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Refugiados de países bombardeados devuelven la visita

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José Carlos García Fajardo*

José Carlos García Fajardo*/Centro de Colaboraciones Solidarias

“Dondequiera que interviene Estados Unidos con el objetivo específico de llevar la democracia, ésta se compone de bombardeos, destrucción, terror, masacres, caos y catástrofes humanitarias… entran para defender sus necesidades e intereses económicos y geopolíticos, sus intereses imperiales”, afirma el experto en política internacional Luiz Alberto Moniz Bandeira, en su libro Civilização Brasileira, 2016. Guerras por procuración, terror, caos y catástrofes humanitarias.

Lo comenta Leo Boff subrayando que el autor ha tenido acceso a las fuentes de información más seguras, a múltiples archivos, a lo que se une un vasto conocimiento histórico. Porque se trata de un minucioso investigador y un militante contra el imperialismo estadunidense, cuyas entrañas corta con un bisturí de cirujano. Por eso, Moniz Bandeira padeció prisión y tortura en el infernal Centro de Informaciones de la Marina (Cenimar, de Brasil), por oponerse al principal soporte de la dictadura: Estados Unidos.

Quien alimenta admiración por la democracia estadunidense y procura alinearse con los designios imperiales, como hacen no pocos neoliberales y bánksters organizados en bandas criminales, puede disponer de una contrastada información crítica y datos para una lectura del mundo visto del Sur, como reza el subtítulo de la Guía del mundo, editada en Uruguay www.guiadelmundo.org.uy/ que todavía nos sirve de referencia.

La política externa estadunidense, dice el autor, se inspira en el ilusorio “excepcionalismo” del viejo “destino manifiesto”, una variante “del pueblo elegido por Dios, raza superior”, llamada a difundir en el mundo la democracia, la libertad y los derechos y a considerarse “la nación indispensable y necesaria”, “ancla de la seguridad global” o el “único poder”. Es el lema que preside la ejecutoria y fantasía de los centros de poder estadunidenses con sus tenebrosos órganos de seguridad interna y externa: “un mundo y un solo imperio” o “un solo proyecto y el espectro de la dominación total”.

Ya en el siglo XVIII Edmund Burke y en el XIX Alexis Tocqueville presentían que el presidente de Estados Unidos tenía más poderes que un monarca absoluto y que eso degeneraría en una military democracy. Con George Bush, a raíz de los atentados a las Torres Gemelas, se instauró una verdadera democracia militar, con la declaración de la war on terror y la publicación del Patriot act que suspendió los derechos civiles básicos hasta el habeas corpus y dio permiso para las torturas. Esto configura un estado terrorista, afirma Leo Boff en una admirable reseña que nos prepara para la lectura de un libro indispensable para conocer el reverso de la pantomima de la campaña presidencial en Estados Unidos, absurda y llena de descalificaciones entre los candidatos que estamos padeciendo.

Y tenemos que seguirla porque su desenlace influirá en los destinos de España, de Europa y del resto del mundo en esa locura que preside la destrucción de pueblos del Sur sociológico que, con toda razón y derecho, se ha decidido a devolvernos la visita que les hemos hecho durante 500 años. Están desesperados porque ya no tienen nada que perder más que su miseria por la rapiña de sus riquezas naturales y de sus medios de vida. Esta invasión en busca de refugio y de acogida de personas y de familias porque en sus tierras han esquilmado sus bosques y sus aguas, sus campos y sus medios de vida, sus esperanzas más elementales y entrañables, está plenamente justificada. Tienen todo el derecho a entrar en este reducto europeo por todos los medios y nosotros a acogerlos en nombre de la Ética más fundamental porque ellos forman parte de la familia universal, de la koinonía, de la especie humana a la que todos pertenecemos. Por encima de religiones fundamentalistas, de criminales sistemas de capitalismo financiero, de la destrucción del medio ambiente en el que todos vivimos, nos movemos y somos. Como sucedió con el Imperio Romano y otros sistemas despóticos, fascistas, soviéticos, totalitarios y alimentados por la codicia más desaforada e inhumana que efectuó genocidios en América, África, China, Indochina, India y en tantos países y no digamos en el exterminio de los aborígenes de Australia y de Nueva Zelanda.

No puede haber lugar para una pérdida de la memoria que como decía un valiente guerrillero “rescatar la memoria es como acá llamamos a la justicia”.

Y es que ya no hay una democracia sino un dominio por una élite económica a la cual debe someterse el presidente. Las decisiones son tomadas por el complejo industrial-militar, por Wall Street, por poderosas organizaciones de negocios y por un pequeño número de personas muy influyentes, como afirmaron eminentes científicos norteamericanos citados por Moniz Bandeira en su certera denuncia.

Para garantizar el “espectro de la dominación total” mantienen 800 instalaciones militares en el mundo, la mayoría con ojivas nucleares y 16 agencias de seguridad con 107 mil 35 agentes civiles y militares. Como afirmó Henry Kissinger: “la misión de América es llevar la democracia, si es necesario mediante el uso de la fuerza”.

En esta lógica, en los 239 años de existencia de Estados Unidos, 218 han sido años de guerra y sólo 21 años de paz. Barack Obama cambió los nombres, pero mantuvo las torturas en Guantánamo y en otros lugares fuera de Estados Unidos. A la perpetual war le dio el nombre de Oversee Contingency Operation. Autorizó cientos de ataques con drones y aviones no pilotados, matando a poblaciones indefensas. Bill Clinton constató: “Los Estados Unidos no han vencido ninguna guerra desde 1945”. De Irak huyeron en silencio en la oscuridad de la noche.

José Carlos García Fajardo*/Centro de Colaboraciones Solidarias

*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid; director del Centro de Colaboraciones Solidarias

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[SECCIÓN: ARTÍCULO]

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