Recientemente, Americas Quarterly publicó las “Reflexiones sobre el ascenso global de Brasil”, por Celso Amorim, anterior canciller de Lula.
La comparación del fracaso del “México neoliberal” con el éxito fulgurante de Brasil bastaría perentoriamente con exponer solamente tres datos caracterológicos –únicamente en el ámbito de las relaciones exteriores, para no ser tan crueles– frente al notable desempeño (con hechos tangibles) de Lula y su canciller Celso Amorim: 1. La incontinencia locuaz de Fox y su canciller de corta duración, Jorge Castañeda Gutman (presuntamente un activo de Israel, George Soros y el financierista sionismo jázaro), sin logros tangibles; 2. La mediocridad y pusilanimidad de Calderón y su canciller Patricia Espinoza; y 3. La pequeñez de la representación diplomática de México en Washington en la persona inmadura y carente de currículo del castañedista Arturo Sarukhán Casamitjana.
No solamente de economía y de finanzas viven los humanos, y la relevancia del artículo de Celso Amorim coloca en la palestra la solidez de la política exterior en el ascenso de las naciones cuyo salto cualitativo en la “era Lula” ha sido notable en toda Latinoamérica, en particular, y el mundo, en general cuando forma parte del grupo laxo BRICS (siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Los países no se hacen al vapor como creyeron los fracasados panistas Fox y Calderón con sus pésimos cancilleres, quema de la que se salva Luis Ernesto Derbez, hoy rector de la Universidad de las Américas en Cholula, quien operó como bombero para apagar el incendio diplomático del piromaniaco Castañeda Gutman, quien llevó a México a pleitos estériles con prácticamente toda Latinoamérica, con el propósito avieso de clavar al país a los intereses de Estados Unidos e Israel.
La revista británica The Economist no tiene más remedio que reconocer a Brasil como “un gigante diplomático”, característica que tenía México durante la Guerra Fría con su legendaria “regla de oro” (de la que formaba parte don Alfonso García Robles, el único premio nobel de la paz mexicano a quien, por cierto, envidiaba hasta su alma Castañeda Gutman con sus patentes complejos de inferioridad que pretendía compensar con su incontinencia locuaz carente de logros demostrables).
Celso Amorim resume en una frase el éxito de Brasil en la era Lula: “Brasil creció económicamente en los recientes años mientras mantuvo la inflación bajo control, mejoró la distribución de los ingresos y, sobre todo, fortaleció su democracia”. Comenta que “la política exterior de Brasil no creó la ola, pero aprendió cómo conducirla”, en la que brilló la “imaginación” –característica ausente en la “diplomacia” mexicana clavada en la agenda unilateral de Estados Unidos desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (que resultó cataclísmica, de confesión propia de la academia estadunidense), pasando por la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de America del Norte hasta la militarista Iniciativa Mérida.
Mientras el “México neoliberal” panista se olvidó del mundo para hundirse en la agenda unilateral de Estados Unidos y su Titanic financiero, la era Lula entendió el fin del orden unipolar y el inicio del nuevo orden multipolar. Así de simple.
Casteñada Gutman pretendió que el mundo era bipolar (dominado por las finanzas sionistas y el poderío militar de Estados Unidos), mientras que Celso Amorim entendió lúcidamente que el mundo es ya multipolar. Este simple hecho es la diferencia entre el fracaso (de México) y el éxito (de Brasil).
Amorim evalúa los factores subjetivos y objetivos que la política exterior contribuyó en la prominencia de Brasil que se había paralizado por “falta de autoestima”.
Antes de la era Lula, existía el truismo de que Brasil se desempeñaba por debajo de sus posibilidades (territorio, demografía, economía), lo cual era aberrantemente anómalo.
El primer acto que posiciona a Brasil fue al comienzo de la administración de Lula cuando se opone “valientemente” a la invasión de Irak (mientras Castañeda Gutman y su medio hermano, el israelí-venezolano Andrés Rosental Gutman, se manifestaban en forma genuflexa a favor de la invasión anglosajona).
Celso Amorim comenta que, en ese momento, “la nueva política exterior de Brasil” había cesado de ser “tímida o exageradamente cautelosa”.
A su juicio, la política exterior de Brasil “capturó el estado mental” de la población e “intentó traducirlo en actos concretos que pudieran afectar el curso de los eventos regionales y mundiales” (lo contrario del entreguismo a Estados Unidos y al sionismo del panismo “diplomático”).
Con un solo golpe atinado de timón, Lula “cambió la agenda internacional”.
Celso Amorim enumera los logros demostrables. Uno de ellos fue la extinción del fallido Tratado de Libre Comercio de las Américas (del que se habían vuelto vulgares portavoces Fox y Castañeda Gutman), gracias a la “resistencia” de Brasil, que previno “un proceso de negociación comercial desequilibrado” basado en caducas ideas del neoliberal Consenso de Washington. Eran los momentos cuando Fox y Castañeda Gutman alababan insensatamente el flagelante Consenso, hoy más muerto que nunca, cuando hasta el mismo expresidente guanajuatense confesaba que “recibía línea del Banco Mundial” (y, por supuesto, del Fondo Monetario Internacional).
Recuerda Celso Amorim que “raramente una prioridad política de la mayor potencia del hemisferio había sido sacada de la agenda debido a la firme postura de otro país” (Brasil, en la era de Lula: la antimateria del “México neoliberal panista e itamita”).
Brasil “mantenía así la autonomía para tomar sus decisiones sobre su propio modelo de desarrollo” (lo contrario del “México panista” cada vez más entregado sin nulo beneficio a cambio).
Lula no tomó en cuenta a los miembros de los negocios ni a los medios que se habían clavado en forma masoquista en el modelo estadunidense.
Celso Amorim refiere que Brasil libró solo la batalla y luego se adhirieron sus socos del Mercado Común del Sur: Uruguay, Argentina y Paraguay.
Lo relevante consistió en que sin el Tratado de Libre Comercio de las Américas, “Brasil experimentó un crecimiento sostenido, expandió su comercio internacional, se volvió un importante receptor de inversiones directas y, a su vez, también se convirtió en una relevante fuente de inversiones en otros países” (¡todo lo contrario del “México neoliberal panista”!).
Visto en retrospectiva, las decisiones en política exterior de Brasil no solamente resultaron correctas, sino que la blindaron de la severa crisis financiera de Estados Unidos en 2008 (¡lo contrario del “México neoliberal panista” que fue severamente castigado por su patética dependencia a Estados Unidos y al sionismo!).
Se justificaba así el modelo brasileño de crecimiento, su enfoque en el mercado doméstico y la diversificación de sus socios comerciales (¡lo contrario del “México neoliberal panista”!).
Otra afirmación del creciente poderío de Brasil en la era Lula fue la reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún, en 2003, donde formaron un grupo para impedir un tratado proteccionista que beneficiaba a Estados Unidos y a la Unión Europea (mediante “inmensos subsidios a sus agricultores”), mientras perjudicaba a los países en desarrollo, en especial, en el rubro agrícola y los servicios.
Fustiga sin tapujos que la parálisis de la Ronda de Doha de la OMC se debe a “la falta de liderazgo de los países ricos”.
Desde la “resistencia”, a nivel regional, al unilateralismo estadunidense para imponer el nocivo Tratado de Libre Comercio de las Américas hasta la rebeldía, a nivel global, en la OMC (la reunión de Cancún) frente a los poderosos a los dos lados del Atlántico Norte, Brasil obtenía dos triunfos relevantes cuan simbólicos de su política exterior.
Ahora uno de los objetivos de Brasil consiste en promover la integración de Suramérica y transformarla en una “zona de paz”.
Los cambios dramáticos de Brasil fueron gestados en muy breve periodo.
Suena interesante que Celso Amorim denomine a Suramérica (y no a Latinoamérica) como un “continente” donde se ha creado la Unión de Naciones del Sur, el cual, además de los rubros económico y comercial, ostenta “un fuerte componente político” –mientras el “México neoliberal panista” no sale de su autismo ni de su encapsulamiento en la concha del entreguismo a Estados Unidos y al sionismo financierista.
Más allá de la fama del bloque BRICS, el gigante brasileño ha establecido puentes de cooperación, como el Foro de Diálogo Ibsa (India, Brasil, Sudáfrica, ya no se diga la vinculación con los 22 países árabes –que el panismo neoliberal no solamente ha descuidado, sino que, peor aún, Castañeda Gutman, para complacer a sus aliados sionistas jázaros, cerró la embajada de México en Arabia Saudita– y alentar la invasión anglosajona a Irak).
Es la primera vez en la historia de América que dos potencias, cada quien en su justa dimensión, son “jugadoras globales” (Estados Unidos y Brasil).
Brasil participó audaz y creativamente en la histórica Declaración de Teherán (junto a Turquía e Irán), en mayo de 2010, para resolver el contencioso nuclear del país persa –mientras el “México panista neoliberal” se ha confinado en una actitud hostil a Irán–. El problema radica en que el “México eterno” es el país de don Alfonso García Robles, uno de los máximos exponentes del desarme nuclear a escala planetaria y del Tratado de Tlaltelolco (una zona libre urbana de armas atómicas), conceptos y postura de los que la teocracia chiíta no está nada lejana. Mientras el “México neoliberal panista” obedece ciegamente el unilateralismo sionista que impuso el nepotismo de los medio hermanos Gutman (Castañeda y el israelí-venezolano Rosental) –que no le ha aportado ningún beneficio a México–. Brasil opera creativamente relaciones profundas de “ganar-ganar” con los 22 países árabes y con países islámicos de primer orden, como Turquía e Irán. En el “México neoliberal panista”, las relaciones parecen más bien fincarse en “perder-perder”.
Celso Amorim comenta que “la decisión de Brasil en reconocer al Estado palestino desencadenó una serie de actos similares en otros países latinoamericanos”. Lo contrario del “México neoliberal calderonista” que seguramente será el último de Latinoamérica en reconocer el Estado palestino, si es que algún día se atreviese a hacerlo sin pedir permiso a Estados Unidos e Israel, debido a la fuerte influencia que tiene Enrique Krauze Kleinbort (íntimo de Israel) sobre el panista michoacano. Se me comenta sottovoce que la influencia de Krauze Kleinbort sobre Calderón es de tal grado que influyó en el presunto rescate subrepticio de Cemex (otro aliado de Krauze Kleinbort) con dinero estatal, así como en haber amarrado las navajas sionistas entre Carlos Slim y el pendenciero michoacano. ¿Será?
Sea lo que fuere, cuando hablamos de este “México neoliberal panista” exponemos la miseria de su política exterior en todos los rubros: la antimateria del éxito notable de Brasil.
*Catedrático de geopolítica y negocios internacionales en la Universidad Nacional Autónoma de México