Desde la época de la Revolución Francesa, la derecha política, tal como se conoce en el mundo occidental, defiende las desigualdades sociales y económicas, así como la imposición de normas religiosas. Así, la derecha representó la negación de los ideales de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad, que estarían plasmados en una república laica.
En América Latina y en algunos países de Europa, como España, Francia, Polonia e Irlanda, la principal ideología de la derecha es el conservadurismo católico, que busca la hegemonía de la jerarquía católica en oposición al Estado laico, y reivindica poderosos intereses económicos. Paradigma del conservadurismo católico fue la dictadura de Francisco Franco en España, quien llegó al poder en 1939 apoyado por la Iglesia Católica, por Alemania e Italia.
Otros países de Europa donde el catolicismo militante tiene fuerza y puede aportar una base social a la derecha y ultraderecha católicas han sido Irlanda y Polonia, la nación de la que provenía el papa más conservador de las últimas décadas y el que adoptó el papel de dirigente de la ultraderecha: Karol Wojtyla.
En ese contexto, la ultraderecha católica está representada por sectores o grupos que suelen ser más violentos y radicales en sus métodos y en la expresión de ese conservadurismo. Ejemplos conocidos de grupos ultraderechistas son Los Tecos y el Yunque de México; Tacuara, de Argentina; Tradición, Familia y Propiedad, de factura brasileña; y FASTA (Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino), de Argentina, grupo de corte militarista y al cual fue cercano Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, cuando era prelado en ese país.
Con una fachada menos violenta, pero no menos radical en sus ideas, hay otros grupos conservadores e internacionales como el Opus Dei (creado en España en 1928), los Legionarios de Cristo, los Caballeros de Colón, los Caballeros de Malta, el Sodalicio de Vida Cristiana, este último de origen peruano.
Entre todos esos grupos, por un lado, y por otro los partidos derechistas católicos de los respectivos países, no existen grandes diferencias en sus ideas y objetivos. Por ejemplo, en el Yunque y en el Partido Acción Nacional (PAN) rige el conservadurismo católico, al grado de que la organización ultraderechista germinó en el partido derechista que ha sido su principal ámbito de acción y muchos de los principales dirigentes y funcionarios panistas provienen del Yunque.
Por otro lado, y como es natural, generalmente la jerarquía católica ha estado involucrada, sea en forma abierta o soterrada, en el surgimiento de las organizaciones de la derecha y de la ultraderecha católica.
La herencia colonial de imposición del catolicismo, que posteriormente se expresó en las legislaciones y tradiciones políticas de los países latinoamericanos (a excepción de casos como México, Nicaragua, Cuba y, recientemente , Venezuela y Bolivia) es la raíz común del conservadurismo católico en el subcontinente.
Actualmente, aunque las fuerzas derechistas no siempre gobiernan un determinado país, siempre están unidas al poder económico y por lo tanto al control de los medios de comunicación, que pretenden imponer sus dictados a la opinión pública.
Desde luego, en Latinoamérica han surgido también versiones ya no católicas, sino de filiación evangélica, de la derecha y ultraderecha, pues mientras algunos grupos evangélicos aceptan y defienden el Estado laico y las libertades civiles, otros buscan la imposición de sus propias normas religiosas a toda la sociedad. Uno de los ejemplos más conocidos de ese derechismo y conservadurismo evangélico es el de Efraín Ríos Montt, quien gobernó Guatemala a principios de la década de 1980.
En el contexto latinoamericano, la ultraderecha no se agota con la de signo católico, pues en algunos países (Argentina o Chile, por ejemplo) han tenido fuerza los grupos neonazis o neofascistas, o bien versiones autóctonas de esas corrientes que pretenden adaptar, por ejemplo, el nazismo a la realidad latinoamericana y encontrar en el hispanismo y el llamado criollismo sucedáneos del culto nazista de la raza aria.
Más allá del contexto latinoamericano, en Estados Unidos la ultraderecha tiene una vieja historia. Ese país no vivió la tiranía de la Iglesia Católica, como en América Latina, pero sí la de ideas represivas y ultraconservadoras que siempre han encontrado apoyo en muchas comunidades protestantes, como lo hemos visto en fechas recientes cuando grupos religiosos apoyaron fuertemente a George Bush y a su partido republicano, e incluso tejieron coaliciones con grupos de la ultraderecha católica.
En Estados Unidos la derecha ha sido básicamente capitalista y cristiana (protestante), mientras que en sus versiones más radicales, en la ultraderecha ha tenido fuerza el nazismo y el neonazismo, y en el plano conceptual, el militarismo y el racismo a ultranza.
Uno de los grupos más conocidos de la ultraderecha de Estados Unidos es el Ku Klux Klan, fundado al terminar la guerra de secesión (1865) para evitar que los negros recién liberados adquirieran derechos y preservar así la supremacía de los blancos.
En Europa encontramos algunas fuerzas políticas y realidades muy diferentes a las del Continente Americano, nacidas de la historia milenaria del viejo continente.
En América no existe un solo gobierno monárquico, a diferencia de muchos países de Europa, donde si bien ha desaparecido prácticamente la monarquía absoluta, persiste la institución monárquica, así como rescoldos del feudalismo, como son los títulos de nobleza y los privilegios que conllevan.
A lo largo de la historia, algunos países europeos formaron imperios coloniales, a diferencia de la realidad americana.
Otro factor típicamente europeo e insumo de las ideologías de la ultraderecha es el enfrentamiento violento entre el cristianismo y el Islam, que en el Medioevo llevó a Las Cruzadas, y en la época actual, a la xenofobia exacerbada en Francia y en otros países.
El nazismo y el fascismo han sido las principales contribuciones europeas al mapa de la ultraderecha mundial.
La ideología nazi, tal como la expresó Hitler en su libro Mi Lucha, pregonaba directamente la supremacía de la llamada raza aria, y en particular de la nación alemana, en todo el mundo, así como la aniquilación de los judíos, a quienes consideraba como sus antagonistas por naturaleza.
Por su parte, en Italia surgió el fascismo encabezado por Benito Mussolini, que tampoco partía de ideas religiosas, sino de la nostalgia por la gloria militar del imperio romano y la consecuente búsqueda de la supremacía nacional.
El nazismo y el fascismo se manifestaban ajenos al conservadurismo católico o protestante; ni siquiera reivindican ideas religiosas, pero son ininteligibles fuera del contexto occidental y judeocristiano.
Es significativo que Hitler, para poder llevar a cabo sus planes de dominio mundial, tuvo que recurrir no sólo a Italia, con su fascismo, sino a Japón, para poder controlar el extremo oriente; pero Japón era un mero aliado del nazismo, pues resultaba extravagante, si no ridículo, hablar en esos países, por ejemplo, de las virtudes de una raza aria y de la acción de los judíos como supuestos corruptores de la humanidad, razas inexistentes en esas latitudes.
Es decir, la ideología de los nazis no podía extenderse al mundo entero.
Actualmente, en los diferentes países de Europa persisten las corrientes pronazis y profascistas, que en determinadas épocas y coyunturas han logrado cobrar influencia. En Italia, por ejemplo, al lado de otros grupos radicales, el fascismo actual está encabezado, entre otros personajes, por Alessandra Mussolini, nieta del conocido dictador (hija de un hijo de Mussolini y de una hermana de la actriz Sofía Loren).
Ejemplo de las tendencias ultraderechistas que recientemente han proliferado en Europa es el Frente Nacional, de Francia, fundado por Jean-Marie Le Pen en 1972, que experimentó un avance electoral importante en 2002, y que encarna las corrientes xenofóbicas, y, en particular, de rechazo a la inmigración proveniente de países árabes, africanos o en general del llamado mundo subdesarrollado.
Jean-Marie Le Pen participó como militar y como torturador en la guerra de Argelia (1954-1962). Al fin de esa guerra, que terminó con el reconocimiento de la independencia del país africano, se crearon movimientos de la ultraderecha que reivindicaban la dominación colonial de los países antes sometidos a Francia, y que incluso recurrieron al terrorismo para lograrlo, como fue la famosa Organización del Ejército Secreto, la OAS.
El movimiento de Le Pen ha sido conservador, en el sentido de defender los llamados valores tradicionales, pero también fuertemente militarista y, sobre todo, xenofóbico, a un grado que no hemos conocido en los países de América Latina.
Por su parte, Rusia ha sido un país peculiar por su historia, por su vasta extensión geográfica, su cultura y por sus raíces religiosas, encarnadas en la iglesia ortodoxa. Hubo una Revolución Rusa y una contrarrevolución, así como los llamados ejércitos blancos, que se opusieron a las fuerzas revolucionarias, y a mediados del siglo XX hubo quienes en esa nación colaboraron con los nazis.
Sin embargo, de manera similar a como ocurre en Occidente, la censura de espectáculos, la homofobia y la xenofobia, el antisemitismo, los conflictos étnicos, así como la idealización del pasado imperial de esa nación y de la iglesia han sido tópicos de la ultraderecha rusa.
En el mundo árabe, sigue siendo determinante la influencia del Islam (y con ello se incluye a gran parte de África y a parte de la India), religión que integra el culto religioso a la vida social y que ha contribuido a la vez a conservar la tradición, por un lado, y por otro a la defensa de esas naciones frente al colonialismo proveniente de Europa.
El Corán, libro sagrado de esa religión, supuestamente dictado a Mahoma por el arcángel Gabriel, exalta, por ejemplo, la guerra contra los infieles y el cumplimiento exacto de normas religiosas como la plegaria cotidiana, así como otras de tipo social, referentes al matrimonio, a la impartición de justicia, etcétera; el monoteísmo a ultranza, la creencia en la misión profética de Mahoma, etcétera.
En el mundo musulmán es difícil, por el papel que juega en él el factor religioso, hablar de derecha e izquierda en el mismo sentido que en Europa o en América.
El abismo histórico y cultural es mucho mayor en naciones como China, Japón o el Tíbet, con una cultura, una historia y una religión totalmente diferentes de las que han regido en Occidente, y que durante mucho tiempo se mantuvieron alejadas del resto del mundo. Difícilmente podríamos hablar en esas naciones de una derecha o una ultraderecha, en el sentido en que las podemos encontrar en otras regiones, excepto por el hecho de que a lo largo del siglo XX permeó incluso en esas regiones la confrontación entre comunismo (izquierda) y anticomunismo (derecha).
Pero la Guerra Fría terminó con la caída del bloque socialista, y lo que actualmente se perfila como una idea mundial, tendiente finalmente a la opresión y a la desigualdad, es el predominio del capitalismo, y por ende del llamado neoliberalismo económico.
Edgar González Ruiz*
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
[OPINIÓN]
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