Filólogo, filósofo e historiador, Joseph Ernest Renan (1823-1892) fue un gran estudioso del cristianismo, que analizó los orígenes de esa religión y en particular la vida de Jesucristo en su contexto histórico y considerándolo como un ser humano, con sus virtudes y defectos, no como un dios. Por ello, su libro Vida de Jesús (1863) originó reacciones furibundas en los sectores conservadores, y motivó que fuera expulsado del Colegio de Francia, y calificado de “blasfemo europeo” por el papa Pío IX.
También escribió, entre otras obras: Averroes y el averroísmo (1852), Los apóstoles (1866), San Pablo (1869), El Anticristo (1873), Los evangelios (1877), La Iglesia Cristiana (1879), Marco Aurelio y el fin del mundo antiguo (1881), Recuerdos de infancia y de juventud (1883), Historia del pueblo de Israel (1887-1893), y El porvenir de la ciencia (1890).
En sus Recuerdos de infancia y de juventud relata cómo vivió ese proceso: “Mis razones fueron todas de orden filológico y crítico; no fueron de ningún modo de orden metafísico, ni de orden político, ni de orden moral […]. Veo estas contradicciones [dentro de los textos bíblicos] con una evidencia tan absoluta, que me jugaría por ellas mi vida, y por consiguiente mi salvación eterna, sin dudar un momento” (Renan, Recuerdos de infancia y de juventud, Porrúa, México, 2002, página 131).
Lo grave, como hacía notar el pensador, era que la contradicción no se podía resolver, pues si La Biblia se considera como un texto revelado por Dios, entonces, todas sus partes lo son, y por tanto, no se puede omitir alguna de ellas para resolver la contradicción.
Renan también rechazaba otras creencias del catolicismo, como la referente a los milagros, por contradecir el conocimiento científico e histórico: “El cristianismo se presenta como un hecho histórico sobrenatural, e incluso, que jamás ha habido un hecho sobrenatural. Son las ciencias históricas aquellas por las cuales se puede establecer (y, en mi opinión, de una manera perentoria) que este hecho no ha sido sobrenatural, e incluso, que jamás ha habido un hecho sobrenatural. No es por medio de un razonamiento a priori por el que rechazamos el milagro; es por un razonamiento crítico o histórico. Probamos sin dificultad que no suceden milagros en el siglo XIX, y que los relatos de acontecimientos milagrosos de los siglos XVIII, XVII y XVI, o bien los de la Edad Media, son más débiles aún, y lo mismo se puede decir de los siglos anteriores; porque cuanto más lejos se está del pretendido hecho, más difícil de proporcionar es la prueba” (página 105).
Lejos del ámbito clerical, Renan estudió lenguas semíticas en el Colegio de Francia. Trabajó en la Biblioteca Nacional de Francia. Y en 1860-61, por órdenes de Napoleón III, encabezó una misión arqueológica a Oriente Medio, a las tierras donde transcurrió la vida de Cristo.
Tal experiencia lo condujo a escribir Vida de Jesús, como el primero de una serie de libros dedicados a los orígenes del cristianismo, y donde sustenta la tesis, que lo llevó a la gloria y al escándalo, de que Cristo fue un “ser humano incomparable” pero no un dios.
La crítica racionalista de Renan fue para la jerarquía católica tan demoledora o más que el anticlericalismo de Voltaire en el siglo XVIII, pues éste se refería a los abusos de los religiosos, al factor humano de la religión, mientras que Renan cuestionaba el credo mismo de los católicos.
En 1862, Renan fue nombrado profesor del Colegio de Francia; en su conferencia inaugural desató fuertes polémicas con sus teorías acerca de Cristo. Las autoridades acusaron al nuevo catedrático de haber faltado a su compromiso de excluir “toda opinión personal contraria a los principios fundamentales de la religión cristiana”.
En 1864, 1 año después de la publicación de Vida de Jesús, Renan fue destituido de su cátedra por orden gubernamental, y le fue restituida hasta 1870.
En esa obra, que tanto escandalizó al papa y a todos los conservadores, Renan hablaba de Cristo con el mayor respeto. Lo consideró un personaje incomparable en la historia universal, y que exhibió el más alto sentido moral, pero no como a un dios, o una encarnación de Dios.
Lo veía como un hombre de su tiempo, oriundo de una región apartada de los principales escenarios culturales y políticos de aquella época, regida por el Imperio Romano; lo consideraba un personaje excepcionalmente inteligente, altruista y honesto, pero un tanto exaltado, como suelen ser los profetas y reformadores religiosos, y que por ello no siempre supo cómo enfrentar las asechanzas de sus enemigos, los escribas y fariseos.
Lo describe como una especie de anarquista, que luchaba por un mundo mejor:
“Lo que distingue a Jesús de los agitadores de su época y de todos los siglos es su perfecto idealismo. En ciertos aspectos, Jesús es un anarquista, porque no tiene ninguna idea del gobierno civil. Ese gobierno le parece pura y simplemente un abuso. Habla de él en términos vagos y a la manera de una persona de pueblo que no tiene ninguna idea de la política. Todo magistrado le parece un enemigo natural de los hombres de Dios; anuncia a sus discípulos altercados con la política, sin pensar un sólo momento que haya en ello motivo para avergonzarse. Pero nunca se manifiesta en él el intento de sustituir a los poderosos y a los ricos. Predice a sus discípulos persecuciones y suplicios, pero ni una sola vez deja entrever la idea de una resistencia armada. La idea de que se es omnipotente por el sufrimiento y la resignación, de que se triunfa de la fuerza gracias a la pureza del corazón, es una idea propia de Jesús. Jesús no es un espiritualista porque para él todo se encamina a una realización palpable” (Renan, Vida de Jesús, Edaf, Madrid, 2005, página 159).
En su Historia del pueblo de Israel, Renan subraya la afinidad de Cristo con la tradición de los profetas de Israel, que desde el siglo IX AC “son publicistas fogosos, a quienes llamaríamos hoy socialistas y anarquistas. Son fanáticos de la justicia social y proclaman en alta voz que si el mundo no es justo ni puede llegar a serlo, mejor sería destruirlo” (Ernest Renan, Historia del pueblo de Israel, Orbis, Barcelona, 1985, volumen 1, página 17).
Renan consideraba que, si bien la influencia de Jesús fue perdurable, en la cruz murió desilusionado de la humanidad. “No vio más que la ingratitud de los hombres; tal vez se arrepintió de sufrir por una raza vil y exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Edgar González Ruiz*
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
[OPINIÓN]
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