Adiferencia de otros desastres que han afectado a Tamaulipas, los da-ños provocados por el paso del huracán “álex” y el desbordamiento de algunas partes del río Bravo llegaron de manera silenciosa, sorpresiva, casi imperceptible.
Gerardo Ramos Minor
De la noche a la mañana, comunidades rurales enteras tuvieron que trabajar contra reloj para intentar salvar sus pocas pertenencias pues el agua amenazaba invadir sus casas.
No existe municipio en la zona frontera que pueda presumir que alguno de sus ejidos está a salvo de las inundaciones.
Mucho del problema con esta emergencia es de percepción. Y es que las ciudades fronterizas -que por unas horas temblaron con la posibilidad de ser tragadas por la furia del Bravo-, finalmente se salvaron de ser afectadas por el agua.
Gracias a una inusual cultura de la prevención y un trabajo de comunicación de los tres niveles de gobierno, que quizás nunca volvamos a ver, los residentes de las ciudades fronterizas amanecieron con sus casas secas y sus pertenencias a salvo.
De hecho, más de dos acusaron a las autoridades de alarmistas y que habían asustado sin sentido a la población. Tras renegar durante unos minutos, todos regresaron a su vida normal.
Lo malo es que mientras los citadinos enfocaban su atención a otras cosas, en los ejidos de la frontera tamaulipeca el nivel del agua empezó a crecer y poco a poco a tragarse todo lo que encontraba a su alrededor.
Miles de hectáreas de parcelas de cultivo resultaron anegadas y los daños para la producción agropecuaria de Tamaulipas se estiman en 370 millones de pesos.
Y si esto no fuera suficiente desgracia, cientos, quizás miles de ejidatarios tuvieron que abandonar sus casas pues las aguas del río Bravo avanzan sin control hacia la Laguna Madre, llevándose de encuentro todo lo que hay a su paso.
Los Cavazos, Reynosa-Díaz y San Lorenzo son apenas un pequeño ejemplo de la situación que se está viviendo en el campo de Tamaulipas.
Mientras tanto, a poco más de un mes del inicio de la emergencia, los residentes de las comunidades urbanas de la entidad apenas se están dando cuenta de la verdadera dimensión de la tragedia.
Para cuando estas líneas sean publicadas, seguramente se estará comentando sobre el problema que representa que el sistema carretero esté devastado, lo que ha provocado que comunidades tan importantes, como Nuevo Progreso, estén completamente incomunicadas por la anegación de la autopista Reynosa-Matamoros.
Según las versiones oficiales, para que Tamaulipas pueda volver a contar con las carreteras y autopistas que tenía antes de esta emergencia, habrá que esperar por lo menos cinco meses.
La cifra, aunque pueda parecer excesiva, es un gracioso gesto de optimismo. Cinco meses para reparar daños en vías como la carretera Sendero Nacional, Reynosa-Matamoros (libre), libramiento Valle Hermoso-Puente Internacional Los Indios suenan insuficiente.
Esto, sin contar la completa reconstrucción de la autopista Reynosa-Matamoros, que bien podría decirse que fue el mártir que impidió que todo este problema fuera mayor.
Y es que si las autoridades no hubieran decidido hacer los cortes en la autopista que permitieron el libre paso de miles de metros cúbicos de agua, quizás estas líneas estarían siendo escritas desde un albergue o una balsa.
Hoy que Tamaulipas está comprendiendo apenas la verdadera dimensión de este desastre histórico, es un buen momento para voltear a ver al campo y comprender que sus habitantes necesitan nuestra ayuda, ya han sido demasiados años que los hemos dejado en el olvido.
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