Cada año, al menos 5 mil 840 niños y adolescentes mexicanos se quitan la vida. Para hacerlo, recurren a armas de fuego y punzocortantes, raticidas, ahorcamiento o arrojarse desde lugares altos, alertan especialistas. En la última década, este fenómeno aumentó 31 por ciento entre jóvenes de 14 a 21 años. Al año, se registran, al menos, 10 mil 500 intentos suicidas entre este sector
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el suicidio en jóvenes se propicia por la quiebra afectiva y/o económica; la incomunicación o indiferencia familiar; las adicciones al alcohol o las drogas; el incremento de la marginación social y económica; el aislamiento elegido o forzado; los ataques a la dignidad personal, como el abuso sexual, maltrato físico, verbal o sicológico.
Cada 24 horas, fallecen casi 16 jóvenes en México por esta causa. Esa cifra podría superar la mortalidad por diabetes. A pesar de que, en 38 años, la tendencia mundial en suicidios ha descendido, en México creció en 275 por ciento, y actualmente se ubica en una tasa de 4 por cada 100 mil habitantes. Los jóvenes son los que más lo consuman, según la investigación de la doctora María Liliana Toledo, del Consejo Nacional Contra las Adicciones.
De acuerdo con la experta, el suicidio es la quinta causa de muerte entre menores de 15 años y la tercera causa entre el grupo de 15 a 19 años, así como para los de 20 a 24 años. El estudio refiere que la decisión de quitarse la vida se asocia a una predisposición genética, al consumo abusivo de alcohol y drogas y a factores sicosociales, como la pobreza y el desempleo. En cuanto al género, todos los conteos y estudios confirman que, por cada mujer que recurre al suicidio, cinco hombres lo consuman.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en 38 años –de 1970 a 2008– la tasa de suicidios se mantuvo con un incremento anual de 16.5 por ciento en promedio. Sin embargo, esa cifra se disparó a 33 por ciento a mediados de 2009 y se estima que se mantendrá en el curso de 2010. Conforme a esos datos, la OMS ubica a México en el sitio 78 por incidencia de suicidios. Lituania, Bielorrusia, Rusia, Kazajastán, Eslovenia y Hungría (todos ellos antiguos países socialistas) ocupan los primeros sitios en este fenómeno.
En México, el incremento de suicidios va de la mano con el aumento de trastornos depresivos en jóvenes, principalmente en Yucatán, Tabasco, Campeche y Guanajuato, de acuerdo con los conteos del Inegi. Investigadores y organizaciones no gubernamentales advierten que, de seguir esa lógica en 2012, la población juvenil –que sumará 36 millones de personas, su máximo histórico– estará seriamente amenazada por problemas depresivos.
La OMS anticipa que ante el incremento en la tendencia de los jóvenes al a quitarse la vida, es de esperarse que un número importante de ellos esté incluido en el millón y medio por año de suicidios que se cometerán hacia 2020. Al cierre de la primera década del siglo XXI, la OMS establece que los suicidios son casi la mitad de todos los decesos violentos a nivel mundial y que suman alrededor de 1 millón de víctimas al año.
El proceso suicida se define como un conjunto de acciones con las que se asume que la persona busca quitarse la vida; consta de varias etapas: la ideación suicida pasiva, la contemplación activa del propio suicidio, la planeación y preparación, la ejecución del intento suicida y el suicidio consumado. Esas etapas pueden ser secuenciales o no, pero cada una de ellas conlleva un gran riesgo.
En México, la creciente incidencia de suicidios juveniles no es reciente, como en su momento advirtieron entidades nacionales e internacionales. En 2005, la Secretaría de Salud reportó que, un año antes, se registraron 1 mil 537 suicidios de adolescentes, además de 434 muertes por accidentes en menores de 12 a 17 años, y 625 homicidios. La dependencia hizo notar que cerca del 30 por ciento de ese sector de la población (que entonces equivalía a 3.9 millones de jóvenes) no asistía a la escuela.
En febrero de 2006, Consulta Mitofsky y el Inegi revelaron que el Distrito Federal, Chihuahua, Nuevo León y Veracruz eran, en ese momento, las entidades con mayores índices de suicidio. Al contrastar la situación con otros países de América Latina, se mostró que México ya ocupaba entonces el cuarto lugar en suicidios; Argentina figuró en el primer lugar, seguido por Venezuela y Brasil.
En agosto de ese mismo año, el Índice de los derechos de los adolescentes mexicanos de 12 a 17 años, del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por su acrónimo en inglés), advertía que el suicidio, los accidentes automovilísticos, la explotación laboral por los bajos salarios y el consumo de drogas eran los riesgos a los que se exponía a los jóvenes mexicanos.
El panorama planteado por el organismo internacional llevó a su representante, Yoriko Yakusawa, a declarar que, en México, “se atiende de forma inadecuada a ese sector de la población”, y lo calificó con 5.53 puntos, en una escala de cero a 10, respecto de sus derechos humanos.
Tres años después, el Informe sobre la adolescencia 2009 –también de la Unicef– enfatizó las precarias condiciones de la población juvenil de México. Indicó que ese sector sumaba 12.8 millones de dos a 17 años de edad: 6.3 de ellos son mujeres, y 6.5, hombres. De ese total, “55.2 por ciento es pobre, pues uno de cada cinco adolescentes tiene ingresos familiares y personales que no les alcanza siquiera para la alimentación mínima requerida”.
Según ese documento, “la falta de orientación y de oportunidades también se refleja en el alto número de menores que mueren cada año en México por accidentes de tránsito, homicidios y suicidios”. El organismo, con base en datos del gobierno mexicano, estableció que, “diariamente, ocho jóvenes cometen suicidio, ocho más son asesinados y tres mueren en accidentes de tránsito”.
Para el organismo especializado en la atención a la infancia mundial, la adolescencia es esencialmente una época de cambios. Establece que la transformación del niño a adulto trae consigo grandes variaciones físicas y emocionales; asimismo, que en la adolescencia es cuando se define la personalidad, se construye la independencia y se fortalece la autoafirmación. En esa etapa de la vida, la persona rompe con la seguridad de lo infantil, corta con sus comportamientos y valores de la niñez y comienza a construirse un mundo propio. “Para lograrlo, el adolescente todavía necesita apoyo: de la familia, la escuela y la sociedad”.
Según la Asociación Psiquiátrica Estadunidense, la depresión es un trastorno afectivo que se refleja en el comportamiento. Sus síntomas más comunes son la incapacidad para concentrarse, sentimientos de desamparo, cambios en el peso, problemas de insomnio, inactividad o hiperactividad, pensamiento lento, falta de motivación, fatiga, incapacidad para divertirse y pensamientos relacionados con la muerte.
Esa asociación advierte que la depresión es difícil de diagnosticar en niños. “Incluso, algunos expertos afirman que ese trastorno no se presenta antes de la adolescencia”. Sin embargo, si se observan más de dos de las anteriores características en un lapso mayor a dos semanas, recomienda remitir al menor con algún especialista.
El Fondo para la Defensa de los Niños –organización no gubernamental estadunidense fundada por Marian Wright Edelman, la primera mujer afroamericana que ingresó a la barra de abogados de Mississippi– estima que seis niños se suicidan diariamente en Estados Unidos. En México, este fenómeno social se manifiesta con mayor frecuencia en las zonas urbanas.
No todos los casos de depresión anteceden al acto suicida; sin embargo, ésta debe atenderse a tiempo. “La depresión es considerada como la enfermedad del siglo XXI, pues cada vez, a menor edad, las personas comienzan a manifestar síntomas depresivos”, precisa la maestra Norma Cruz Maldonado, de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La depresión no es ajena a los jóvenes, evidencia el estudio Depresión en adolescentes de escuelas secundarias en dos regiones marginadas del Distrito Federal, coordinado por el investigador Francisco Calzada Lemus y en el que participaron Norma Cruz Maldonado y Karina Quezada.
El estudio se llevó a cabo en dos colonias marginadas de las delegaciones Gustavo A Madero e Iztapalapa. En total, fueron 356 jóvenes: 60.4 por ciento, mujeres, y 39.6 por ciento, hombres. El resultado mostró que el 32 por ciento de adolescentes de secundaria presentaba algún nivel de depresión. De ese total, el 71.1 por ciento era “leve”, el 48.6 por ciento, “moderada”, y el 12.5 por ciento, “grave”.
Se observó que la depresión “grave” fue cuatro veces mayor en las mujeres y que se presentó, como la “moderada”, con mayor frecuencia entre adolescentes que cursan el primer y segundo grado de secundaria. La investigación mostró que las dos principales situaciones que se asociaron al desencadenamiento de esa depresión fueron los problemas familiares (divorcio, separación o peleas entre los padres) y la inseguridad pública en la colonia (miedo constante para salir a la calle).
El estudio de la ENTS reveló que la depresión en 12 por ciento de los adolescentes –principalmente, los varones– se asoció al hecho de que no poseían un equipo de telefonía celular de vanguardia.
En lo que se refiere a las causas más profundas que llevan a los niños y jóvenes a pensar o consumar su suicidio está el maltrato infantil en sus hogares o en las escuelas. Así lo advirtió, en noviembre de 2009, el paidosiquiatra mexicano José Luis Vázquez Ramírez. Señaló que los menores maltratados sufren graves trastornos que pueden derivar en conductas violentas, como la autoagresión, el desprecio por el prójimo, el consumo de drogas, “incluso el suicidio”.
Once meses después de esa advertencia, en septiembre de 2010, la investigación de Grupo Multisistemas de Seguridad Industrial (GMSI) señaló que el suicidio entre adolescentes y jóvenes de México se convirtió en la tercera causa de muerte entre personas de 19 a 25 años y que los suicidios en esta población van en aumento.
Esa investigación arrojó que, detrás de esa decisión, las causas más relevantes son “pretender dejar de ser una molestia, buscar que cese el abuso o maltrato, evitar perturbaciones escolares o familiares, incertidumbre y crueldad, además de los tradicionales intentos de venganza”, manifestó Alejandro Desfassiaux, presidente de GMSI.
También alertó que, en México, se detecta un “rápido incremento tanto en suicidios perpetrados como en intentos”. Según el directivo, ese fenómeno estaría ligado “al clima de violencia que prevalece en el país”. Las entidades con mayores suicidios juveniles son Nuevo León, el Distrito Federal, Veracruz, Jalisco y Guanajuato.
La investigadora Norma Cruz Maldonado, de la ENTS, refiere que el suicidio es el resultado de elementos multicausales, por lo que “cada caso es único y específico”. Detrás del suicidio juvenil, hay factores de carácter social, como el fracaso, el desamor, el desempleo, ruptura con la pareja y la soledad; pero también existen algunos problemas de salud, no sólo la depresión y las adicciones, sino de respuestas: en el menor de los casos, ante la impotencia de hacer frente a enfermedades terminales como el cáncer y el virus de la inmunodeficiencia humana.
Respecto de la falta de datos oficiales actualizados en cuanto a cifras o que coincidan en cuanto a las entidades en que se manifiesta la mayor incidencia del suicidio juvenil, la académica puntualiza que hay que diferenciar entre el suicidio, que es el acto en el que deliberadamente una persona se quita la vida, y el intento de suicidio.
De esa manera, en los informes del Inegi, se observa que hay el doble de intentos que consumados. Refiere Cruz Maldonado que los datos más recientes de la OMS refieren que México está entre las naciones cuya tasa de suicidio se elevó en los pasados 15 años, con un incremento de hasta 62 por ciento y con una tasa anual del 3.4 por ciento.
La investigadora señala que, en el último año, se ha estimado que el suicidio en México se convirtió en la tercera causa de muerte entre los jóvenes; más del 50 por ciento de los casos se presentaron en personas entre 20 y 30 años, y el 20 por ciento, en menores de 20 años.
Al mismo tiempo, reconoce que existe un “problema metodológico para tipificar la muerte por suicidio, pues el Inegi reporta, cada año, los fallecimientos considerados por suicidio con información que recopila a través de otros órganos de gobierno, como la Secretaría de Salud, ministerios públicos y jueces.
Estima que esa cuestión es un asunto “de debate estadístico, judicial, de salud”, ya que, independientemente de las cifras, este tema no debería existir y menos entre la población de entre 15 y 19 años, pues están en una etapa que es considerada, por muchos, como “la flor de la vida”.
La reflexión final de la especialista apunta a que el suicidio juvenil en México es un problema social “al que se ha puesto poco interés por prevenir”, a pesar de que existen más medios de comunicación. Ante ello, propone generar programas de atención a la salud mental de los jóvenes y programas comunitarios de esparcimiento ante el aumento del suicidio, la depresión y las adicciones.
Teresa Gutiérrez, académica de la Facultad de Psicología, también coincide en que existen grandes diferencias entre los datos sobre el suicidio que aportan tanto el Inegi como la Secretaría de Salud, y que “obedecen a la naturaleza del fenómeno y su captura, que deriva de un subregistro de los eventos”.
La especialista en sicobiología y neurociencias explica que, entre la multicausalidad del suicidio, convergen factores biológicos, genéticos, sociales, sicológicos y económicos, entre otros. Concluye que, aunque “tal vez el suicidio se determine más por una condición preexistente de algún trastorno (depresión mayor, trastorno bipolar, esquizoafectivos, adicciones, desesperanza), que se agrava al exponerse a situaciones extremas, más de la mitad de los suicidas presentan estas asociaciones con la sicopatología”.
De acuerdo a la estimación 2005 del Inegi sobre este fenómeno, del total de suicidios que se registraron en 2004, las entidades con mayor incidencia fueron Veracruz (9.7 por ciento), Jalisco (9.5 por ciento), Chihuahua (5.8 por ciento), Distrito Federal (5.7 por ciento), Guanajuato (4.9 por ciento) y Nuevo León (4.7 por ciento), con una frecuencia superior a 150 suicidios cada una, según Norma Cruz.
Ese diagnóstico reconoce que por cada 17 suicidios, se registró un intento fallido; siete de cada 10 suicidios se consumaron por estrangulación, y dos de cada 10, por disparo de arma de fuego. Diez por ciento de la población que se suicidó no tenía escolaridad; 60 por ciento sí había cursado algún grado; 60 por ciento de los suicidas registrados tenían ocupación económicamente remunerada, describe la coautora de la investigación Diferentes formas de morir: análisis del suicidio en México de 1990-2008.
Por su parte, el estudio La bioquímica y el suicidio de jóvenes en México (22 de septiembre de 2009), de Alhelí Cabañas, refiere que, conforme al registro de suicidios de la Procuraduría General de Justicia del estado de Oaxaca, entre enero y junio de 2008 hubo 111 suicidios: 100 de hombres y 11 de mujeres.
A pesar de que son las mujeres las que más intentan suicidarse, los hombres son quienes lo logran con mayor frecuencia: la mayoría oscila entre los 18 y 20 años, es decir, “son la comunidad más vulnerable en cuanto al fenómeno del suicidio” en esa entidad. La investigadora encontró que en Oaxaca, durante 2005, la cifra de suicidios llegó a 148, mientras que en 2006 descendió a 90, y en 2007 tuvo otra reducción a 82.
Señala que, a pesar de esa disminución, las estadísticas eran alarmantes, “ya que la comunidad oaxaqueña está propensa a que el número de suicidios se dispare estratosféricamente”. Al recurrir a datos del Inegi, Cabañas encontró que Veracruz, Oaxaca y Chiapas son entidades en las que más del 20 por ciento de su población (en Veracruz, el 37 por ciento, y en Oaxaca, el 48 por ciento) “viven en la miseria y el hambre”. También son entidades con municipios de alto o muy alto grado de marginación.
A su vez, la investigación de Ixchel Miranda de la Torre establece que, desde la década de 1970, comenzaron a observarse en México suicidios en infantes y escolares de cinco a 14 años. La investigación Ideación suicida en población escolarizada infantil: factores psicológicos asociados revela que las lesiones autoinflingidas se ubican en el octavo lugar de las causas de defunciones.
También dice que la ideación suicida –que se refiere a los pensamientos sobre la propia muerte– es un factor predictor para llegar al suicidio. El estudio concluyó que los suicidios y comportamientos suicidas entre la población juvenil son un problema de salud pública, aunque las investigaciones son escasas en lo que se refiere a la población menor de 14 años.
De acuerdo con la investigación de Teresa Gutiérrez, la ideación suicida “andaría por los 6 millones 500 mil personas; cerca de 1 millón de mexicanos planearon suicidarse, y casi 100 mil acudieron al servicio médico por un intento suicida”.
Miranda de la Torre, del Departamento de Desarrollo Humano y Bienestar Social del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, AC, detectó que, entre 1995 y 2002, aumentó el porcentaje de suicidios de menores en el estado de Sonora, y que, en 2001, el 6 por ciento del total de los intentos de suicidio que se registraron en esa entidad correspondió a menores de 15 años.
Se estima que por cada suicidio consumado, hay de ocho a 10 intentos, y por cada intento, ocho lo pensaron, planearon y estuvieron a punto de hacerlo, apunta Miranda de la Torre. Su estudio, centrado en el caso de Sonora, indica que se reportaron porcentajes similares de suicidios entre hombres y mujeres: 56 y 44 por ciento, respectivamente.
En 2003, la Subdirección de Asistencia Jurídica, de la Procuraduría de la Defensa del Menor y la Familia del estado de Durango, informaba que, en 2002, hubo 89 suicidios: 13 en menores de 19 años. Al comparar esa cifra con el total nacional, “la situación no es tan grave”, consideró Manuel Acosta Manríquez, entonces subdirector de esa dependencia.
Ante la alta incidencia de este fenómeno entre los jóvenes, los analistas apremian al sector público para atenderlo como un problema de salud social.
Con la vida en un hilo
Desde 1999 a 2010, la línea telefónica Acercatel ha recibido más de 200 llamados de niñas, niños y adolescentes que ya emprendieron alguna acción para quitarse la vida o están a punto de hacerlo. La intervención de un equipo profesional de facilitadores (entre ellos sicólogos y paidólogos) ha impedido que el suicidio se consume. Los nombres y algunas circunstancias se cambiaron para conservar el anonimato de los menores.
El timbre suena desde el teléfono con el número 01 800 110 1010. Del otro lado de la línea, la voz de una joven saluda:
—Buenas tardes ¿A dónde hablo?
Uno de los “facilitadores” le proporciona información de Acercatel y le pregunta en qué puede apoyarla.
—… Estaba leyendo el libro Quiúbole [se refiere al libro de Yordi Rosado y Gaby Vargas sobre problemas en adolescentes] sobre suicidio, donde habla de unos focos rojos y yo tengo todos esos focos rojos.
—¿Cuáles son esos focos rojos a los que te refieres?
—Soy solitaria: me encierro en mi cuarto, he dejado de tener interés en las cosas que me gustan.
—¿Hace cuánto tiempo que te sientes de esa forma?
—Desde hace un año me siento mal, pues es muy difícil vivir con esas cosas…
—¿Cuáles son esas cosas que te hacen sentir mal?
—Es que ayer platiqué con mi mamá. Le pregunté qué he hecho mal para que ella me trate así y qué le molesta de mí. Me contestó que estoy loca porque me encierro y porque me enojo de cualquier cosa. Sí soy agresiva cuando me quieren hacer menos. Tengo que defenderme –dice llorando.
“Le dije que la necesito a ella, de su amor y atención, que hace muchas diferencias entre mi hermana y yo. Me contestó que lo hace de manera inconsciente y que nos quiere a las dos por igual. Me culpó por vivir encerrada. Dijo que me hace falta salir y le contesté: ‘Sí, para ti es mejor que yo esté fuera de tu casa para no verme’. Y eso la enojó mucho y se fue. Entonces fue cuando sentí que sería mejor ya no existir y dejar este mundo para siempre; así que me fui a mi cuarto y me tomé varias pastillas para dormir.”
—¿El día de ayer intentaste atentar contra tu vida?
—… Sí. Me tomé Diazepam; no recuerdo cuántas pastillas, pero eran varias. Quería dormir y no despertar. Me acosté en mi cama y me puse a pensar en las consecuencias, pero como que me arrepentí y me dio miedo y pensé: “Si me muero ¡ya qué, ya lo hice!”.
—¿Es la primera vez que atentas contra tu vida?
—Sí. Otras veces sólo imaginaba cosas, como en lo fuerte que sería para mi familia que me encontraran muerta en mi cuarto, pero en realidad nunca he planeado nada en concreto.
—¿En estos momentos, sigues pensando en atentar contra tu vida?
—No, ya no. Ayer lo intenté y no funcionó. Pienso que es como una señal de que debo seguir viva en este mundo. Me acordé de los sueños que tengo, pero no sé cómo y por eso marqué, aprovechando que salieron mi mamá y mi hermana, porque necesito apoyo.
—¿Puedes pedir apoyo a alguien más aparte de tu mamá?
—No. Mi hermana es mayor que yo, y tiene un hijo y mi padre no vive con nosotras. Hace dos años iba a un grupo de ayuda que se llama Amor y Servicio, y me sentía muy bien; me sentía en la gloria. Lo dejé porque mi madre decía que me estaban cambiando, pero no era cierto. Ahí me ayudaban a manejar mis emociones y a pedir perdón a todas las personas a las que les hacemos daño. ¡Yo le pedí perdón de rodillas a mi mamá! Porque sé que le he hecho mucho daño al no ser la hija perfecta que ella quiere.
—Pero tú no le has hecho daño a tu mamá y no eres culpable de la situación.
—Sí. Pero entonces ¿de quién me agarro si mi madre no me pone atención? En el grupo nos decían que necesitábamos de un apoyo para salir adelante.
“Muchas gracias por escucharme. Necesitaba decirle a alguien lo que siento, ya que a mi mamá o a mi hermana sería imposible decirles: ‘¡Qué crees, ayer intenté suicidarme!’.
—¿Existe la posibilidad de que busques apoyo en el anterior grupo de ayuda o en otro lado?
—Sí. Puedo buscar la ayuda, pero no quiero regresar a ese grupo porque les fallé y prefiero ir a otro lado.
—Tienes derecho a equivocarte para saber qué es lo correcto y aprender de tus errores. Hay otros servicios de apoyo sicológico, como el que brinda el DIF (Desarrollo Integral de la Familia). ¿Conoces alguno en tu comunidad?
—Sí. Hay uno cerca de mi casa.
—¿Crees que puedas asistir y pedir información para recibir el apoyo?
—Sí. Yo creo que mañana voy a informarme.
—¿Cómo te sientes en estos momentos?
—Más tranquila de hablar lo que me pasa.
—¡Gracias por escucharme!
—Te pido que vuelvas a llamar para informarnos sobre la respuesta que te dieron en el DIF.
La pequeña se despide y la línea queda a su disposición.
En esta llamada se aplicó el Plan, Intento, Riesgo (PIR). El Plan de la menor era quitarse la vida, por lo que la noche anterior tomó varias pastillas de Diazepam, sin consecuencias aparentes. El Intento: la noche anterior y comenta que se arrepiente de haber tomado esa decisión. El Riesgo: la menor se encuentra en su habitación, su familia salió y aprovecha para llamar y pedir apoyo. La meta del facilitador es que la joven busque apoyo emocional y sicológico. Al día siguiente, acudirá al DIF más cercano y solicitará apoyo. Se deja la línea a su disposición. Ella agradece el espacio de escucha, se despide y cuelga.
Caso 2
La llamada proviene de un menor de 10 años que estudia la primaria.
—Hablo porque quiero pedir información sobre suicidio. ¿Es allí donde hay sicólogos?
—Sí. Somos una línea de orientación y apoyo sicológico. ¿Cuál es tu nombre?
—Pablo.
—Gracias, Pablo. Me dices que requieres información sobre suicidio.
—Sí.
—¿A qué se debe que requieras esa información?
—Es que leí en una revista sobre el suicidio y quería saber qué es.
—¿Qué recuerdas de lo que leíste?
—Pues que la gente se provoca la muerte.
—¿Y sabes por qué lo hace?
—Porque tienen problemas y a veces eso hacen.
—Así es, Pablo. Hay personas que se quitan la vida porque sienten que sus problemas son muy fuertes y en ese momento no se acercan a alguien a pedirle ayuda.
—Pero cuando alguien se suicida, pues ya no vuelve a la vida.
En ese momento, el facilitador aplica el primer paso del PIR y pregunta:
—Pablo, ¿tú tienes problemas y has pensado en hacerte daño?
—Pues sí. Tengo problemas y a veces pienso cómo será eso del suicidio.
—En este momento, ¿piensas eso?
—Sí. Pero la verdad me da miedo; no sé cómo podría hacerlo.
Se descarta el riesgo inminente ya que el usuario de la línea no tiene un plan formulado.
—Me dices que tienes problemas. ¿Me cuentas?
—Es que voy mal en la escuela. Como que siempre ando distraído y antes mi promedio era bueno y ahora ya no.
—¿En qué año vas?
—En quinto.
—¿Cómo te sientes con lo que está pasando?
—Pues me siento triste.
—Entiendo que esa situación te haga sentir así, pero ¿qué ha sucedido para que andes distraído?
—Pues desde que mis padres se divorciaron como que siempre ando distraído.
El facilitador corrobora el sentimiento del usuario:
—Entonces ¿la separación de tus padres es lo que te tiene triste?
—Sí.
—Es normal que te sientas así, pero seguramente si tus papás tomaron esa decisión fue porque estando juntos ya no estaban bien.
—Sí. Se peleaban mucho.
—Y ¿cómo te sentías con eso?
—Pues también mal porque veía cómo se peleaban.
—Y eso era incómodo para ti.
—Sí.
—¿Has platicado con alguien?
—Pues no.
—¿Con quién vives?
—Mi mamá, que trabaja todo el día, y cuando llega, sólo me pregunta si ya terminé la tarea y siempre está cansada; cena y se va a dormir.
—¿Vives con alguien más?
—Tengo una hermana y un hermano. Mi hermana trabaja, y cuando llega, siempre está con su novio, y mi hermano, que va en la secundaria, casi no le hablo porque siempre está metido en su cuarto.
—¿Y tu papá?
—Él vive en otra casa y a veces nos vemos los fines de semana. Nos lleva a mi hermano y a mí al cine o así, pero nunca platicamos.
—¿Y tú intentas decirle cómo te sientes y que necesitas ayuda?
—Pues sí.
—Podrías decirle cómo te sientes.
—Sí.
El facilitador se percata de que no hay comunicación con su padre. Muestra comprensión y sigue explorando recursos:
—Veo que la separación de tus padres es lo que te tiene triste y comprendo que así sea.
—Pues sí. Eso es lo que me hace estar distraído: siempre pensando que mis papás ya no están juntos y por eso mi mamá está triste.
—¿Y hay alguien más con quien pudieras platicar?
—Pues no.
—¿Amigos, algún vecino?
—Bueno, hay una maestra con la que tengo confianza. A veces me pregunta cómo estoy y con ella puedo platicar, aunque casi siempre está ocupada.
—Pero ¿crees que si le pides hablar con ella te dará el tiempo?
—Sí. Yo creo que sí; me cae bien.
—Pablo, veo que eres un niño atento con los demás: te preocupas por la gente, pero también es importante pedir ayuda cuando la necesitas y qué bien que llamaste para hacerlo. Y con tu maestra, ¿cuándo crees que puedas pedirle tiempo para hablar?
—Pues mañana a la hora del recreo.
—Si por algo no pudieras decirle, ¿puedes intentar al siguiente día llamar aquí?
—Sí.
—¿Cómo te sientes en este momento?
—Más tranquilo.
—Y ¿qué vas a hacer cuando colguemos?
—Pues voy a ir a hacer mi tarea y después voy a ver la tele.
—Bien, ¿y mañana tratarás de hablar con tu maestra?
—Sí. Bueno ya voy a colgar.
—Bien, Pablo, te recuerdo que es muy bueno pedir ayuda cuando algo nos está incomodando y que puedes hacerlo con las personas que tienes cerca, o que puedes llamarnos cuando quieras, aunque estés de vacaciones o que sea sábado o domingo.
—Sí, gracias.
—Gracias a ti, Pablo. Que tengas buena tarde.
El problema es que el niño se siente triste porque sus padres se separaron. La meta es ayudarlo a dejar de sentirse así. Entre sus alternativas, el niño llamó a la línea de ayuda.
El plan es buscar al día siguiente a su maestra para platicarle la situación que vive.
A contrarreloj
En 1999, Casa Alianza lanzó Acercatel, un modelo de atención destinado a niñas, niños y adolescentes que sufren de violencia fuera de sus casas, o de jóvenes que dentro de sus hogares viven situaciones tan complicadas que modifican su propia vida. Esos telefonemas, en los que la vida de alguien pende de un hilo, cuentan historias de preocupaciones, angustias, dudas, desesperación y, sobre todo, de soledad, expresa Alejandro Núñez, director de Programas de esa organización.
A esta línea llaman cientos de infantes de todo el país. Algunos dejan escuchar su apremio, miedo, angustia o rabia. Luego de 11 años, los usuarios de esa línea transformaron su desesperación en una sensación de serenidad y, además, aprendieron a pedir ayuda antes de atentar contra su integridad.
El proceso de una llamada de ese tipo no es fácil, pues se tiene el tiempo en contra: “Cuando recibimos una llamada de un niño o niña, nuestras acciones están destinadas a salvaguardar su integridad. Les preguntamos ¿dónde estás? ¿Qué te has hecho? ¿Qué has tomado? ¿En qué lugar te encuentras de la casa? ¿Cómo vistes? Se trata de tener toda la información que nos permita ubicar al joven”, explica Núñez.
La dificultad que enfrenta esta línea de apoyo es que al ser de alcance nacional, las llamadas provienen desde una ciudad –en la que hay disponibles varios recursos de auxilio– o desde lugares lejanos en los que se dificulta que alguien acuda en ayuda del menor. Cuando se constata que un niño se cortó y manifiesta que ya siente algo de frío (porque está perdiendo sangre), al mismo tiempo en que los facilitadores buscan ayuda para que lo auxilien, ya sea con la Cruz Roja, los bomberos, alguien sigue en línea con la persona. “No lo dejamos solo; seguimos hablando con él o con ella” hasta que la ayuda llega. El tiempo de socorro depende del lugar en que se encuentre el o la menor.
Hay adolescentes que cuando deciden pedir ayuda telefónica, aún maniobran el arma con la que pretenden herirse; a otros, la voz se les apaga porque ya sufren el desvanecimiento por las sustancias que tomaron para dormir y estos síntomas ponen en alerta al facilitador, que también debe manejar todas sus emociones y centrarse completamente en lo que hace y dirigir esa llamada en la que está en juego la vida de alguien.
Los facilitadores de Casa Alianza han constatado que muchos chicos llaman cuando sienten los efectos del daño que se han infringido (pérdida de sangre por las cortadas o mareos por las pastillas que ingirieron). Se prenden los focos rojos por el margen de tiempo que queda. Minutos después de esa alerta, se logra que alguna fuerza de emergencia local auxilie al menor, y entonces se le informa para que les brinde acceso. La comunicación que se mantuvo en ese momento de crisis se cierra con un diálogo como: “Ya llegaron las personas que se van a hacer cargo de cuidarte. Vas a estar bien y estás en buenas manos”.
Las otras líneas de la red
Luego de que el Estudio de las Naciones Unidas sobre la violencia contra niños, de Paulo Sergio Pinheiro, propusiera utilizar las nuevas tecnologías (entre ellas la telefonía) como una herramienta para auxiliar a los menores en crisis, México comenzó a trabajar en la formación de una red de organismos que proporcionaran ese servicio. Pinheiro expresó que era “una obligación de los Estados” proporcionar líneas telefónicas gratuitas a los niños.
El antecedente del primer intento de una línea de ayuda telefónica en México se remonta al trabajo que desde hace varios lustros realiza la línea Nine Line en Estados Unidos. Acercatel la emuló en 1999. Los centros mexicanos de ayuda telefónica impulsaron la red Asistel, que ahora se reestructura.
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