Eduardo Camín Nodal*/Centro de Colaboraciones Solidarias
El desarrollo del capitalismo en el campo se produjo en forma desigual en un proceso que, por un lado, arrasó con formas colectivas de producción y, por otro, las mantuvo en condiciones de atraso y subsistencia.
Según la época, el espacio y la organización social de los pueblos, la gestión de la tierra y los territorios ha tomado distintas formas. Algunas comunidades han priorizado el uso colectivo de la tierra y continúan preconizándolo. Para los pueblos indígenas la venta de la Madre Tierraes inimaginable.
Es esencial priorizar por más allá de la propiedad privada la función social de la tierra, la tierra como lugar de vida. Por lo general, los derechos de propiedad relativos a la tierra se conciben sin tener en cuenta los derechos humanos. Sin embargo, se trata de una cuestión esencial. Los derechos relativos a la tierra tienen un impacto real sobre el disfrute del derecho a la alimentación, la vivienda, la salud, el trabajo, a un medio ambiente saludable, al desarrollo. Sin acceso a la tierra, muchas comunidades están privadas de sus medios de subsistencia.
No es exagerado decir que el disfrute de todos los derechos humanos depende de políticas y legislaciones relativas a la tierra. La ausencia de reformas agrarias y prácticas como desplazamientos forzosos, apropiación de tierras a gran escala, reglas comerciales desiguales, especulaciones bursátiles sobre los productos alimentarios, destrucción del medio ambiente, discriminaciones y exclusiones ejercidas respecto a las familias campesinas y a otros productores de alimentos suponen una fuente de violaciones de derechos humanos. Es en este contexto en el que se debe analizar la reivindicación de los campesinos con relación a la tierra.
En una reflexión sobre el desastroso estado actual del medio ambiente, su contaminación y destrucción, Francisco Chatel, intelectual latinoamericano, exhorta a la humanidad pidiéndole que “deje de comportarse como si la naturaleza le perteneciera” y busca respuestas a las siguientes preguntas: “¿Hay que contar con la naturaleza o no? Tenerla en consideración, sí, pero ¿cómo? Ignorarla y terminar de explotarla hasta destruirla, ¿es esto concebible? Y lo que se haga, ¿se hará de acuerdo con las poblaciones? ¿De una manera verdaderamente democrática?”.
Esto es lo que constata Olivier de Schutter, relator especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre el derecho a la alimentación, en su último informe sometido al Consejo de Derechos Humanos: en el plano medioambiental, la revolución verde del siglo XX con sus métodos industriales de producción agrícola “llevó a un incremento de los monocultivos, y en consecuencia a una pérdida considerable de la biodiversidad agrícola así como a una aceleración de la erosión del suelo. El uso excesivo de fertilizantes químicos contaminó el agua dulce, aumentando su contenido en fósforo, que se tradujo en un incremento estimado del ingreso de fósforo en los océanos […] emisiones de gases de efecto invernadero […]. Aumentar el rendimiento por sí solo no basta. Toda metodología para aumentar el rendimiento que ignore la necesidad de la transición a una producción y un consumo sostenibles, y la reducción de la pobreza rural, no sólo será incompleta sino que también tendrá repercusiones perjudiciales, empeorará la crisis ecológica y aumentará la brecha entre las diferentes categorías de productores de alimentos.
Hay una sobreproducción de alimentos en el mundo. Si cerca de 1 mil millones de personas pasan hambre, no es a causa de una falta de alimentos, sino porque están mal distribuidos, y una inmensa mayoría no tienen medios para procurárselos. A simple vista, no parece evidente el vínculo entre el derecho a la tierra y la cuestión del despilfarro y de la calidad de los alimentos. Sin embargo, hay una correlación entre ellos, ya que las tierras fértiles están sometidas cada vez a más presiones con la promoción de los monocultivos y la utilización a ultranza de la química. Estos procedimientos no sólo destruyen el medio ambiente sino que además usan mucha energía no renovable y muy a menudo se utilizan con malos propósitos según la lógica del beneficio personal y no de la necesidad colectiva.
Eduardo Camín Nodal*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Periodista; jefe internacional de El Hebdolatino, Ginebra, Suiza
[Sección: Opinión]
Contralínea 440 / del 08 al 14 de Junio 2015
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