Es claro que Estados Unidos está en declive, su sistema es obsoleto. La crisis golpea a la gente. La pandemia, el desempleo, la falta de vivienda, la drogadicción, la delincuencia, el racismo son cada vez más agudos. Dicen que Estados Unidos ya es una República Bananera, la expresión suena cómica, pero el asunto es más grave y profundo.
El 6 de enero de 2021, un asalto violento suspendió la sesión en la que ambas cámaras iban a declarar presidente electo a Joe Biden. El zafarrancho provocó cinco muertos. El Departamento de Defensa tuvo que activar a unos 6 mil 200 efectivos de la Guardia Nacional de seis estados del noreste: Virginia, Pensilvania, Nueva York, Nueva Jersey, Delaware y Maryland, en apoyo a la policía del Capitolio y otras fuerzas del orden en Washington tras los violentos disturbios. Con el apoyo de la Guardia Nacional, ambas cámaras lograron hasta el jueves 7 ratificar oficialmente la victoria electoral de Joe Biden. Por fin lo lograron. Es claro que el establishment nunca aceptó a un outsider como Trump. Aun así, todavía grupos de ultraderecha anuncian un ataque armado el 19 de enero.
Donald Trump torpemente intentó dar un golpe de Estado pero a la hora de la verdad no lo apoyó ni su vicepresidente Mike Pence y menos el Ejército, también la cadena conservadora Fox le dio la espalda. El sistema estadunidense muestra así grandes rupturas y fracturas, y la clase dominante está dividida. Ya no pueden conciliar sus intereses en el marco político actual, aunque bien que se unen siempre cuando se trata de reprimir al pueblo que exige una transformación profunda y la renovación democrática.
Es patético cómo blindaron el Capitolio contra los manifestantes de Black Live Matters, mientras que los trumpistas entraron sin problemas e impiden una sesión constitucional. Está claro que todo estaba planeado por grupos complotistas. Trump fue muy lejos. No iba a tener éxito. Antes, el domingo 3 de enero, en el diaro The Washington Post, en un desplegado, 10 exsecretarios de Defensa, incluso James Mattis y Mark Esper, que fueron nombrados y despedidos por Trump, advirtieron al actual secretario de Defensa, Christopher C Miller, que no se atreviera a declarar Ley Marcial o de dar un Golpe de Estado, porque sería penado judicialmente.
Aun así Trump incitó a sus partidarios a manifestarse y ejercer presión al máximo sobre los congresistas que iban a calificar la elección. Promovió 60 demandas y ninguna prosperó. Entonces decidió ir adelante y buscar desesperadamente formas de mantenerse en la Casa Blanca. Finalmente, hasta la tarde del jueves 7, luego de hechos consumados, Donald Trump publicó un video en el que se deslinda por primera vez del ataque de sus simpatizantes al Capitolio. Aseguró que ahora se enfocará en una “transición pacífica del poder” para el próximo 20 de enero.
Cada vez se aisló más. Incluso peleó con su procurador Barr y ahora con su vicepresidente Mike Pence. Por ello tuvo que recurrir a los trumpistas de base, como su último reducto. No se descarta que él, o alguien de su círculo íntimo, pueda estar ya haciendo campaña para las elecciones de 2024. Se habla hasta de su hija Ivanka o su hijo Donald como posibles candidatos. Quieren tener a la masa de sus simpatizantes, muchos de ellos armados, listos para una lucha futura por el poder. Observemos que el movimiento fue nacional: en varios estados los trumpianos cercaron los capitolios. Aunque con este fracaso Trump cayó al barranco el trumpismo sobrevive.
Según informan varios medios estadunidenses, fue el “número dos” quien forzó el cambio y no Trump, como en un principio declaró la Casa Blanca. El vicepresidente Pence ordenó desplegar a la Guardia Nacional, ha confirmado el secretario de Defensa Chris Miller. Es impactante que movilizaron fuerzas de la Guardia Nacional de seis estados y no de Washington. Se sabe que gran parte de la policía es trumpista. A Trump, la cúpula política lo dejó solo, pero no hay que olvidar que tuvo 74 millones de votantes. Hay descontento generalizado contra ambos partidos y necesidades no satisfechas de la población.
El problema de fondo es cómo se seleccionan y se eligen los candidatos y el que las elecciones son mediáticas y de dinero, solo por eso un “loco”, “narcisista”, como Trump pudo llegar al poder. El asalto al Capitolio exhibe a un sistema político y electoral antidemocrático y antipopular. Por ello la exigencia de la renovación democrática y una nueva Constitución. La “mejor democracia del mundo”, como la definen los pro-yankis, no es democracia, y ahora esta verdad queda develada claramente ante el mundo. El pueblo de Estados Unidos tiene que construir la verdadera democracia. Queda claro que en el fondo no hay democracia en ese país. Hay quienes dicen que se trata de una plutocracia, bancocracia o cibercracia; en realidad es una corporocracia, donde dominan absolutamente las corporaciones y en primer lugar las de producción bélica.
En un momento congresistas apelaron a la Enmienda 25 que transfiere el poder al vicepresidente si el mandatario no tiene capacidad para hacer su trabajo. También Nancy Pelosi planteó iniciar otro procedimiento de impeachment para destituir al presidente, pero el Congreso ya se fue de vacaciones sin comenzar el proceso. Por otro lado, Mike Pence se ha negado a impulsar la Enmienda 25 a pesar de la presión de los demócratas.
Ahora en términos formales el Partido Demócrata tiene el control del Senado con el triunfo en Georgia del pastor bautista Raphael Warnock y el documentalista Jon Ossoff. Todo está cambiando. En Georgia, donde nunca ganan los demócratas, obtienen los dos asientos en el Senado, y por primera vez en la historia gana un afroamericano. Recordemos que es un Estado sureño de lo más reaccionario. Warnock además es propalestino y de posiciones avanzadas. Aunque, claro, también ganó el cineasta Jon Ossoff quien es israelita. Tiene 33 años y es el senador más joven electo desde 1973.
Los demócratas tendrán la Presidencia y ambas Cámaras por primera vez en 60 años, pero el proceso constitucional en Estados Unidos está en crisis. Hace años existe una guerra civil soterrada y ahora se agudizan más las contradicciones. El modelo diseñado hace más de 200 años está en crisis terminal. Los dos partidos están enfrentados y fracturados internamente. También hay divisiones por el racismo imperante, choques culturales entre los wasp (White, Anglo-Saxon and Protestant) y los de culturas afroamericanas, musulmanas, mexicanas y latinoamericanas. Las Fuerzas Armadas y las corporaciones policiacas también están divididas, con peligro de secesión. En California se habla del Calexit; en Texas del Texit, también del New Jersexit. Es decir, está latente una fragmentación de la que pueden surgir de 11 a 13 países. Todo está en riesgo.
Lo sucedido nunca había acontecido en la historia. El Capitolio había sido tomado en 1814 por los colonialistas ingleses en la guerra iniciada en 1812, cuando incendiaron Washington. Luego en 1954 patriotas de Puerto Rico asaltaron el Capitolio, eran sólo cuatro nacionalistas. Fueron apresados y condenados a 25 años de cárcel. Los independentistas portorriqueños realizaron una acción impactante. Lo hicieron para llamar la atención y demandar la independencia de Puerto Rico que sufría y sufre todavía una situación colonial. Lolita Lebrón fue detenida y cumplió 25 años en prisión, hasta ser liberada por un indulto del presidente Jimmy Carter. También Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa fueron condenados a largos años de cárcel. Al irrumpir en el Congreso, Lolita gritó: “¡Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico!”.
Lo de ahora es diferente. Es la primera vez que estadunidenses asaltan el Congreso, incitados por el propio presidente que los convocó y luego tardó largas horas en pedir: “ya se pueden ir a casa”. Lo anterior al no conseguir aliados para consumar el golpe de Estado.
El sistema político y electoral de Estados Unidos es obsoleto y sólo sirve a las grandes corporaciones. Es claro que existen fraudes, como el que le hicieron a Bernie Sanders. De modo que hace falta una nueva Constitución y una renovación democrática. Hoy el pueblo estadunidense, en un movimiento de millones de personas, busca alternativas por la verdadera democracia en todo el país. Ha fracasado el bipartidismo que no deja otra opción que no sea votar por Coca-Cola o Pepsi-Cola, demócratas o republicanos, dos caras de la misma moneda en el bolsillo de los oligarcas. Lamentablemente es previsible que los hechos del 6 de enero sirvan para justificar la represión en contra del auténtico movimiento popular en Estados Unidos.
Lo que suceda en Estados Unidos va a afectar a todo el mundo; por supuesto a Latinoamérica y el Caribe, particularmente a México. No sólo porque los mexicanos seamos sus vecinos con una frontera de 3 mil 169 kilómetros, sino fundamentalmente porque los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN) nos colocaron en una situación de dependencia: económica, social y política. Ellos nos condujeron a una integración subordinada y a abandonar la soberanía nacional para colocarnos a la cola de la “región norteamericana”. La situación en México es de vulnerabilidad. Lo que acontece en Estados Unidos afecta directamente a los 45 millones de mexicanos que se encuentran dentro de ese país y a los 130 millones que están en nuestro propio territorio. Más aún, si la guerra civil que de forma soterrada lleva años en el vecino del norte se transforma en una guerra civil abierta. Es hora que México tenga un desarrollo soberano y no atado a quien va directo al precipicio. Es el momento de romper cadenas de dependencia hacia Estados Unidos y darnos cuenta de que no le conviene a México entregarse a un vecino en caída libre. Es hora de la soberanía nacional y popular.
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
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