En 2004, un municipio de Escocia dispuso celebrar la Noche de Brujas (Halloween) con una solemne ceremonia de desagravio de 81 personas ejecutadas en los siglos XVI y XVII, junto con sus respectivos gatos, por sospechas de brujería.
En junio de 2014 se rindió homenaje en Suiza a Anna Goeldi, quien en 1782 fuera ejecutada por brujería después de que la hija de su empleada enfermara y empezara a escupir alfileres durante un ataque de tos, según los documentos de la época.
Las autoridades de Glaris, en el centro de Suiza, declararon culpable de brujería a Goeldi, a quien acusaron de haber curado a la niña gracias a la ayuda del demonio. Goeldi fue torturada y decapitada con una espada.
En 2008 fue exonerada por el parlamento de Glaris, y en desagravio se colocaron dos lámparas permanentemente encendidas en el edificio del juzgado de dicha localidad, en resarcimiento por la injusticia que ahí se cometió (www.diarioprogresista.es/homenaje-en-suiza-a-la-ultima-mujer-ejecutada-por-brujeria-en-51907.htm).
El caso de Ana Goeldi es uno de los muchos que comentó en sus libros el erudito inglés Montague Summers (1880-1948), quien se considera uno de los últimos promotores de la cacería de brujas.
Hijo de un acaudalado banquero, Alphonsus Joseph-Mary Augustus Montague Summers fue educado en la religión anglicana, donde llegó a tomar los votos, a los que renunció en 1908 luego de haber sido acusado de mantener relaciones sexuales con otro religioso.
Se convirtió al catolicismo y fue ordenado sacerdote en 1909 por un obispo que pertenecía a un grupo apartado de la doctrina oficial romana.
Estudió en Oxford (1899-1903) y en el Lichfield Theological College y se dedicó a la crítica de la brujería y de la demonología, temas en los que se le consideró una autoridad, al igual que a la antropóloga Margaret Murray (1863-1963).
Mientras que esta última concebía a la brujería de la Europa medieval y renacentista como la supervivencia de un antiguo culto pagano, Montague Summers la consideraba una conspiración demoniaca contra la Iglesia y el Estado.
En su Historia de la brujería, Summers definía a la bruja como “un ser maligno; una peste social y un parásito; el devoto de un credo obsceno y odioso; un adepto al envenenamiento, la maldición y otras ceremonias rastreras; un miembro de una poderosa organización secreta enemiga de la Iglesia y del Estado; un blasfemo en palabra y hecho; un charlatán y un curandero algunas veces; un alcahuete; un abortista; un oscuro consejero de lascivas damas de la corte y galantes adúlteros; un ministro del vicio e inconcebible corrupción” (Montague Summers, Historia de la brujería, ME Editores, Madrid, 1997, página 15).
Según él, la “despreciable esencia real” de la brujería consistía en “la adoración al Príncipe Maligno, el Enemigo de la Humanidad, Satán” (página 53).
Justificaba una y otra vez las persecuciones y castigos que se infligieron a las brujas y a los “herejes” y juzgaba a los inquisidores como hombres que “no tenían límites en su caridad […] hombres del más profundo conocimiento y la más profunda compasión, cuyo primer deber fue eliminar la infección [es decir, la heterodoxia], no fuera a ser que toda la humanidad se corrompiera y se dañara” (página 56).
De acuerdo con ese defensor a ultranza de la quema de brujas y, en general, de la intolerancia religiosa, esas mujeres se burlaban de los símbolos del cristianismo, por lo que se reunían en los llamados “conventículos”, formados por 13 de ellas, “como burla a Nuestro Señor y sus apóstoles” (página 67).
Según él, odiaban al cordero y a la paloma, porque el primero simbolizaba a Cristo y la segunda al Espíritu Santo.
Por el contrario, afirma con sorprendente credulidad, los santos y santas de la Iglesia emanaban olores celestiales. Leemos: “Santo Tomás de Aquino olía a incienso místico. Yo mismo he conocido un sacerdote de ferviente fe que a veces difundía el olor del incienso…” (página 73). E incluso, “el pus de San Juan de la Cruz despedía un fuerte olor a lilas”.
Hace siglos se consideraba que las brujas intervenían –preparando filtros, hechizos y maleficios– en problemas de tipo sexual, y se les atribuía tener relaciones con el propio Demonio, durante sus reuniones o aquelarres.
Por eso, en su obra Montague Summers condenaba reiteradamente las que consideraba “lascivas” y “antinaturales” prácticas de las brujas y los brujos.
Exhortaba a sus lectores a confiar en el testimonio de los inquisidores y cazadores de brujas que escribieron libros acerca de la brujería y cómo combatirla.
Por ello, tradujo al inglés el famoso tratado Martillo de las brujas, publicado en Alemania en el siglo XV por los dominicos Kramer y Spector, quienes proporcionaban instrucciones detalladas para descubrir y castigar a las brujas, pobres mujeres que fueron víctimas de la ortodoxia religiosa (hay una versión en internet de este libro: www.malleusmaleficarum.org/downloads/MalleusAcrobat.pdf).
También apelaba al consenso popular de la Edad Media, época en que no se conocía la ciencia moderna y en que campeaban, en muchos asuntos, la ignorancia y el fanatismo.
Recurría al falaz argumento de que una gran mayoría de gente, así como algunos sabios famosos, entre los que incluye a William Shakespeare, a Bacon, al cardenal Mazarino, no pudieron haber estado equivocados al creer en la existencia y poderes malignos de las brujas.
Desafortunadamente, errar es un rasgo muy humano, por lo que sociedades enteras, incluyendo a sus grandes sabios y artistas, se han equivocado muchas veces en diferentes temas.
Pero, ante todo, Montague basaba sus ideas sobre la brujería en “autoridades tan supremas” como San Agustín, Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino.
Montague Summers creía que las brujas hacían pactos con el demonio y que en muchos casos éste les otorgaba poderes sobrenaturales.
Escribió: “…la usual iniciación en estos asquerosos misterios [de la brujería] era a través de alguna sociedad secreta en una asamblea a la que el neófito quedaba ligado con un terrorífico juramento, una blasfemia al servicio del mal” (página 94).
Asimismo, se tomaba en serio las leyendas y supuestos documentos acerca de pactos firmados con sangre entre el demonio y sus seguidores, sin considerar que la fabricación de acusaciones y de supuestas pruebas, por extravagantes que sean, ha sido una realidad a lo largo de la historia.
Compartía el antisemitismo de muchos defensores de la ortodoxia cristiana de su tiempo, por lo que se refería a lo que él llamaba “la oscura y odiosa tradición de la magia hebrea” (página 234), y consideraba creíbles las versiones que en la Edad Media atribuían a los judíos asesinatos rituales de niños.
Relató: “En 1285, en Múnich, un brujo fue convicto por vender niños cristianos a los judíos para sus ritos secretos”.
Aunque resulte paradójico, el crítico de un grupo social suele encontrar en él a sus mejores informadores y colegas, de tal suerte que Montague Summers cultivó relaciones nada menos que con el satanista Aleister Crowley (alias la Gran Bestia), hacia quien sentía una correspondida admiración (www.controverscial.com/Montague%20Summers.htm).
Al igual que Summers, Crowley (1875-1947) fue criticado por sus prácticas homosexuales, pero además escandalizó a la sociedad de su tiempo por sus audaces ideas sobre la liberación sexual, que se atrevía a expresar en la época de la conservadora reina Victoria (1837-1901).
Edgar González Ruiz*
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
Contralinea 410 / del 02 al 08 Noviembre del 2014
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