En su reciente viaje a Brasil, el pontífice enarboló la truculenta frase: “No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo”. Ciertamente, la Iglesia ha acumulado inmensos tesoros materiales que tiene bien resguardados y que Bergoglio no pone a disposición de los desposeídos.
Por el contrario, lleva consigo no a Jesucristo, como dice eufemísticamente, sino proyectos muy concretos del clero, como son encarcelar a las mujeres que abortan, oponerse al matrimonio homosexual, negarle al género femenino el acceso al sacerdocio y, acorde con los tiempos que corren, apoyar la llamada “guerra contra las drogas”, política punitiva que ha ocasionado secuelas trágicas en muchos países.
En 1974, cuando era provincial de los jesuitas, Bergoglio elaboró la Carta de principios de la Universidad de El Salvador, fundada por esa orden en Argentina.
El primero de esos principios es nada menos que la “lucha contra el ateísmo”, que Bergoglio definía como “la ausencia de un sentido trascendente [religioso] de la vida, en la comprensión de los fenómenos históricos y sociales” (www.salvador.edu.ar/vrf/ DAC/Carta%20de%20Principios.htm). Es decir, la lucha que encabezaba el jesuita era contra la libertad de conciencia.
Más de 4 décadas después, el Instituto Nacional contra la Discriminación (Inadi), organismo gubernamental de ese país, dictaminaría que tal principio es discriminatorio y recomendaría a esa casa de estudios “a los efectos de no continuar perpetrando conductas discriminatorias, omitir de sus publicaciones el conflictivo principio”. También ordenó remitir una copia de la resolución a la Dirección Nacional de Gestión Universitaria, como organismo competente para fiscalizar a las casas de altos estudios privadas (Página 12, 6 de abril de 2011: www.pagina12.com.ar/diario/ sociedad/3-165666-2011-04-06.html).
Además de las acusaciones contra la jerarquía católica por su complacencia o complicidad con la dictadura militar, Bergoglio en particular fue conocido por sus vínculos con grupos extremistas como la FASTA (Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino), por haber promovido la clausura de una exposición pictórica supuestamente irreverente y, sobre todo, por su lucha contra la despenalización del aborto y contra el matrimonio homosexual.
Sin embargo, una vez llegado al pontificado, muchos medios de comunicación afines a la Iglesia procuraron soslayar esos hechos acerca de Bergoglio, quien por su parte ha cultivado una imagen de franciscanismo y de renovador de la Iglesia, cuyo compromiso con los pobres se limita en realidad a meros alardes mediáticos: aunque Francisco se acerque a las multitudes, la Iglesia sigue siendo rica, poderosa y conservadora.
Bergoglio pretende ser un sucedáneo de Juan Pablo II, quien con el apoyo de los medios de comunicación movilizaba a sus fieles mediante sus capacidades escénicas; pero al papa Francisco le ha tocado vivir una época muy diferente a la del papa polaco de la era del anticomunismo y de la televisión, cuando la opinión pública era mucho más dócil, pues no existían medios de comunicación como el internet y los teléfonos celulares, medios que permiten la libre difusión de las ideas al margen de los grandes intereses económicos.
Por eso, en los últimos años, en los viajes pontificios a diferentes países suele haber protestas organizadas desde las redes sociales; y así ocurrió en Brasil, donde un grupo de cerca de 2 mil personas se reunió para defender los derechos de los homosexuales.
“Allí organizaron ‘un besazo gay’ entre homosexuales, y algunas mujeres se quitaron la parte superior de la ropa como forma de protesta” (La Razón Digital, 24 de julio de 2013).
Además de su imagen mediática, el conservador Bergoglio recurre a una estrategia muy acorde con el mundo del consumo y del capitalismo sin freno, que es el uso de un discurso basado en consignas mentirosas, frases engañosas y vacías o declaraciones contradictorias, como las que se usan para la venta de cualquier producto o las que usan los políticos en sus discursos.
Así, mientras que en realidad se opone a los derechos de los homosexuales, el pasado 29 de julio, ya de regreso en Roma, el papa declaraba hipócritamente que no es nadie para juzgarlos, pues la Iglesia acepta que puedan “buscar a Dios” (La Jornada, 30 de julio de 2013). Con ello, el papa Francisco se ganaba ante los medios una imagen de “tolerante” y “comprensivo”, pero en realidad, ni él ni la Iglesia que encabeza han cambiado su posición intolerante hacia ese sector.
En la misma ocasión, el papa reiteraba la posición de la Iglesia sobre el aborto, y cuando se le interrogó acerca de la situación de la mujer en la Iglesia contestó tramposamente con una falacia, que es conocida en todos los textos de lógica (ignoratio elenchi: ignorancia del tema en discusión) y que consiste, como se dice cotidianamente, en evadir el problema saliéndose por la tangente.
Al ser interrogado sobre el sacerdocio de las mujeres, dijo: “Esa puerta está cerrada. Pero sobre esto quiero decirles algo: la virgen María era más importante que los apóstoles, que los obispos, que los diáconos y los sacerdotes. La mujer en la Iglesia es más importante que los diáconos y los sacerdotes…”.
La pregunta no era acerca de la virgen María ni de los apóstoles, sino de la posibilidad de que las mujeres accedan al sacerdocio, y su frase acerca de la supuesta importancia de la mujer en la Iglesia es contradictoria con la negativa de esa institución a darle ese acceso.
El lenguaje de Bergoglio es el de los políticos, que no quieren decir la verdad ni expresar sus intenciones, sino con frases vagas y obsequiosas quedar bien con los “grandes medios” y con la mayoría de la gente.
En su viaje a Brasil, Bergoglio prodigó a granel a sus audiencias frases demagógicas, rimbombantes pero vacías, dignas de cualquier político en campaña. Por ejemplo, clamó: “Tengamos una mirada positiva sobre la realidad” (tópico de gran parte de la mercadotecnia); “el cristiano es alegre, nunca triste” (como si todas las circunstancias de la vida fueran iguales); con palabras trilladísimas dijo que la juventud “es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo” y, por tanto, los jóvenes son “motores potentes para la Iglesia y para la sociedad”; los exhortó a “servir a los demás sin miedo” [¿?] y pontificó vanamente que “el mal nunca es más fuerte. Dios es el más fuerte”.
Pero también, al lado de toda esa palabrería hueca, expresó las preocupaciones y proyectos muy específicos del clero católico. Por ello criticó a varias de las iglesias evangélicas que amenazan la tradicional hegemonía del catolicismo en América Latina y apoyó directamente la estrategia sangrienta de la llamada “guerra contra las drogas”, pues según él, “la plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad” (www.cronica.com.ar/diario/2013/07/24/51684-la-plaga-del-narcotrafico-requiere-un-acto-de-valor-de-toda-la-sociedad.html). Se opuso, asimismo, a la política de liberalización de las drogas, con un espíritu similar al que animaba a Juan Pablo II a rechazar el uso del condón que evita la propagación del VIH-Sida.
En suma, Bergoglio no llevó oro ni plata a Brasil, por el contrario, con tal de oponerse al libre albedrío, llevó a ese país la consigna criminal de apoyar la llamada “guerra contra las drogas”, estrategia que tantas muertes y desgracias ha ocasionado a la sociedad.
Según él, en lugar de tesoros materiales, llevó a Jesucristo en su viaje, pero cuesta trabajo imaginar al “redentor” encabezando a las huestes policiacas y militares en esa lucha sangrienta e inútil contra el consumo de ciertas sustancias.
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
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Fuente: Contralínea 348 / agosto 2013
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