Debemos reconocer que Apple se ha esforzado mucho por mejorar la calidad de las cámaras fotográficas incorporadas en su Iphone, o por lo menos ha invertido mucho en posicionar esa idea. Sea como fuere, muchos cuentan con su teléfono inteligente y son felices con la calidad y rapidez con las que toman sus fotografías, sea en eventos familiares, en paseos, en la escuela o en conciertos.
No juzgaremos aquí el hecho de que alguien que paga miles de pesos para estar en primera fila en un concierto de su banda favorita pase gran parte del mismo viendo a través de la pantalla del teléfono, porque prefiere grabarlo en vez de disfrutarlo directamente. Es su tiempo y su dinero y respetamos que quiera pasar así el concierto. Pero muy pronto esa persona podría estar impedida de grabar o fotografiar dicho concierto. Quien se lo impedirá no será el personal de seguridad, será su propio teléfono. Lo hará mediante un sistema que Apple ha patentado para que terceros puedan usar luces infrarrojas codificadas para ordenarle a los teléfonos de esa marca que no graben videos ni capturen fotografías.
En breve, los desarrolladores y sus defensores asegurarán que ese sistema se utilizará en estadios y museos para brindar más información al visitante directamente en su teléfono; para hacerles llegar ofertas u otras nubes de humo para ocultar lo importante de esta tecnología. Y lo importante es que otros tendrán control sobre los Iphone. Así, ese teléfono de alta gama y alto precio obedecerá a otros y no a su dueño. Probablemente esa nueva característica será celebrada por países a los que no les gusta que los ciudadanos graben o fotografíen represiones.
En los primeros años de las computadoras personales, éstas eran armadas y utilizadas por muchos entusiastas de forma más bien artesanal. Era una época en que se compartían los conocimientos informáticos. Se desarrollaban programas, por ejemplo, para hacer más fácil la vida de los contadores. Al principio el dinero no era lo importante, el mismo Steve Wozniak armaba computadoras por gusto. Después llegaron Steve Jobs y Bill Gates, ambos con alma pirata y muchas ganas de apropiarse del conocimiento de los demás. Lo demostraron toda su vida empresarial.
[blockquote pull=”right” align=”left” attributed_to=”” attributed_to_url=”{{attributed_to_url}}”]La Apple Macintosh de 1984 marcó un antes y un después. Después de ella se tomó a los usuarios por seres incapaces de entender, de aprender, se les prohibió personalizar o mejorar por ellos mismos su equipo.[/blockquote]
Muchos recordamos la publicidad de la computadora Macintosh de 1984: el impresionante comercial dirigido por Ridley Scott que marcó el inicio de una nueva época. En él se criticaba a los iguales y se buscaba a los diferentes. Una idea extraña para una trasnacional que siempre ha negado a los curiosos la posibilidad de ver el interior de sus productos: Apple prohibió ver la “magia” que sucedía en el interior de sus tecnologías.
En la década de 1980, hackear o mejorar las computadoras y compartir los pasos necesarios para lograrlo era lo usual. Pero la Macintosh impuso una gran diferencia: el propietario no tendría permiso para abrir y ver su propia computadora.
De la Macistosh de 1984 se presumía el diseño único (que no contemplaba la funcionalidad: se sobrecalentaba porque, según Jobs, era molesto escuchar un ventilador). Pero ese mismo diseño definió a la marca Apple. La idea de impedir a los compradores abrir su propio equipo sigue: actualmente utilizan hasta cuatro modelos distintos de tornillos en sus Iphone, McBook Pro y MacBook Air: Torx, Torx Security, Torx Plus y Pentalobe.
Bien dicen que quien no conoce la libertad no la extraña: un usuario de PC está más habituado a modificar sus equipos, abrirlos, mejorarlos, cambiar discos duros, procesadores, etcétera; no se necesita ser un genio o Mac Genius; tampoco se necesita transportar el equipo a la tienda o establecimiento y dejarlo 24 horas y mucho menos pagar por ello.
Lamentablemente, esta tendencia de restringir a las personas está permeando a otras empresas. Está el caso de Lenovo, cuyas computadoras incluyen el programa SecureBoot, que impide la instalación de software pirata y también software libre, como Linux. También los smartphones de Motorola, Sony, Blackberry, entre otros, impiden el acceso del propietario para un simple cambio de batería, pues la carcasa está sellada.
Además vemos limitaciones en el software que los dispositivos pueden utilizar o la imposición a cambiar de sistema operativo, como el aviso de Windows 10 en las computadoras con sistemas operativos anteriores que tortura a diario a los usuarios. Microsoft ya fue demandado por ello pues si se hace clic en la X de la parte superior del mensaje, se programa la instalación automática en lugar de cancelarla.
De todo esto, el problema no es una sola empresa que limita a los compradores y que ellos no se quejen, sino esa idea de decidir por los usuarios, de no permitirles ver lo que están comprando e impedirles elegir el software que usan. Una idea que va permeando en todas las empresas y en las sociedades que supuestamente son defensoras de la libertad y la transparencia.
Gonzalo Monterrosa
[Bloque: Misceláneo][Sección: Sociedad Beta]
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