La nueva desgracia que se avecina para la mayoría de los mexicanos es que ante la patente desaceleración productiva, cuyo proceso se inició antes de lo reconocido oficialmente, es decir, previamente a la actual convulsión de los mercados financieros internacionales, y cuya extensión y duración podría ser más amplia que la prevista, el gobierno, otra vez, nada tiene que ofrecer (más allá de volver a repetir sus desgastados conjuros de siempre y de proponer la aplicación de la misma receta para tratar de atenuar la violencia del ciclo económico, cuyos resultados fueron inútiles en 2009, si se considera la profundidad del desplome, 6.1 por ciento, y la duración de la recesión, 15 meses, registrada entre el último trimestre de 2008 y el mismo periodo de 2009).
Como sucedió en aquella ocasión, para tratar de despejar la incertidumbre que se cierne sobre el curso de la economía y la consecuente inquietud social, primero se recurre a la construcción de una fantasiosa realidad. De acuerdo con el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, nuestra “situación económica ante la presente incertidumbre financiera mundial nos posiciona (sic) favorablemente para retomar, si actuamos y tomamos las medidas pertinentes, en la senda del crecimiento económico sostenido”.
A diferencia de Estados Unidos –que atraviesa una turbulencia por “gastar más de lo que tiene”– o de la “profunda inestabilidad” que ha generado el escepticismo de que países como Grecia, España y Portugal puedan poner en orden sus cuentas públicas, “México ha trabajado para reducir el impacto desfavorable que tienen los choques externos sobre la economía nacional a través del saneamiento de las finanzas públicas, el refinanciamiento y la reducción del endeudamiento externo de su deuda a largo plazo con tasas más bajas, el orden monetario, la flexibilidad cambiaria, la acumulación de reservas internacionales para defender la moneda y el fortalecimiento del sistema financiero”. Por ello, “México ha salido bien librado”, aunque Cordero agrega, cautelosamente, que “si bien es imposible garantizar que estamos perfectamente blindados, que nunca nos va a volver a pasar nada, nadie puede asegurar eso, sí podemos asegurar que nunca más habrá una crisis… o al menos en este momento no hay condiciones para que se origine una en México como las que se generaron en las décadas de 1980 y 1990”.
Después de su apología a “la favorable conducción económica”, Cordero recurre a la letanía de las cuentas alegres. Para enfrentar cualquier choque externo y garantizar un eventual ajuste ordenado, se dispone de 136 mil millones de dólares por concepto de reservas internacionales y la línea de crédito flexible abierta por el Fondo Monetario Internacional, poco más de 70 mil millones. La fallida “fortaleza financiera” de 2008-2009 ahora aparece revestida como el “blindaje financiero”.
Ante el escenario de incertidumbre y volatilidad internacional, ¿qué medidas preventivas se han adoptado oficialmente? Para “mitigar los efectos adversos”, añade Cordero, se han realizado “reuniones con los diferentes actores económicos y políticos del país: cámaras empresariales, líderes parlamentarios, intermediarios financieros y comisiones reguladoras del sistema financiero mexicano”; a los que se les ha presentado “la estrategia integral de financiamiento para mejorar las condiciones crediticias del sector rural”; “el lanzamiento de programas de impulso al financiamiento de la banca de desarrollo para pequeñas y medianas empresas”; “el anuncio de programas para fortalecer el financiamiento de infraestructura y desarrollo de empresas mexicanas”; y la “presentación de programas de garantías para el refinanciamiento de la deuda pública de estados y municipios”.
Es decir, en sentido práctico, nada. Pese a que a principios de junio de 2011 el banco central señaló que el ritmo del crecimiento empezó a desacelerarse desde finales del primer trimestre del año, y que la crisis financiera y la menor actividad en Estados Unidos lo obligó a reducir su meta de expansión para 2011 (de 4-5 por ciento a 3.8-4.8 por ciento, y 2012, de 3.8-4.8 por ciento a 3.5-4.5 por ciento) así como en la creación de empleos (575 mil-675 mil vacantes este año, 25 mil menos respecto del cálculo hecho en el trimestre anterior, y 570 mil-670 mil para 2012), tales ajustes, empero, son irrelevantes. Subestiman la situación interna y externa, y la capacidad oficial y de la economía para asimilar el desorden mundial.
Las metas del producto interno bruto (PIB) manifiestan una declinación respecto de 2010 (5.4 por ciento) y no un proceso de recuperación del crecimiento sostenido. En nada contribuyen a recuperar el potencial histórico del crecimiento de 1950-1982 (6.1 por ciento). Ni siquiera permiten que el calderonismo iguale la mediocre tasa media de 1983-2006 (2.5 por ciento). Su sexenio promedia 1.8-2.2 por ciento, en el mejor de los casos, por lo que el PIB durante el ciclo neoliberal priísta-panista cayó 2.1-2.3 por ciento, o más. En materia de empleo serían inservibles: sólo generarían la mitad de las 1.3 millones de plazas formales requeridas anualmente.
¿Qué se ofrece oficialmente a los próximos marginados del mercado laboral? Nada, más que reforzar las filas del desempleo, la informalidad, la migración o, lo más grave, de la delincuencia. De todos modos, éstos no tienen nada que envidiar a los que logran ocuparse, debido a la inestabilidad e inseguridad laboral, los bajos salarios, las decrecientes prestaciones recibidas, la falta de servicios de salud y la imposibilidad de jubilarse alguna vez, aunque sea indignamente.
El gobierno panista exagera la supuesta fortaleza de la economía. Hasta el momento las secuelas de las diferentes fases de la crisis sistémica irresuelta iniciada en 2007, el colapso financiero, la depresión (desplome del producto y el consumo, altas tasas de desempleo y de quiebras de empresas), los problemas fiscales y de endeudamiento de los estados, y las nuevos síntomas de la deflación (recesión con baja de precios), se ha concentrado básicamente en los países avanzados. En 2009 la economía del Grupo de los Siete (G7) decreció 3.7 por ciento; la Unión Europea 4.1 por ciento; la de los países subdesarrollados creció 2.7 por ciento; y la de América Latina y el Caribe cayó 1.7 por ciento. En 2010 se reactivaron 2.8 por ciento, 1.8 por ciento, 7.3 por ciento y 6.1 por ciento, en cada caso. El mundo subdesarrollado resintió sus efectos, pero no en la misma intensidad, y su recuperación fue más rápida y con mejores tasas económicas. Unos por la reducción de su dependencia con dicha región y la reorientación de sus exportaciones (minerales, alimentos y otros productos primarios) hacia China. Otros, como Argentina, descansaron en su mercado interno y en una política económica estatal activa (mayores salarios reales, apoyos a las familias, el gasto público, los altos precios de los commodities, el tipo de cambio competitivo, la administración de comercio que sostienen el superávit externo). México, en cambio, en 2009 y 2010 ha tenido uno de las peores tasas de crecimiento de América Latina, similar a los países más humildes de la región.
En lo que va de 2011, la mayoría de los países del mundo resienten una declinación en su expansión, sobre todo desde el segundo trimestre, en consonancia con el nuevo desorden financiero mundial y sus efectos negativos sobre el sector real, así como por la deflación que empieza a resentirse en el G7 y la Unión Europea.
México no es la excepción. Sin embargo, su desaceleración se inició antes de la renovación de la salvaje especulación financiera y contracción del mundo industrializado. A partir del segundo trimestre de 2011, cuando creció 7.6 por ciento, se redujo el ritmo de crecimiento hasta ubicarse en 3.6 por ciento en el segundo trimestre de 2011. Y caerá aún más, en sincronía con la contracción estadunidense, debido a la dependencia estructural y la falta de políticas contracíclicas.
La mayor parte de las actividades productivas, los sectores primario, secundario (la minería, las manufacturas y la construcción) y terciario (el comercio, el transporte, los servicios financieros) ya muestran su desaceleración. Incluso, algunas como la minería o las manufacturas de fabricación de productos derivados del petróleo y del carbón y la industria química, están en recesión; los servicios educativos, de salud y de asistencia social, estancados; las compras y las ventas al mayoreo y al menudeo se debilitan, al igual que el crédito vigente real de la banca comercial destinado a la vivienda, social y residencial; la construcción, el sector agropecuario, la minería y la industria, pese a la política monetaria que mantiene las tasas de referencias reales en casi cero por ciento y negativas las pagadas a los ahorradores, en detrimento de su patrimonio. Lo mismo sucede con la tasa nominal de crecimiento de las exportaciones totales: en mayo de 2010 ésta fue de 43 y de 27 por ciento. No fue mayor debido a las ventas petroleras. Las no petroleras declinaron de 41 a 18 por ciento. Esas mismas tasas registran las manufacturas. En junio de 2010 las exportaciones de la industria automotriz crecieron 99.5 por ciento; en 2011 aumentaron 27 por ciento.
El gasto público real en inversión presupuestaria que pudo atenuar el ciclo se contrajo 10 por ciento en el primer trimestre de 2011. El consumo de la población nada ha podido hacer a favor de la demanda porque el poder de compra de los salarios reales es lamentable y el alza del desempleo tiene efectos contractivos.
La desaceleración se explica por factores internos. Los externos sólo complican los problemas, pese al “blindaje financiero”. La adversidad mundial se transmite por mecanismos conocidos: el financiero, el comercial y el productivo. El pánico del mercado bursátil (su índice ha caído 9 por ciento en lo que va de 2011), la entrada especulativa de capitales y la incertidumbre afectan el nivel de la moneda (desde el 23 de julio pasado a la fecha se ha depreciado 6 por ciento), lo que afecta las tarifas de las importaciones, presiona a la inflación y desalienta a la inversión productiva. Un alza de los réditos aceleraría la caída económica.
Del lado comercial y productivo se resentirá aún más la dependencia estructural de Estados Unidos. El sector orientado del mercado local está aletargado por el débil poder de compra de la población. El “moderno”, el exportador, depende de la demanda estadunidense. El consumo privado, que representa el 70 por ciento del PIB, declinó de 3.1 por ciento en el último trimestre de 2010 a 1.6 por ciento en el segundo de 2011, afectado por el desempleo, la caída de los salarios reales y los altos niveles de endeudamiento, entre otros factores. La inversión productiva declinó de 7.4 a 4.2 por ciento. El gasto público en consumo e inversión que había crecido 0.1 por ciento decreció en 2.2 por ciento. El ritmo de crecimiento anual se desaceleró de 3.5 por ciento en el tercer trimestre de 2010 a 1.6 por ciento en el segundo de 2011.
La política monetaria y fiscal contracíclica impuesta por el gobierno estadunidense se agotó sin que se superara la crisis iniciada en 2007 y se consolidara la reactivación. Ahora ésta última declina y se impondrá un ajuste fiscal procíclico en lo que resta del mandato de Barack Obama, lo que debilitará aún más a la economía en lo que resta de este año.
Lo anterior será mortal para la economía mexicana que coloca el 80 por ciento de sus exportaciones en aquel mercado. En junio de 2010 las ventas anualizadas a ese país aumentaron en 44 por ciento; en junio de 2011 apenas crecieron 22 por ciento. Desde el punto de vista de las estadísticas estadunidenses, entre junio de 2009 y junio de 2010 su importación total de bienes mexicanos se expandió en 39 por ciento; en junio de 2011 por 16 por ciento. Las compras de equipo y transporte bajaron de 87 a 16 por ciento; las de equipos electrónicos y de cómputo de 29 a 1 por ciento; Las petroleras de 46 a 38 por ciento; las de equipo eléctrico de 24 a 12 por ciento. Todas representan el 64 por ciento de las importaciones. A medida que decline su demanda afectará más a la producción mexicana.
A nadie debe sorprender que a finales de 2011 la economía estadunidense inicie una segunda recesión que se desarrollaría hacia 2012. Lo más preocupante es que ese país se hunda en una depresión similar a la japonesa, que duró de 1992 a 2002. Cualquiera de los dos escenarios serían desastrosos para México, cuyo gobierno neoliberal priísta-panista no sólo no hizo nada para reducir la dependencia estructural, sino que, por el contrario, la agravaron desde la firma del Tratado de Libre Comercio. Le vendieron el alma al diablo y nos arrastran hacia su averno. Nuestro futuro inmediato es sombrío: recesión y más estancamiento económico, mayor descomposición social e inestabilidad política que podrían ser saludables porque pueden forzar a un cambio postneoliberal, aunque muy costoso también.
*Economista
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