Felipe Calderón Hinojosa fue el primer panista que llegó a Los Pinos, se dice con verdad e insistencia. Vicente Fox no era más que un advenedizo blanquiazul que de funcionario refresquero subió rápidamente debido a una crisis muy notoria del partido formado por Gómez Morín. Por lo tanto, el relevo que habrá en los próximos meses en la toma de posesión del Ejecutivo será la mayor afrenta que tenga Calderón ante sus militantes, sus ideólogos (Castillo Peraza en la memoria) y su progenitor (don Luis, quien desertó del panismo por su pragmatismo y falta de ideología).
Y ya se sabe que no hay afrenta más amarga que tender
la alfombra roja al enemigo. E incluso para mostrar “buena voluntad”, Felipe ha recibido a Peña Nieto antes de la calificación de las elecciones, le ha dicho que pueden realizarse algunas reformas que necesitará el priísta y hasta le ha comprado un nuevo avión presidencial, lo cual es un insulto pues supera en costo y en funciones a la aeronave del presidente estadunidense Barack Obama.
Estas acciones, para algunos, muestran que Calderón no se irá de México y espera, con presiones, manejar al Partido Acción Nacional (PAN) en los siguientes años. Tanto así que algunas fuentes que reciben boletines oficiales del gobierno han señalado que Felipe lo que pretende es sacar nuevamente del gobierno, en 2018, al tan odiado aliado –extraña paradoja– Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Será difícil que el funcionario responsable de cerca de 80 mil muertos se quede en nuestro país a realizar tareas personales. Ello porque los cárteles del narcotráfico lo tienen en la mira. Asimismo muchos sectores, incluidos los militares, están molestos con la actuación política de quien ahora goza de muchas ventajas. Sin embargo, en diciembre no contará más con la amplia protección familiar y personal que requiere.
Lo aparentemente insólito es que Felipe ha realizado una amplia cruzada en julio. Es cierto que siempre ha metido la cuchara en su partido: lo mismo expulsando a dirigentes (Manuel Espino), designando presidentes (Germán Martínez Cázares y César Nava), tratando de sacar adelante a sus candidatos (Ernesto Cordero), imponiendo legisladores (su hermana Luisa María Cocoa Calderón, Mariana Gómez del Campo, Roberto Gil y una lista mayor), vetando a sus aparentes rivales (Juan José Rodríguez Prats y Santiago Creel), ignorando las propuestas de otros (Javier Corral) y atacando a sus críticos a través de medios diversos (Manuel Clouthier)…
En fin, efectuando un trabajo del cual el PRI se sentía el único maestro. Una buena cantidad de críticos han señalado, con bastante razón, que el Partido de la Revolución Democrática es muy parecido al viejo partidazo. Asombrosamente ninguno ha dicho que el PAN, que tiene una alianza desde la época de Carlos Salinas, por medio de Diego Fernández de Cevallos y el considerado muy honorable Luis Héctor Álvarez, ha seguido políticas y acciones tricolores en muchos asuntos, incluso superando la arbitrariedad del llamado dinosaurio.
Y el recuento de agravios a panistas nuevos y viejos lo traemos a colación porque Calderón quiere determinar quién debe conducir al PAN en los siguientes años. Tanto, que desea adelantar el congreso panista antes de que termine su gestión federal para influir en el resultado. Pero no la tiene fácil quien considera que Josefina fue derrotada en las pasadas elecciones por intentar distanciarse de la política trazada en Los Pinos y “sentirse diferente”. También Felipe sentenció que la mayoría de los candidatos que aspiraron a un puesto eran “pigmeos”, sin considerar que su imposición en el Distrito Federal de la señora Isabel Miranda de Wallace hizo el gran ridículo, puesto que obtuvo el tercer lugar, muy debajo de las votaciones panistas.
Frente a la intromisión del Ejecutivo en la organización de derecha que intentaba ser una voz contra las imposiciones, se han levantado una serie de personajes dentro y fuera de su agrupación que llaman a impedir que Calderón logre su deseo de manejar a su antojo a Acción Nacional.
Javier Corral ha dicho que el propósito de Calderón es “una desmesura y una deslealtad a los principios” de su organización. Rodríguez Prats comentó que “se arraigó tan fuerte la cultura priísta, que el PAN la imitó”, y no se olvide que él militó en el priísmo antes de ser panista (ambos en Proceso, número 1865).
Para Manuel Espino, Felipe trata de continuar usando al PAN “aun cuando ya lo ha colocado en el peor momento de su historia” (El Financiero, 31 de julio de 2012).
Y hasta el irónico y sapiente Catón (Reforma, 31 de julio de 2012) dice al respecto: “don Felipe debe ya desasirse de su partido, si es que no quiere desaparecerlo”. Y comenta que es necesario darle una embajada, pero en donde se hable español, pues afirma “entiendo que don Felipe no domina el idioma inglés”, algo que se manifestó en varias ocasiones en que usó el lenguaje de Hemingway.
¿Por qué ante esos reclamos y muchos otros Calderón quiere manejar el PAN? ¿Será acaso porque dijo en una ocasión que su esposa Margarita Zavala sería una buena candidata para 2018?
No lo creo. Para los políticos lo importante es tener cotos de poder, supuestos alfiles en muchos lugares –ya aparentemente los tiene en la siguiente legislatura– para realizar acciones futuras. Pero se olvidan de que muerto el rey pocos siguen sus consejos. Aunque el mal ejemplo de Carlos Salinas, quien continúa haciendo grillas diversas y su equipo manejando empresas y determinadas administraciones locales ha sido un cáncer más en un país donde la impunidad es el signo característico del binomio que alertó Luis Sánchez Aguilar: Partido Revolucionario Institucional-Partido Acción Nacional, en sus diferentes denominaciones.
*Periodista
Fuente: Contralínea 297 / Agosto de 2012