Ya sea que parezca anécdota, coincidencia o nada tenga que ver con ellas, lo cierto es que existen factores comunes entre el escritor, historiador y político Enrique González Pedrero (Villahermosa, Tabasco; 7 de abril de 1930) y Andrés Manuel López Obrador. Éste, ahora finalmente presidente constitucional que en el desempeño de su cargo aspira a encabezar la Cuarta Transformación. Es decir, la que siga a las que ha entendido como las tres primeras de la historia mexicana reciente: la Juarista de 1854-1872, la Maderista de 1910-1917 y la Cardenista durante el período 1934-1940; conforme a su lema Juntos Haremos Historia en el contexto de su cuarta gira ya realizada a través del territorio (tres electorales y la del agradecimiento).
Acerca de su nexo con González Pedrero, se debe decir que ambos son tabasqueños; y éste el autor de la trilogía: Santa Anna: país de un solo hombre. La iniciación política de AMLO se llevó a cabo durante el tiempo en que, siendo priísta, González Pedrero fue gobernador de la entidad: 1983-1987. Ahí inició López Obrador lo que ha sido su perseverante carrera gracias a su ambición de poder, para pasar de presidente del partido de la Revolución Democrática (PRD) a jefe de gobierno del entonces Distrito Federal. Y luego a ser tres veces candidato presidencial con el antecedente de haber formado el partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
El caso es que ambos, González Pedrero y López Obrador, están muy identificados; ya sea por el patriotismo de los dos, el conocimiento de la historia mexicana y la formación mutua de ideales al grado que, incluso López Obrador estudió en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde González Pedrero fue profesor y director dedicado a investigar historia y política acreditadas en los libros que ha publicado, rematando con el ya mencionado Santa Anna: país de un solo hombre.
Ignoro si se siguen visitando. Y más López Obrador a González Pedrero –debido a la avanzada edad de este último– pero a leguas se nota la influencia que el historiador dejó sobre el comportamiento del ahora presidente. Como sea, lo cierto es que de esa relación adquiere relieve que el presidencialismo mexicano, desde sus orígenes marcadamente con el santannismo, pasando por el mismo Juárez, Porfirio Díaz, Cárdenas; y del alemanismo al actual y agonizante peñismo, ha sido ejercido por el hombre-presidente de nuestro sistema-régimen. Y que como “herencia” lógica e inamovible reproduce en los gobernadores y presidentes municipales la misma característica con la que desempeña el cargo.
El resultado de esto es que nos hemos convertido en un Estado Federal-Centralizado. Una Federación como si fuera un Estado Unitario. Con más peso presidencial que contrapesos, ya que está comprobado que el Poder Legislativo se somete al presidencialismo, igual que la mayoría del partido presidencial. Y el Poder Judicial es relativamente independiente, ya que los nombramientos principales los hace el presidente en turno o el sucesor, o ambos, para seguir alimentando la tradición de ser el país de un solo hombre.
Desde las 11 entradas y salidas de la Presidencia por parte de Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón –mejor conocido como Antonio López de Santa Anna (1794-1876), cuyo primer periodo dio inicio el 16 de mayo de 1833–, a la fecha, cada uno de los presidentes en turno que ha transitado por el cargo y que en la mayoría de las veces ha sido a base de fraudes, manipulaciones y por medio de la controlada democracia representativa ha ejercido a cabalidad y en su favor el lema propuesto por González Pedrero. Y ahora con apoyo de la democracia directa, y ya como vasos comunicantes, Andrés Manuel López Obrador está en vías de ser también el presidente del país de solo hombre.
Y es que como antes los del PRI, el ya Presidente Constitucional tiene con Morena el control mayoritario del Congreso de la Unión y ha dictado medidas por implantarse para controlar al Poder Judicial. Ya los gobernadores se han sometido a su voluntad. Cuestiona a los órganos con autonomía, descentralizados y desconcentrados. Con su filiación evangelista, predica la mansedumbre. Quiere la unidad, no la unión, para poder llevar a cabo su Presidencia en el país de un solo hombre. Amenazando con el dilatado apoyo que tiene en la democracia directa agarrada con una mano; mientras en la otra tiene el mazo de la democracia representativa. Así que con eso, en este momento tiene el poder absoluto en el país de un solo hombre.
Álvaro Cepeda Neri
[OPINIÓN][CONTRAPODER]
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