Ariel Noyola Rodríguez*/Gabriela Riveros Medina**
La sobreproducción en el ámbito mundial, la caída de la demanda debido a la desaceleración del crecimiento global, el alza de las cotizaciones del dólar, así como la explotación a través del aceite que otorga el hidrocarburo esquisto bituminoso (grupo de rocas sedimentarias con la suficiente abundancia en material orgánico querógeno como para producir petróleo a través de la destilación), son factores que han repercutido en la caída sostenida de las cotizaciones del oro negro desde mediados de 2014.
Todo parece indicar que la cotización del energético seguirá enfrentando presiones a la baja en el corto plazo, o al menos con tarifas muy por debajo de las observadas entre 2002 y junio del año pasado (después de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, las cotizaciones del mercado petrolero mundial se desplomaron, meses después volvieron aumentar ante el valor refugio que los títulos vinculados al petróleo representaron para las inversiones en la esfera financiera).
Hay que destacar que la caída en los precios del petróleo (así como del resto de los commodities, a excepción de los alimentos) no se trata únicamente de una fluctuación menor, sino que constituye, en realidad, una tendencia crónica y de largo plazo que nos plantea un nuevo escenario geopolítico global. ¿Qué naciones se ven perjudicadas y cuáles se ven beneficiadas tras este nuevo ordenamiento que podría revolucionar, de manera paulatina, el mapa energético mundial?
Dentro de los beneficiados se encuentran a grandes rasgos los mercados importadores de crudo. En esencia, los territorios donde se encuentran los mayores yacimientos de shale oil o lutitas bituminosas del mundo, posicionándose Australia en primer lugar, seguido de cerca por la Federación Rusa, Estados Unidos, Argentina y Libia, según datos de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por su sigla en inglés).
No obstante, debido tanto a factores económicos como medioambientales, ninguno de estos países (a excepción de Estados Unidos) ha destinado un monto de inversiones significativo para el desarrollo tecnológico en la exploración y explotación de estas piedras metamórficas arcillosas procedentes de la fauna y la flora acuática. Es, por lo tanto, Estados Unidos quien se encamina a posicionarse, de manera aparente, como el productor mundial de referencia gracias al aumento sostenido de su producción desde 2013.
Sin embargo, en cuanto los efectos derivados de la caída de los precios, los casos de Estados Unidos y la Unión Europea ameritan especial atención. Si bien es cierto que por un lado los ingresos de las familias se han visto aliviados por la caída del precio de las gasolinas, por otro lado no obstante, el desplome en las cotizaciones de los productos energéticos ha consolidado la deflación (caída de precios) de la economía en su conjunto y con ello, incrementado los riesgos de caer en una recesión prolongada o peor aún, una depresión económica.
Asimismo, dentro del grupo de naciones más perjudicadas se encuentran Rusia, Irán, Argelia y Arabia Saudita. Mientras que en América Latina destacan los casos de Venezuela y Ecuador, entre otros países. No obstante, esta disminución en los ingresos parece no afectar tan gravemente a Arabia Saudita (líder mundial en la extracción de petróleo a través de fuentes convencionales), que optó por descartar una reducción en la producción del oro negro en el marco de las reuniones de la OPEP como vía para evitar el desplome de las cotizaciones, aceptando incluso, disminuir la tarifa de precios a sus clientes asiáticos.
La jugada estratégica del país árabe tiene dos objetivos. En primer lugar, busca conservar su cuota de venta en el mercado petrolero mundial. Y en segundo lugar, constituye un intento por desestabilizar económicamente a Irán, país con el cual mantiene una histórica relación disonante por poseer mayorías musulmanas chiítas en vez de seguidores sunitas, que es como entiende al Islam el Reino Saudí.
Sin embargo, la estrategia únicamente privilegia los intereses de la Tierra de las Mezquitas Sagradas, mientras que al mismo tiempo provoca graves desequilibrios económicos en los demás miembros de la OPEP. Venezuela y Ecuador, países que pertenecen a la región con la segunda reserva petrolera más importante del mundo, sólo después de Oriente Medio, han sido testigos del desvanecimiento de una tercera parte de su principal fuente de ingresos.
En la actualidad, Venezuela obtiene 96 por ciento de sus divisas de las exportaciones de crudo. Según cálculos de Barclays, cada vez que el precio del barril se reduce en 1 dólar, el país deja de recibir alrededor de 720 millones de dólares al año. Por otro lado, según los datos más recientes del banco central de Ecuador, las exportaciones cayeron en 805 millones de dólares entre 2013 y 2014. En consecuencia, el gobierno del presidente Rafael Correa anunció recortes por un monto de 1 mil 420 millones de dólares al presupuesto de 2015.
¿Deja esta experiencia algún aprendizaje para Sudamérica? Es indudable. Se ha vuelto imperativo generar una mayor diversificación en la composición del comercio exterior. Los gobiernos de la región deben concentrar sus esfuerzos en la construcción de cadenas industriales y tecnológicas horizontales que promuevan, en la medida de lo posible, la producción de bienes de alto valor agregado.
Asimismo, es necesario poner en marcha cuanto antes el Banco del Sur, ampliar los recursos del Fondo Latinoamericano de Reservas y masificar el uso del Sistema Único de Compensación Regional, los tres pilares de la arquitectura financiera sudamericana que, de manera decisiva, ayudarían a capear el temporal que amenaza con subsumir a las economías de la región.
Hay que destacar que el petróleo no sólo cumple una función energética, sino que además actúa como un arma de orden geopolítico. La caída de los precios del crudo (es necesario enfatizar que no sólo deriva de la recesión global sino a una estrategia política a largo plazo impulsada por el capitalismo central) dejó al descubierto el carácter vulnerable de las economías sudamericanas, las cuales no han generado estructuras productivas que estimulen la ampliación del mercado interno ni el aumento de los flujos de comercio e inversión al interior de la región, para así enfrentar con mayor resiliencia las fluctuaciones a la baja del ciclo económico.
En lugar de ello, se han orientado (a través de la imposición por golpes militares) hacia una mayor dependencia de las exportaciones, situación que aunada a la revalorización del dólar, aumenta de manera exponencial las deudas externas denominadas en la divisa estadunidense de los países periféricos.
En conclusión, a 6 años de distancia del inicio de la crisis, la tendencia deflacionaria cobró fuerza y alcanzó las cotizaciones del mercado petrolero mundial. Los efectos del desplome son diferenciados entre países; y en el caso de las economías suramericanas, reproducen su carácter dependiente en el mercado mundial al transferir parte del 0.5 por ciento del producto interno bruto global a las economías industrializadas. Esta problemática no sólo afectará a Suramérica: también podría disminuir la demanda de manufacturas importadas desde China y Europa, lo que repercutiría en una espiral deflacionista de mayor vigor en el viejo continente.
Finalmente, el escenario geopolítico global, más que favorecer cambios de posiciones en el sistema internacional, apuntalará la conformación de zonas de influencia y dominación internacional, situación que las economías latinoamericanas podrán encarar mejor a través del reforzamiento de los procesos de integración regional, que dotan de un mayor poder de negociación frente a otros bloques en la toma de decisiones. En definitiva, sumar esfuerzos y comprometer una agenda regional es quizás una de las vías para salir avante en medio de la guerra de precios y crisis mundial que nos aqueja.
Ariel Noyola Rodríguez*/Gabriela Riveros Medina**
*Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México
**Economista egresada de la Universidad de Santiago de Chile
[Sección: Opinión]
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