En Grecia y los Balcanes, la pésima política migratoria europea se cobra un enorme costo humano: miles de hombres, mujeres, niños y niñas están atrapados en zonas inseguras de las que no pueden huir. Se acaba de cumplir un año del acuerdo Unión Europea-Turquía pero estos son los hechos que denuncian las Organizaciones humanitarias y que envían a medios de comunicación para que se difundan entre los ciudadanos. Porque no todo es negro, catastrófico y caótico.
Ésa es la impresión que producen los informativos de radio y de televisión así como la prensa escrita. No se resaltan estas denuncias y los esfuerzos que decenas de miles de personas hacen día a día para luchar contra tantas desgracias y desenmascarar las causas y razones que no están lejos de nuestras sociedades ávidas de poder y de codicia del mal llamado primer mundo.
Médicos sin Fronteras (MSF) urge a los líderes de los Estados miembros que modifiquen su enfoque migratorio y pongan fin al innecesario sufrimiento de miles de personas atrapadas en las consecuencias del acuerdo.
El Consejo Europeo –que premia a Turquía por detener el flujo de migrantes, refugiados y solicitantes de asilo y aceptar a los que son devueltos forzosamente desde las costas griegas– ofrecería a los migrantes una alternativa a arriesgar sus vidas.
Un año después, hombres, mujeres, niños y niñas están atrapados en zonas inseguras fuera de Europa de las que no pueden huir. Como consecuencia del acuerdo, se ven obligadas a utilizar rutas más peligrosas de la mano de traficantes para llegar a Europa o quedan atrapadas en centros de registro, hacinados en las islas griegas.
“El acuerdo tiene un impacto directo en la salud de nuestros pacientes, y muchos son, cada vez, más vulnerables”, afirma Jayne Grimes, sicóloga en Samos, una isla en el Este de Grecia muy próxima a Turquía.
“Estas personas han huido de la violencia extrema, la tortura y la guerra y han sobrevivido a viajes muy peligrosos. Aquí su ansiedad y depresión se agravan por la falta de información sobre su situación jurídica y malas condiciones de vida. Están perdiendo la esperanza de encontrar un futuro mejor y más seguro que aquel que dejaron atrás. A menudo vemos gente que piensa en el suicidio o en la auto-mutilación.”
El informe de MSF denuncia que sus sicólogos en Lesbos han visto cómo el porcentaje de pacientes que presentan síntomas de ansiedad y depresión se ha multiplicado por 2.5.
En los últimos meses, en las casi 300 consultas de salud mental que MSF ha llevado a cabo en Samos, han comprobado un deterioro similar y una escalada en los suicidios.
En Serbia y Hungría, equipos de estas organizaciones humanitarias internacionales son testigos de un aumento de los pacientes con traumatismos relacionados con la violencia que experimentan desde el cierre de la ruta de los Balcanes.
“Los líderes europeos siguen creyendo que la construcción de vallas y el castigo a quienes todavía tratan de cruzarlas disuadirán a otros de huir para poner a salvo sus vidas”, manifiesta Aurelie Ponthieu, asesora humanitaria de MSF. “Todos los días tratamos las heridas, tanto físicas como sicológicas, infligidas por estas políticas de disuasión. Estas medidas han demostrado ser inhumanas e inaceptables”.
En esta línea, declaran que renuncian a los fondos públicos de la Unión Europea y sus Estados miembros en protesta por su dañina política migratoria. Reiteran que las únicas soluciones humanas para poner fin a la muerte y al sufrimiento en las fronteras de Europa, tanto terrestres como marítimas, son el pleno respeto del derecho a solicitar asilo, la apertura de alternativas seguras y legales para que las personas se trasladen, el reasentamiento, la reubicación, los visados humanitarios y la reunificación familiar, así como las visas de trabajo y de estudio.
En 2015, lanzaron una respuesta de emergencia cuando miles de personas comenzaron a llegar a las islas griegas desde Turquía con el objetivo de atravesar los Balcanes para llegar al Norte de Europa. Pero la clave de estas migraciones en desbandada está en los países de donde provienen y en los que grupos de poder económico y financiero, sin alma ni patria, se instalaron desde hace tiempo para explotarlos y utilizarlos como recursos materiales y humanos. Siguen operando no sólo compañías sino fuerzas militares de países de la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia aprovechando la desesperación de esos pueblos condenados a un exilio ni querido ni humano. Y en “Occidente” culpan a fanatismos y terrorismos que no se producían cuando existían como Estados con organizaciones sociales y políticas preferibles al caos y a la desesperación. Ahí es donde hay que actuar como sociedades regidas por la justicia, el derecho y la convivencia.
José Carlos García Fajardo*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Centro de Colaboraciones Solidarias
[BLOQUE: OPINIÓN]
[SECCIÓN: ARTÍCULO]
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