Aún recuerdo aquel día de hace 14 años cuando toda la redacción se trasladó a la ciudad de Puebla para recibir el primer número de Contralínea que directamente escupía la enorme rotativa en los talleres de nuestro amigo Armando Prida, quien los primeros 6 meses nos dio una línea de crédito para hacer posible aquel sueño de nuestro proyecto periodístico independiente.
De entonces a la fecha hemos enfrentado con dignidad los embates y las amenazas, lo mismo del poder presidencial que de sus secretarios de Estado, de los órganos de inteligencia civil y militar, de empresarios corruptos acostumbrados a mamar del poder público, de políticos trasnochados que adoran el autoritarismo, de burócratas que abusan del poder y trafican con influencias, de líderes charros, de criminales y delincuentes dispuestos a todo.
Por todo esto, el número 500 de Contralínea lo dedicamos a nuestros lectores, a quienes nos debemos por siempre y en quienes confiamos, porque nunca nos han dejado solos y nos han acompañado lo mismo en situaciones difíciles que en momentos de celebración como el que ahora vivimos. Sigamos avanzando juntos. Hoy más que nunca nos necesitamos.
Miguel Badillo
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: Oficio de papel]
Contralínea 500 / del 08 al 13 de Agosto 2016