Acabamos de conmemorar el 30 de junio lo que se ha dado en llamar la “noche triste”, cuando en realidad es la “noche victoriosa” para los mexicanos. Triste para los invasores españoles que fueron derrotados y diezmados. Pero la historia nos la enseñan al revés, 500 años luego de la Conquista, tal como la contaron los invasores españoles. La realidad es que para nosotros esa noche fue un gran triunfo contra los crueles invasores.
Sobre la base de esta historia oficial se nos hace creer que por “tradición” los mexicanos formamos un pueblo ignorante, violento, fanático y sometido desde los orígenes al autoritarismo y al verticalismo. Todo esto es falso, pero eso nos hicieron creer los invasores europeos y ahora el mal gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN).
En el siglo XV era grande la ignorancia en Europa. Creían en aquel entonces que la Tierra era plana, y que conforme se alejaban los barcos de las costas el agua se iría calentando, por irse acercando al sol, y herviría; y luego en un punto dado se precipitarían en el vacío en una enorme cascada que los perdería para siempre y los llevaría a una muerte segura. De modo que ningún marinero tenía el atrevimiento de embarcarse en las expediciones que venían a lo que ellos consideraron el Nuevo Mundo al que llamarían más tarde América.
Ante este problema, la reina Isabel de España resolvió decretar que todos los presos condenados a pena de muerte, cadena perpetua o con largas condenas por delitos de asesinato, robo, violación, etcétera, podrían salir libres siempre y cuando se embarcaran con rumbo a estas tierras. Así salieron legiones de criminales ávidos de riqueza y de saciar sus bajos instintos. En España había mucha gente de trabajo y de bien, pero acá llegó gentuza bárbara y salvaje. Decían que traían la civilización y la religión, pero en realidad llegaron a robar, violar y matar a quienes durante siglos vivían en sus propias tierras. La colonización fue un crimen.
Fue tal el salvajismo de esta gente que, en las islas del Caribe, Cuba, La Española –donde hoy están Haití y República Dominicana, Trinidad y Tobago, Puerto Rico–, etcétera, se arrasó con toda la población en un genocidio que acabo con los indígenas. Actualmente en esos países hay negros, mulatos y blancos, pero no sobrevivió ningún poblador originario.
En lo que hoy es México el genocidio fue tal, que de alrededor de 25 millones de habitantes que había en 1500, para 1650 sólo quedaban 1 millón 200 mil habitantes de los pueblos originarios.
Los salvajes fueron los invasores europeos, no nuestros pueblos que habían desarrollado grandes culturas, demostradas en su arquitectura, urbanismo y desarrollo científico y tecnológico. Y fueron europeos, aquellos seres extraños en estas latitudes, los que contaron la historia, la que, desgraciadamente, todavía enseñan en nuestras escuelas. Gente ignorante de las costumbres de los pueblos y grandes civilizaciones que invadían y de los territorios que ocupaban con violencia y saña.
Además, los pocos españoles que contaban con una educación, como Hernán Cortés, quien estudió leyes en Salamanca y fue escribano real en La Española y Cuba, tenían un gran interés en esconder lo que realmente pasó aquí y en distorsionar la sociedad que enfrentaron. Él no podía decir la verdad. Cortés llegó a Veracruz huyendo de Cuba sin ningún permiso del rey, ni del virrey, de “conquistar” o invadir, ni siquiera el virrey Diego de Velázquez contaba con esa autorización y había mandado una comisión a España a obtenerla. Hasta ese entonces se había tenido que limitar a mandar expediciones como la de Hernández de Córdoba y la de Juan de Grijalva para obtener “rescates” de oro por secuestrar indígenas. Cortés huyó de Cuba y a la mala invadió, saqueó, hizo preso a Moctezuma a traición, lo encadenó y terminó asesinándolo.
Luego de la invasión, meses después de acaecido el drama, cuando se sentó a escribir sus Cartas de relación (la primera no apareció nunca y se cree que no existió y la segunda lleva la fecha –improbable conociendo al mentiroso Cortés– del 30 de octubre de 1520, cuando Moctezuma había sido asesinado la noche del 30 de junio al 1 de julio de ese año, es decir, 122 días antes), tuvo que alterar los hechos, pues él bien sabía que las leyes de las Siete Partidas, de Alfonso X, el Sabio, vigentes en su época, decretaban pena de muerte a quien “conquistara” sin el permiso del rey.
Hernán Cortés, quien era experto en redactar documentos legales, inventó una historia con el apoyo de todos sus cómplices, que también merecían ser ejecutados para evitar que sus enemigos en la Corte española los denunciaran y pidieran sus cabezas. Cortés no iba a escribir una sola letra que pudiese usarse para responsabilizarlo de ningún delito, no podía ser veraz ni objetivo. Para quitarse de toda culpa inventaron que fue Moctezuma quien por propia voluntad se había sometido y entregado todo al rey Carlos y que fue el propio pueblo el que lo mató a pedradas. Esta falsedad quitaba toda culpa a los criminales. En su Carta, Cortés dice que Moctezuma lo confundió con el enviado de un señor (feudal) dueño de la tierra, y que por eso se la “devolvió” voluntariamente. Cuestión evidentemente falsa, porque aquí no había feudalismo, ni siquiera existía la propiedad privada de la tierra y Moctezuma no era un rey y menos un emperador, sino un “vocero” o tlatoani, que acataba órdenes del Consejo o Tlahtocan. Él nunca pudo conducirse como lo inventó Hernán Cortés.
La realidad fue otra. Moctezuma, prisionero de los invasores españoles, les declaró la guerra a éstos, pero no se dieron cuenta del significado de lo que les advertía el tlatoani, pues ellos siempre atacaban por sorpresa, además él hablaba en nombre del Tlahtocan o Consejo, que era el que mandaba, y ellos lo creían rey o emperador y no sabían que tenía que transmitir las órdenes de un grupo colegiado.
Luego de la terrible matanza de la fiesta de Tóxcatl, el pueblo dejó de abastecer a los españoles, por lo que Hernán Cortés ordenó a Moctezuma que les trajeran los alimentos necesarios. Como no podían dejar salir a Moctezuma, pues manteniéndolo secuestrado como rehén garantizaban no ser atacados, aceptaron la propuesta que él realizó con suma astucia: que saliera Cuitláhuac, su hermano.
Lo que no sabían es que el Ueyi Tlahtocan (Consejo Supremo, que era la máxima autoridad) había ordenado a Cuitláhuac que saliera a hacer la guerra, sin importar que esto provocara la muerte de todos los prisioneros. Salió entonces Cuitláhuac y comenzó un combate sin tregua. Lo que fue interpretado por los europeos como una “rebelión” contra su prisionero, los invasores españoles sacaron a Moctezuma a la azotea para ver si exhibiendo al rehén que mantenían secuestrado paraban el ataque, pero el combate prosiguió.
Al constatar que ya no les servía su rehén, los españoles asesinaron a Moctezuma Xocoyotzin y a todos los prisioneros. Si Moctezuma fue herido con una piedra fue porque lo sacaron a la azotea en medio de una lluvia de flechas y piedras y de ninguna manera porque fuese dirigida una piedra en contra de él. De cualquier manera no murió de una pedrada, sino asesinado a manos de los españoles, como lo indican todos los cronistas religiosos. Así trataron los europeos a quien los había recibido en paz, siguiendo la costumbre de su pueblo, que antes de comenzar una guerra celebraba tres entrevistas con un lapso de 1 mes entre cada una de ellas y otro mes más para comenzar el ataque. Moctezuma los recibió porque era su cultura dar buena acogida a las embajadas extranjeras, pero los españoles lo apresaron en cuanto lo tuvieron enfrente, como relata Bartolomé de las Casas.
Luego de asesinar al tlatoani, echaron su cadáver fuera del palacio de Axayácatl calculando que, mientras el pueblo le hacía sus honras fúnebres, ellos podían escapar en medio de la noche. Así lo hicieron, pero una mujer vigilante los vio y dio la voz de alarma y comenzó el ataque.
Cuitláhuac desató la ofensiva al grito de: “¡Atlachinolli, atlachinolli!” (¡agua y fuego, agua y fuego!) y a la orden de “¡tiahui, tiahui!” (¡adelante, adelante!) derrotó por completo a los ladrones que huían cargados de oro, luego de asesinar a quienes, siguiendo sus costumbres ancestrales, les habían dado hospitalidad. La derrota de los españoles fue abrumadora. Ellos vivieron su “noche triste”, pero para los mexicanos es la “noche victoriosa”. Esa noche murieron 2 mil 66 europeos (tan sólo sobrevivieron 425), además de miles de sus aliados indígenas a los que mandaron por delante como escudo protector, y sobre cuyos cadáveres pasaron los españoles pues los arrojaron a los canales para poder huir. Esa noche también perdieron todos los tiros de artillería, la pólvora, casi todas las ballestas y escopetas, además de 79 caballos y casi todos sus perros. Los mexicas pudieron haberlos perseguido y aniquilado, pero no era su costumbre pisotear al vencido. Cortés pudo llorar tranquilamente su desgracia bajo el ahuehuete conocido como “el árbol de la noche triste”.
Esta fue nuestra noche victoriosa, triste para ellos. Hemos de reinterpretar la historia analizándola desde el punto de vista nuestro, mexicano, y deshacernos de una vez por todas de las mentiras medievales y de la oscuridad colonial que hoy se usa para mantenernos sometidos; ahora del saqueo neocolonial que se lleva nuestras riquezas: petróleo, plata, oro de forma desenfrenada con el apoyo del PRIAN (contracción de las siglas PRI y PAN). Es importante revalorar nuestro pasado y a nuestros pueblos originarios y poner en su lugar la autoestima del mexicano, al que otra vez quieren tildar de “salvaje” para quitarle sus riquezas como hace Enrique Peña con sus reformas estructurales, dictadas desde el extranjero y avaladas el 2 de diciembre de 2012 por el Pacto por México, en realidad Pacto contra México, firmado por el PRI, el PAN y el Partido de la Revolución Democrática.
Hoy estamos en pie de lucha contra el neocolonialismo, y parte de esa lucha es la consulta convocada por Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento Regeneración Nacional sobre el petróleo, para que en 2015 el pueblo opine sobre la conveniencia de abrir su riqueza petrolera y energética, concesiones y contratos a corporaciones extranjeras y nacionales. Nuestros antepasados lucharon con valentía contra el colonizador, nosotros seguiremos su ejemplo y derrotaremos a los nuevos colonialistas extranjeros y a sus socios mexicanos. Tendremos también nuestra gran victoria.
*Politólogo y urbanista. Dirigente de Mexteki y vocero del Congreso de la Soberanía
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