Categorías: Opinión

La Europa neonazi

Publicado por
Edgar González Ruiz *

En las últimas décadas, algunos países europeos han visto el resurgimiento del fascismo y el neonazismo, encarnados en partidos que buscan llegar al poder por la vía electoral, con reivindicaciones que incluyen el rechazo a la inmigración y a la integración europea.

El ideario de esta ultraderecha está basado en el racismo, la xenofobia y el militarismo; y en muchos países coincide con demandas del conservadurismo religioso, como la oposición al laicismo, al aborto y al matrimonio homosexual.

Evidencia de ese renacimiento extremista ha sido el triunfo del conservadurismo y de la ultraderecha en las elecciones en Hungría en 2014, donde las fuerzas conservadoras del primer ministro, Viktor Orbán, triunfaron con un 51.5 por ciento de los votos, mientras que la ultraderecha del Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor) logró el segundo puesto, con el 14.6 por ciento; los socialistas alcanzaron apenas un 17.3 por ciento (“Amplia victoria conservadora en Hungría y ultraderecha logra segundo puesto” http://m.terra.com/noticia?n=81acbcf53e036410VgnCLD2000000ec6eb0aRCRD ).

En octubre de 2014, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia condenó el resurgimiento de grupos pronazis en Ucrania, al que calificó como un ataque “a la concordia racial y étnica” (http:// sp.ria.ru/international/20141016/162499881.html).

El libro La Europa neonazi. El renacimiento de las botas en el viejo continente (Lectorum, México, 2013), del escritor brasileño Doménico Mantuano, es una sucinta revisión del fenómeno del neonazismo, su ideología y participación electoral en muchos de los países europeos, desde Francia, España y Alemania hasta Hungría, Rumania, Polonia y Finlandia.

Del neoliberalismo al neonazismo

Como resume el autor: “En 2009, en 15 de los 27 Estados que integran la Unión Europea, la ultraderecha ocupaba bancas en el Parlamento”, mientras que en Hungría y Austria esa influencia era determinante (página 9).

Los ultraderechistas reivindican un nacionalismo agresivo, al grado de que en 2013 un representante del partido griego pronazi Amanecer Dorado proclamaba: “Vamos a hacer jabón con los inmigrantes y volver a abrir los hornos” (página 10).

Por conveniencias políticas, a veces los fascistas y neonazis se expresan con eufemismos, o mediante un discurso cuidadosamente adaptado a las circunstancias, pero su espíritu es siempre el mismo.

Mantuano menciona el caso de Josep Anglada, dirigente del partido extremista Plataforma per Catalunya (fundado en 2001), que centra sus ataques en los inmigrantes y especialmente en los musulmanes, a quienes hace responsables de la pérdida de empleos en España.

Sin embargo “modera su discurso cuando hay periodistas cerca”, para no aparecer ante los españoles con las tendencias neofascistas que en realidad profesa (página 67).

Caso extremo de doble moral es el del abogado español José Luis Roberto, de la organización España 2000 (creada en 2002), quien por un lado combate la inmigración y pregona la xenofobia, pero por otro está a cargo de los servicios jurídicos de la asociación de los dueños de prostíbulos en España, misma que “contrata en forma mayoritaria a mujeres extranjeras” (página 65).

Como suele suceder, la ideología y los intereses van por senderos opuestos.

Los herederos del nazismo y del fascismo proclaman una guerra sin cuartel contra la inmigración musulmana, a la que culpan de la inseguridad en las calles, del desempleo y del empobrecimiento, generados, en realidad, por las políticas neoliberales.

En las discusiones que se plantean dentro del neonazismo acerca de la importancia del antisemitismo en la actualidad, hay quienes en conflictos como los de Estados Unidos contra los países árabes han tomado partido por estos últimos, por ser enemigos históricos de Israel; mientras que muchos otros, especialmente en Europa, consideran como prioritaria la lucha contra los musulmanes, vistos como inmigrantes “perjudiciales”.

Así ocurre en Dinamarca y Noruega, donde los partidos ultraderechistas “ya no se manifiestan antisemitas, sino que (créase o no) apoyan las políticas de Israel contra el mundo árabe” (página 115).

Como quiera que sea, si el antisemitismo tiene una larga historia en Europa, de la que se valió Hitler en su momento, también la guerra contra el Islam produjo episodios sangrientos de la historia, como Las Cruzadas, la caída de Constantinopla o la Batalla de Lepanto.

Por otra parte, el ultranacionalismo de los partidos neonazis y neofascistas los lleva, generalmente, a rechazar el proyecto de una Europa Unificada, y concretamente a eliminar en sus respectivos países aspectos como el uso del euro como moneda única para Europa.

Uno de los exponentes más radicales del nacionalismo y la xenofobia fue Jean-Marie Le Pen, excombatiente en Indochina, Suez y Argelia, quien en 1972 fundó el partido ultraderechista Frente Nacional. Ya se retiró del activismo pero su militancia la ha heredado su hija menor, Marion Anne Perrine Le Pen.

Militarismo y religión

En algunos países, el neonazismo va de la mano con el conservadurismo de raíz religiosa, en su rechazo del laicismo, del aborto, de los matrimonios homosexuales, etcétera.

En Rumania, la organización Nueva Derecha, que es una “versión desfasada” de la terrorista y cristiana Guardia de Hierro fundada a principios del siglo XX, busca el “relanzamiento político de la religión y la Iglesia”, así como el caudillismo militar y el nacionalismo económico (página 90).

La Nueva Derecha rumana es marcadamente antisemita y se define como una organización “fundada en el orden y la disciplina” y de carácter “nacional, social y cristiana” (página 97).

En Hungría, el Movimiento por una Hungría Mejor, Jobbik, tiene su antecedente en un grupo de jóvenes de la derecha católica, y adoptó como simbología la de una casa real que gobernó ese país del siglo IX al XIII, estrechamente vinculada con la Iglesia Católica.

Además de sus tendencias religiosas, Jobbik profesa el militarismo, el rechazo a la integración europea y a la inmigración, lo mismo que la persecución contra minorías, como la de los gitanos.

La Guardia Húngara apareció en 2007 como rama paramilitar de Jobbik y ha estado activa incluso en países muy lejanos de Hungría.

En 2009, la policía boliviana frustró un complot contra el gobierno de Evo Morales, intentona en la que participaron militantes de la ultraderecha neonazi, como Laszlo Braczi “destacado miembro de la Guardia Húngara” (página 104).

En Eslovaquia, la ultraderecha neonazi está representada por el Partido Nacional Eslovaco, que persigue a gitanos y homosexuales, pero también a los húngaros, debido a los conflictos entre los dos países.

Dicho partido ha exigido la reivindicación histórica de Jozef Tiso, sacerdote católico que gobernó ese país en alianza con los nazis, de 1939 a 1945, quien fuera ejecutado por crímenes de guerra en 1947.

Una de las versiones más católicas del neonazismo es la Liga de Familias Polacas, fundada en 2001, identificada por el “ultracatolicismo, el nacionalismo, el anticomunismo y el socialconservadurismo” (página 142).

En Italia, el partido Forza Nuova, de corte neofascista, se define como “católico tradicionalista”, y no sólo se opone al aborto y al matrimonio homosexual, sino que exige que se reconozca la religión católica como la del Estado (páginas 55-56).

Por su parte, el partido neonazi Amanecer Dorado, de Grecia, “se opone a la separación Iglesia-Estado”. Propone “restaurar el prestigio de la Iglesia” y prohibir “las religiones que ofendan a la tradición griega y a su historia” (página 38).

Neonazis o neofascistas coinciden en promover una sociedad organizada en forma vertical, autoritaria, donde el Estado no tenga que detenerse en contemplaciones hacia los derechos humanos y donde cobre fuerza la institución militar.

Por ello, el mencionado Amanecer Dorado busca implantar el servicio militar universal, para hombres y mujeres, así como militarizar las ciudades y crear una agresiva patrulla fronteriza, y una policía especial dotada de armas pesadas para enfrentarse a la delincuencia juvenil y a los “ladrones extranjeros”(página 37).

Las fronteras del nazismo

En su análisis del resurgimiento del nazismo y del fascismo, Doménico Mantuano enfatiza el papel de la crisis económica como detonante del neonazismo en la Europa actual, de la misma forma en que la difícil situación que se vivió en Alemania, luego de la Primera Guerra Mundial, facilitó el ascenso de Adolfo Hitler.

Por ello, sugiere que en un mundo internacionalizado, como el actual, y donde las sociedades viven fuertes crisis económicas, el nazismo podría surgir incluso en el Nuevo Mundo.

Pero esas expectativas no son tan probables.

En primer lugar hay que considerar que, más allá de las condiciones económicas, el nazismo y el fascismo fueron posibles debido a factores culturales e históricos muy peculiares, como la fuerza del antisemitismo en algunas regiones de Europa, así como las ideas de dominación imperial y de pureza racial.

En el Continente Americano hay países donde, por su historia y su composición étnica, el racismo y el militarismo pueden brotar con más facilidad, mientras que hay otros donde esas ideas siempre parecerán exóticas.

En México, por ejemplo, sería por demás extravagante que alguien se empeñara en echarle la culpa de la crisis económica a los africanos, a los musulmanes o a otros grupos raciales o religiosos cuya presencia es apenas simbólica en una sociedad creada por el mestizaje y donde la idea de la pureza racial resulta ridícula.

Tampoco las pretensiones de supremacía militar pueden encontrar eco en un país tradicionalmente pacifista y por añadidura vecino de la superpotencia militar del planeta.

Empero, hay matices dentro de la derecha mexicana, restringida al marco del conservadurismo católico y encarnada principalmente en el Partido Acción Nacional (PAN).

En esa fuerza política tienen cabida tendencias más afines que otras al militarismo y al racismo (bajo la forma de hostilidad y discriminación contra la herencia indígena) e incluso hay admiradores de Hitler.

Por ejemplo, en noviembre de 2013 se dio a conocer en Jalisco el autodenominado Movimiento Nacionalista Mexicano del Trabajo, integrado por militantes y simpatizantes del PAN y con la finalidad de “proteger a las familias tradicionales, a la religión católica-cristiana (sic), a los micro, pequeños y medianos empresarios, [y para] reescribir la historia por medio del revisionismo” (doctrina que niega el genocidio perpetrado por el régimen alemán durante la Segunda Guerra Mundial)…” (www.vanguardia.com.mx/jovenespanistascreanorganizacionneonazivancontragays-2101684.html).

En general, los grupos abiertamente nazis son muy marginales en México, y por las razones mencionadas difícilmente crecerán como lo han hecho en Europa.

Edgar González Ruiz*

*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México

 

 

 

Contralínea 415 / del 07 al 13 de Diciembre 2014

 

 

 

 

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