El anuncio de la apertura de relaciones diplomáticas entre Panamá y China Popular fue tardío y recibido por los diferentes sectores sociales panameños con bastante displicencia. ¿Por qué? Desde 1972 -hace 45 años- se esperaba el anuncio. En aquella fecha Estados Unidos rompió todos los diques de contención cuando el presidente Mao Tse-Tung recibió a Richard Nixon en Pekín. En América Latina, Cuba tiene relaciones diplomáticas con el gigante asiático desde 1960. Chile y Perú las establecieron en 1971.
La decisión del gobierno del presidente Juan Carlos Varela puso fin a la diplomacia de la ‘chequera’ que tenía Panamá con la isla rebelde de Taiwán, que oficialmente aún pretende representar a toda China. Los actuales gobernantes en Taipei reaccionaron ante el anuncio de Panamá denunciando al gobierno y quemando banderas panameñas.
En 1972, EU abrió sus relaciones con China, en gran parte por razones geopolíticas. Nixon vio la posibilidad de arrinconar a la Unión Soviética, el principal enemigo de EU durante la Guerra Fría. Por su lado, Pekín necesitaba oxigenar su marcha hacia la autonomía y desarrollo para sacarla del atraso que la caracterizó durante casi dos siglos. El balance histórico parece inclinarse a favor de la audacia de los dos gobiernos, quizás un poco más del lado chino.
En 2017 la apertura entre Panamá y China tiene significados distintos y probablemente redundará en otros beneficios. Es bastante claro lo que persigue China Popular estableciendo relaciones diplomáticas con Panamá: Pekín quiere extender la Ruta de la Seda euroasiática en la dirección opuesta, con el istmo panameño como su baluarte comercial y político en el hemisferio occidental. Le permitirá consolidar sus relaciones con toda la región latinoamericana, especialmente el Gran Caribe.
El Canal de Panamá es sin duda el máximo premio. China ya tiene un fuerte interés en los puertos de Balboa y Cristóbal. Está construyendo otro en la ‘isla’ Margarita. Además, es probable que empresarios chinos incursionen en inversiones logísticas en terrenos del antiguo polígono de Nuevo Emperador.
¿Cuál es la agenda del gobierno panameño frente a esta decisión histórica? El presidente Varela y su equipo no lo han hecho explícito. Tienen dos alternativas. Por un lado, seguir la pauta rentista y especuladora sentada por los gobiernos oligarcas panameños desde la independencia de España en 1821. La otra, promover una política que conduzca el país hacia el desarrollo integral nacional e incluyente que beneficie a todos los panameños. En otras palabras, la nueva relación con China Popular le permitiría a Panamá embarcarse en un proyecto audaz de dimensiones similares a la construcción del Canal de Panamá a principios del siglo pasado, pero con las manos firmemente sobre el timón.
El Canal de Panamá ha estado por más de un siglo al servició de la marina mercante mundial, dominada por EU, y los gobiernos han descuidado casi por completo el desarrollo nacional. Las inversiones chinas a principios del siglo XXI, sin duda, estarán en función del comercio mundial, aprovechando la ruta de tránsito del estrecho istmo de Panamá. Pekín percibe a Panamá como un eslabón más en su política global de reconstruir la Ruta de Seda. Quiere unir -gracias al Canal de Panamá- a Asia con el Atlántico, atravesando el Pacífico.
Las relaciones con China Popular le proporcionan a Panamá la oportunidad de salir del atraso y desarrollar una política marítima propia, audaz, de proporciones globales. Sin embargo, esa política -que incluiría la definición de rutas, el desarrollo de nuevas tecnologías marítimas, la construcción de naves con tecnología de punta y otras ventajas, tiene que descansar sobre una estructura social y económica sólida capaz de resistir los embates de la competencia mundial.
Para ello, Panamá necesita definir una política agroindustrial, logística y política audaz, que incluya a todos los panameños. El Canal y los excedentes que genera, sumado a las relaciones con China, le permitiría desarrollar (de manera sostenible) su potencial agrícola. Además, puede incursionar en áreas industriales competitivas. Para ello, tendría que construir nuevas carreteras y vías ferreas (‘trenes balas’) de frontera a frontera. También tiene que ser audaz y construir puertos en ambas costas del país para atender a los barcos que navegan por la vía interoceánica.
La otra alternativa, nefasta, es continuar con la política rentista -fracasada- de la oligarquía que se sienta a orillas del Canal esperando que caigan las migajas de los barcos que cruzan sus aguas.
Marco A. Gandásegui, hijo*/Prensa Latina
*Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos. Doctor por la Universidad del Estado de Nueva York. Coordina el grupo de trabajo de Estudios sobre Estados Unidos del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y el Observatorio sobre las Drogas de la Universidad de Panamá
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