Profesores y profesoras de asignatura son los últimos entre quienes integran la comunidad universitaria. Son los más precarios, los más vulnerables, los más explotados, los sin derechos. Y sobre ellos, y sobre nadie más, descansa la función sustantiva de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM): la formación de alrededor de 350 mil alumnos de bachillerato, estudios técnicos, licenciatura y posgrado.
Pueden perder su trabajo cuando así lo desee el empleador. Basta con que no les asignen grupos el siguiente semestre. Laboran bajo contratos de protección a cargo de la Asociación Autónoma del Personal Académico de la UNAM (AAPAUNAM), organización muy activa para entregar rosas el 10 de mayo u organizar veladas en la casa Club del Académico pero que nunca aparece cuando se trata de defender derechos. Otros están afiliados al Sindicato de Trabajadores de la UNAM (STUNAM), arrinconados, bajo acuerdos de la organización con Rectoría para que sólo se dedique a la defensa de los trabajadores manuales y administrativos, no de los académicos. Y algunos, pocos aún, están dando forma a una nueva organización con muchos retos por delante: el Sindicato Independiente de Trabajadoras y Trabajadores Académicos de la UNAM (SITTAUNAM).
Se trata de alrededor de 28 mil maestras y maestros, trabajadores a destajo con contratos que vencen cada semestre y que sólo se les vuelven a asignar por la voluble voluntad del empleador… “¿Protestas? ¿Defiendes tus derechos? Pues cuidado, porque ya no te van a dar grupos. Mejor haz méritos, cáele bien a los coordinadores, firma lo que te pidan, apoya a los funcionarios…”
Les pagan alrededor de 80 pesos por hora frente a grupo. Pero destinan hasta cuatro veces más tiempo en la preparación de las clases, la revisión de tareas, la calificación de exámenes… Impensable que les paguen ese trabajo realizado, menos aún que les costeen los insumos. “Es un privilegio dar clases en la Universidad, ni deberían de cobrar; eres afortunado”.
Su trabajo no les genera más derechos que los que inician y terminan con el semestre: salario por clase, seguro facultativo y apoyos simbólicos.
Las percepciones varían marginalmente, pero se puede ejemplificar con un caso concreto tomado de la Facultad de Ciencias, documentado por los propios profesores organizados. Un profesor de asignatura A de Álgebra Superior con una antigüedad de 12 años percibe un sueldo de 420.06 pesos por hora/semana/mes. Es decir, recibe una remuneración bruta mensual de 1 mil 624.96 pesos. A ello se le suma, si no encuentra dificultades, una compensación por antigüedad de 12 años por 195 pesos, apoyo para material didáctico por 27.20 pesos (sic) y, al final del semestre, una ayuda de despensa por 1 mil 255 pesos y aguinaldo por 373.14 pesos. Ante tal nivel de percepciones, los profesores deben luchar por obtener más grupos y saturarse, aquellos que lo logran, con cuatro o cinco materias más. Y claro, tampoco resulta suficiente para garantizarse una percepción digna.
En contraste, y sólo por citar un ejemplo de la casta dorada, la privilegiada alta burocracia, el titular de la Dirección General de Personal tiene una percepción mensual de 24 mil 33.37 pesos mensuales, una compensación mensual por antigüedad de 22 mil 67.09 pesos, otros ingresos por salarios de 94 mil 861 pesos, y ayuda para despensa por 1 mil 255 pesos. Se trata de una percepción por 142 mil 216.46 pesos cada mes. Superior, como puede verse, a la que percibe el presidente de la República. Y a ella se le suma un monto anual de 11 mil 56.30 pesos por “días de ajuste”.
El menosprecio de la UNAM hacia quienes realizan la primerísima de las tres funciones sustantivas –la docencia, la investigación y la difusión de la cultura–es tal que no reaccionó cuando, por meses, se le dijo que cientos no estaban recibiendo sus pagos y otros miles no los recibían completos. La indolencia fue tal que Rectoría, a cargo de Enrique Graue Wiechers, sólo ordenó atender el problema cuando comenzó a fructificar la indignación de los maestros en la organización de un paro de labores.
La suspensión de pagos sólo fue el colmo de una situación insostenible. La reanudación de los pagos no es suficiente. Maestras y maestros deben contar con seguridad laboral y condiciones de trabajo dignas. Nada han ganado aún. Pero puede ser el despertar de un movimiento que termine conquistar derechos por larga data conculcados.
Es la hora de los entrañables profesores y profesoras de asignatura, agitadores del conocimiento, humildes monjes de biblioteca; de digna pobreza, con paso apresurado, frente en alto y fólderes bajo el brazo… Con gratitud, recuerdos a los titanes de Polacas Fernando Benítez, Teresa Losada y Custardoy, Julio del Río Reynaga y Leopoldo Gutiérrez, maestros de asignatura que antes de partir inculcaron indignación y capacidad de asombro en varias generaciones de periodistas.
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