Usted conoce mejor que nadie/la ley amarga de estos países;
usted es duro con nuestra gente/¿por qué con otros son tan serviles?
Cómo traicionan el patrimonio/mientras el gringo nos cobra el triple.
Cómo traicionan éste y los otros/los adulones y los serviles.
Por eso digo, señor ministro/ ¿de qué se ríe?/¿de qué se ríe?
Nacha Guevara canta a Benedetti
México tuvo prestigio en el mundo debido a su política exterior. Puso en práctica los principios más avanzados, como los siguientes: a) la lucha contra la nuclearización, por considerarla un riesgo para diversas formas de vida, entre ellas la humana; b) la soberanía, la independencia y la autodeterminación de los pueblos, que implica el derecho a decidir su régimen político; c) el ejercicio de los derechos humanos por todos los habitantes del planeta; d) la no utilización de la fuerza, ni su amenaza, como forma de resolver conflictos políticos; y e) la no intervención en asuntos de otras naciones.
Especialmente importante para México fue la no intervención. Viviendo al lado del imperio más poderoso que haya contemplado la historia, y que por añadidura no tiene contrapeso en cuestión de armamentos, tenemos que cuidar esa joya, para impedir que se entrometa en temas soberanos. Ese principio consiste, básicamente, en el respeto a las decisiones políticas de otras naciones.
Cuando representantes del gobierno hacían uso de la palabra en foros internacionales, eran escuchados con interés y sus posturas tomadas en cuenta. Esa posición, a más de significar respeto a los otros, llevaba implícita la demanda del mismo respeto a lo que aquí se determinaba. La reciprocidad consiste en tratar a los demás como queremos ser tratados.
Diríamos entonces que es una postura inteligente abstenerse de señalar, criticar o denostar a otro Estado con motivo de sus actos políticos, además de acertada en la relación interpaíses, en tanto lleva consigo la idea de consideración mutua. Es además igualitaria, pues no considera –como algunas naciones poderosas– que unos pueden imponer a los débiles sus ideas, puntos de vista e instituciones políticas. Los imperios invocan razones “divinas” o de “democracia” y “civilización”, pero en el fondo desean que otros acaten decisiones en las que no han participado o que no comparten.
Uno de los efectos de la aplicación del modelo neoliberal en México ha sido el abandono de los principios del Derecho Internacional que fueron parte de nuestro ser nacional. A medida que se fueron explicitando las ideas globalizadoras, la política en nuestro país fue cambiando hacia el interior y hacia el exterior. Se dijo que en la nueva realidad íbamos a ser interdependientes más que independientes, y que tendríamos que conformarnos en bloques económicos que nos aseguraran no solamente la sobrevivencia en un mundo fuertemente competido, sino también el éxito. Lo nacional fue exhibido como arcaico, condenado a desaparecer en corto plazo.
Fue muy notorio el retiro del apoyo a las luchas de liberación de los pueblos. Aquí tuvieron cobijo los republicanos españoles, condenados al exterminio por la dictadura franquista; los saharauis, los vascos y la causa de latinoamericanos y caribeños que huían –casi todos– de la persecución política. En México se efectuaron ceremonias de firma de paz de diversas naciones, pero también eso terminó al irse profundizando la dependencia respecto de los Estados Unidos. Hoy vemos al secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, reconocer que ha otorgado cesiones a los empresarios estadounidenses al renegociar los acuerdos de comercio del azúcar.
Fue vergonzosa para las y los mexicanos la actitud de Vicente Fox, cuando dijo a Fidel Castro: “Comes y te vas”, porque iba a participar en una reunión donde también estaría George Bush.
Se modificó también nuestra política migratoria, respecto a nuestros hermanos de América Latina. Los centro y sudamericanos prácticamente nunca fueron extranjeros en México (aunque formalmente lo fueran), hasta que se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. El incremento de la explotación de los recursos naturales de la región incrementó también el fenómeno migratorio; y la reacción estadunidense fue convertir a nuestro territorio en su frontera sur, y a las autoridades migratorias mexicanas en sus ayudantes para evitar que las personas provenientes de Centro y Sudamérica pasaran en busca del “sueño americano”. Hoy, el tránsito por territorio mexicano, es un auténtico calvario para quienes vienen de Nuestramérica, pues son víctimas de humillaciones, vejaciones, malos tratos e incluso privación de la vida.
Y se abandonó asimismo el principio de no intervención.
La Revolución Bolivariana nunca gustó a los gobiernos estadunidenses, porque se sale del esquema conocido: endeudamiento, negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y con el Banco Mundial, imposición de gobiernos dóciles y corruptos; y continuación de la hegemonía de estados Unidos en la región. Todo en orden en el patio trasero.
El gobierno de Hugo Chávez, en Venezuela, desagrado a los centros de poder de los Estados Unidos, debido a sus políticas contrarias al neoliberalismo. Frente a la amenaza de llevar el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas) a Sudamérica, con la complicidad de los gobiernos de Colombia y otros, se promovió el Acuerdo Bolivariano (Alba). En lugar de la competitividad como eje, se tomó la complementariedad. También usó el petróleo en favor de los más desfavorecidos de su país, y lo comerció sin las duras reglas del comercio internacional. Chávez ganó siete de ocho elecciones en las que participó, y armó una estructura del Estado que le permitió revertir un Golpe de Estado organizado, como siempre, desde el corazón del Imperio.
A la muerte de Chávez Frías (por cierto todavía no bien aclarada), llegó Nicolás Maduro contra quien arreció una conjura de la derecha venezolana, que cuenta con el respaldo de los políticos e intelectuales conservadores de la región. Lo culpan de la crisis económica que padece el país y quieren aprovecharse de ella para deponerlo y colocar un régimen que se ajuste a las directrices de la globalización imperial.
Ajustándose al guion impuesto por Estados Unidos, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, desató una ofensiva demencial contra el gobierno de Nicolás Maduro. Se unió a las fuerzas de la derecha progringa para derrocarlo, aprovechando que en las pasadas elecciones aquellos se hicieron de la mayoría de la asamblea legislativa. No considera válido el llamado a una Constituyente, para que sea el pueblo en pleno el que resuelva la crisis que existe entre los poderes venezolanos. Por lo pronto, quienes quieren expulsar a Maduro, han echado mano de la violencia, en forma abierta y delincuencial.
A eso se han unido Peña Nieto y su secretario de relaciones exteriores Luis Videgaray, rompiendo el principio de no intervención y, sobre todo de solidaridad con los hermanos latinoamericanos. Convocaron a una reunión de ese organismo (sí, el mismo que expulsó a Cuba cuando la agresión norteamericana era más feroz) en Cancún y aprovecharon la presencia de algunos actores de la derecha para efectuar un evento en la Universidad Iberoamericana. Dijo con acierto Ángel Guerra: “…lo que es mejor en su interés, y no se diga del pueblo mexicano, sería tratar de enfriar la creciente hostilidad contra Venezuela que se está respirando en círculos oficiales, empresariales y mediáticos del país. México siempre fue un líder latinoamericano por su política de no intervención, respeto a la soberanía de los demás países y apego a la solución pacífica y dialogada de los conflictos” (La Jornada, 8 de junio del 2017, página 26).
Como mexicanos patriotas, demandamos a Peña y a Videgaray que cesen de inmediato las agresiones a Venezuela y que se rectifique la política exterior, recuperando sus principios básicos, sobre todo el de no intervención en asuntos soberanos de otros pueblos.
José Enrique González Ruiz*
*Doctor en ciencia política y en derecho constitucional; exrector de la Universidad Autónoma de Guerrero
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
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