Dos rasgos definen al conservadurismo católico: por un lado, se opone al Estado laico o ajeno a cualquier religión, y, por otro, es afín a fuertes intereses económicos.
Los conservadores, interesados en fortalecer los privilegios corporativos del clero, defienden también la intervención clerical en todos los ámbitos de la vida institucional, desde la educación pública hasta la milicia, esto último mediante la instauración de los llamados obispados castrenses y capellanías militares.
El otro rasgo del conservadurismo es la afinidad con sectores económicamente poderosos que deriva de su historia, pues las que ahora se llaman “ideas conservadoras” tienen su origen, en América Latina, en la conquista española, que implantó el catolicismo, a la vez que la despiadada explotación mediante la fuerza de las armas.
La Iglesia conservadora no es una iglesia para los pobres, sino aliada de los grupos de poder dentro y fuera de esa institución; así ha sido siempre.
Los políticos conservadores, generalmente militantes de la derecha, suelen estar ellos mismos involucrados en el mundo empresarial, siempre proclive a los negocios fraudulentos.
Casos significativos de ello fueron los escandalosos fraudes cometidos en España durante el franquismo y los perpetrados en México durante los 2 sexenios panistas.
El conservadurismo católico es una ideología con antiguas raíces, cuya influencia ha pervivido en mayor o menor grado en países diferentes de América Latina.
Mientras que en naciones de centro y Suramérica la Iglesia Católica ha mantenido en buena medida su primacía en las leyes y en las instituciones, en México la reforma liberal del siglo XIX logró minar significativamente esa hegemonía.
A la fecha, en Costa Rica, la religión católica sigue siendo la oficial, mientras que en muchos otros países goza de subsidios y prebendas, y es usual encontrar monumentos dedicados a la memoria de los conquistadores.
Desde luego el conservadurismo existía en el viejo mundo antes de la conquista de América, encarnado en la alianza del trono con el altar y en el consecuente rechazo de la revolución en general.
Precedida por la Independencia de Estados Unidos (1776), la Revolución Francesa (1789) fue la primera gran derrota de esa ideología, que desde entonces ha luchado infructuosamente contra la modernidad.
Aunque en Europa todavía hay monarquías y aristocracias, el conservadurismo, que se basa finalmente en la idea de dar marcha atrás a la historia, parece estar condenado irremisiblemente al fracaso en el mundo moderno.
En México, Salvador Abascal Infante, dirigente histórico del sinarquismo y uno de los más ortodoxos defensores del conservadurismo, resumió su esencia con una sola palabra: tradición.
El conservadurismo se enfrenta a la vez al liberalismo y al progresismo. Al primero, porque a la defensa de las libertades opone la de las verdades reveladas: John Suart Mill contra San Agustín, respectivamente. Al progresismo, por su ya mencionada reivindicación de la tradición. En este sentido, el conservadurismo fue en sus orígenes una concepción contrarrevolucionaria, opuesta a las revoluciones en general.
Se trata de oposiciones problemáticas. En el primer caso, resulta que algunos liberales a ultranza, que lo son también en el sentido económico, tienden a hacer alianzas, por lo demás contradictorias, con los conservadores religiosos con tal de defender la empresa privada.
En lo concerniente al progresismo, ésta es una noción relativa al momento histórico y a las circunstancias políticas.
En algunos aspectos, los “progresistas” del siglo XIX, por ejemplo, en lo referente a la moral sexual o familiar, podrían ser “conservadores” en comparación con las definiciones actuales; pero a la inversa, en cuanto a los ideales de igualdad y justicia social, en el mundo actual encontramos quizás más retrocesos que avances en comparación con el de mediados del siglo XX, cuando la existencia del mundo socialista atemperaba la expansión del capitalismo.
Sin embargo, en lo tocante a las libertades personales, el conservadurismo ha perdido terreno al grado de que sus propios defensores, que generalmente participan dentro de la derecha política, suelen defender sus ideas sólo en el terreno de los hechos, a la vez que rechazan, como si se tratara de la peor ofensa, los calificativos, correctamente aplicados, de “conservadores”, “tradicionalistas” o “derechistas”.
La agenda conservadora se ha ido haciendo más modesta con el paso del tiempo, y en ese sentido, el conservadurismo es una ideología en decadencia.
En el caso de México, a principios del siglo XX, los conservadores todavía proclamaban abiertamente su rechazo a la educación sexual y a la educación mixta, al divorcio, y promovían la censura moralista, exhibían abiertamente su homofobia y su misoginia.
Hoy ya no se atreven a pregonar abiertamente esas ideas y se concentran en encabezar luchas como la penalización del aborto, el rechazo al matrimonio homosexual, a la vez que en fortalecer la presencia de la jerarquía católica, predominantemente conservadora, en la sociedad y en el gobierno.
A lo largo del siglo XIX y principios del XX, los conservadores mexicanos todavía exigían la implantación de la religión católica sin tolerancia de ninguna otra; así como “el reinado de Cristo Rey”. A la fecha se conforman con promover que la Iglesia Católica recupere sus privilegios bajo la consigna de la “libertad religiosa”, pero dando cabida a la vez a las principales iglesias no católicas.
A la fecha, ningún país de América Latina admite en su constitución política la fórmula de la intolerancia abierta hacia las religiones no católicas.
En lo concerniente a la Santa Sede, mientras Juan Pablo II brindó un apoyo entusiasta a los grupos conservadores, de suerte que su discurso era una predicación cotidiana contra el aborto y los anticonceptivos, el papa Francisco, que pretende recuperar el protagonismo en los medios, se ha alejado, si no doctrinalmente, al menos retóricamente, de ese conservadurismo extremo y comprometido.
Su renovación de la Iglesia comenzó como una estrategia mediática, pero, para mantenerla con un mínimo de credibilidad, el actual pontífice tiene que abstenerse de mostrar de la misma forma que su predecesor polaco sus propios orígenes claramente conservadores.
Si bien el papa Francisco ha mantenido la posición tradicional de la Iglesia sobre el aborto y otros temas de moral sexual, al mismo tiempo ha marcado su distancia respecto de la actitud de su predecesor Juan Pablo II, quien era incondicional promotor de los grupos antiabortistas.
Incluso ha criticado en estos términos a los sectores conservadores: “No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible […] no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar” (www.24-horas.mx/francisco-critico-con-una-iglesia-obsesionada-con-el-aborto-y-gays/).
Por otra parte, paradójicamente, el desarrollo del capitalismo con su consecuente desdén hacia las aspiraciones espirituales en aras del éxito económico, presagia el fin de la religiosidad católica, a la vez que fortalece el poder económico del conservadurismo católico dentro y fuera de la Iglesia.
Sin embargo, el propio capitalismo ha traído consigo cambios radicales que son definidamente contrarios a la ideología conservadora: las nuevas tecnologías de la información promueven una conciencia más crítica, al igual que una mayor libertad sexual.
El internet y la telefonía celular permiten, sobre todo a las y los jóvenes expresar sus deseos y fantasías sin tener que sortear los mecanismos de la represión institucional: es natural que los adolescentes se envíen por sus teléfonos celulares mensajes eróticos más bien que de carácter devocional.
Esos mismos medios hacen posible que cualquier persona dé a conocer sus opiniones y críticas, que no suelen ser favorables al poder, mientras que los medios convencionales, por su naturaleza, requieren de grandes recursos económicos y de una relación cordial con quienes detentan el poder.
Un cambio igualmente radical y contrario a las ideas religiosas en general es el alargamiento de la vida humana, como consecuencia de los avances en la medicina.
Cuando la existencia es demasiado breve resulta insuficiente para satisfacer los deseos y ambiciones personales, y motiva el anhelo de una vida de ultratumba, mientras que la longevidad, con el deterioro gradual de las facultades humanas y el agotamiento de los proyectos de vida, suele implicar mucho sufrimiento, y muestra que no es tan deseable la “vida eterna” que el catolicismo promete a sus fieles, así como la religión egipcia la ofrecía a los faraones.
En su sentido más general, el conservadurismo puede tener también versiones no católicas: protestantes, por ejemplo, así como de otras variantes ideológicas, pues hay grupos que han querido combinar, por mencionar alguno, el nazismo o el fascismo con el conservadurismo religioso.
Esa simbiosis es frecuente en América Latina, donde algunos neonazis alegan que en estas latitudes el nazismo no puede ser de orden “histórico”, es decir, exactamente igual al que encabezó Hitler, sino que tiene que asimilarse al catolicismo y al criollismo: la versión autóctona del racismo.
En el ámbito del protestantismo hay también corrientes que niegan el Estado laico y que pregonan la supremacía de las normas religiosas, así como de los intereses económicos.
Ese conservadurismo protestante suele reivindicar concepciones fundamentalistas, entendidas como la creencia en la verdad literal de pasajes bíblicos y en supuestas “verdades fundamentales” del cristianismo, como el nacimiento virginal de Cristo y la resurrección física de los muertos (Edgar Royston Pike, Diccionario de religiones, Fondo de Cultura Económica, México, 1978).
Por su radicalismo, el conservadurismo protestante ha estado vinculado a las prohibiciones puritanas: la ley seca, a principios del siglo XX o las prohibiciones legales de prácticas sexuales (la sodomía, por ejemplo), normas todavía vigentes en algunas entidades de Estados Unidos.
Asimismo, algunas versiones del protestantismo son más afines al capitalismo que el catolicismo, pues valoran positivamente el éxito económico por sí mismo.
Recientemente ha estado de moda entre algunos sectores feministas llamar “fundamentalismo” al conservadurismo católico, pero si bien entre los conservadores católicos ha habido fundamentalistas (como el caso ya citado de Salvador Abascal y de algunos de sus hijos), en el catolicismo, religión eminentemente jerárquica, tiene un lugar central la autoridad del papa, más que la consulta directa y personal de los textos bíblicos.
A lo largo de la historia, el conservadurismo católico ha encarnado en organizaciones civiles, en sectores de la jerarquía católica, en partidos políticos e incluso en gobiernos.
En el caso de México, la larga cadena de exponentes del conservadurismo, luego de la época colonial, incluye a Lucas Alamán y a los conservadores del siglo XIX, organizaciones como la Asociación Nacional Cívica Femenina, Provida, la Unión Nacional de Padres de Familia, El Yunque, etcétera; los sinarquistas, que tuvieron afinidades con el fascismo o el Partido Acción Nacional (PAN), creado en 1939 y que hasta la fecha es el terreno favorito de participación política de los católicos conservadores.
También hay organizaciones conservadoras internacionales, como los Caballeros de Colón, los Legionarios de Cristo, el Opus Dei, el Sodalicio de Vida Cristiana, etcétera.
De los gobiernos regidos por el conservadurismo católico, el caso emblemático es el de Francisco Franco, quien gobernó España de 1939 a 1975; y en México, los gobiernos de Victoriano Huerta, los asesinos Francisco I Madero y Felipe Calderón, este último que además de desatar la absurda y sangrienta “guerra” contra el narco, se esforzó por poner todas las instituciones al servicio del clero, lo mismo que gobiernos estatales del PAN en entidades como Guanajuato y Jalisco.
Del conservadurismo protestante son típicos gobiernos como los de Ronald Reagan y George Bush, en Estados Unidos, este último igualmente fanático y genocida que el expresidente mexicano panista Felipe Calderón.
Edgar González Ruiz*
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
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