Estados Unidos se encuentra frente al falso dilema de reactivar su economía –y generar empleos– o mantener sus compromisos en materia de medio ambiente. Supuestamente, el acatamiento de políticas de conservación ambiental estaría frenando una economía que depende en gran medida de industrias muy contaminantes. Como sea, la administración de Obama ha pasado el umbral de 7.2 por ciento de desocupación, algo que los republicanos piensan cobrarle. De no bajar la tasa de desempleo, la reelección del actual presidente de Estados Unidos sería imposible
Ernesto Montero Acuña/Prensa Latina
Uno de los más recientes recursos para justificar el desempleo en Estados Unidos, y para atacar al presidente Barack Obama, es que su incremento se debe a las medidas de “protección ambiental”.
La solución sería, según los promotores republicanos de esta tesis, relegar las referidas normas en un país altamente contaminante, y de los más irresponsables en cuanto a la solución del cambio climático, pues evade en la práctica su responsabilidad.
Con este argumento también se persigue exonerar a la administración republicana de George W Bush, y atacar a la demócrata de Obama: se alega que el desempleo es resultado de las dilaciones en la aplicación de soluciones adecuadas, debido a las normas ambientalistas.
La asesora de Trabajo del pasado mandatario, Diana Furchtgott-Roth, dijo al respecto que “ningún presidente de Estados Unidos ha sido reelegido con una tasa de desempleo superior al 7.2 por ciento desde Franklin D Roosevelt”.
El desempleo se convierte desde ya en un motivo de campaña política, en vez de originar verdaderas soluciones de fondo.
Por otro lado, en la Unión Europea las estadísticas apuntan en el sentido del desaliento, debido a lo que los analistas califican como la confrontación de las grandes trasnacionales con los trabajadores y contra las pequeñas y medianas empresas.
En la zona del euro se agrava la situación en Grecia y España, una gradación que incluye a otros países del viejo continente, como Irlanda, Portugal y varios más.
Se combinan la elevación de la tasa de desempleo del 9.1 al 9.2 por ciento en Estados Unidos, sin que se avizore solución alguna, al menos en las circunstancias actuales, con la similar de la Unión Europea, que en España es de 21 por ciento, y en Grecia, superior al 16.
Ante el hecho, el presidente estadunidense admitió que las estadísticas eran peores que lo esperado, lo que disminuye la esperanza de reanimar la estancada economía de su país y conduce a tener muy en cuenta, en cuanto a la reelección, la barrera del 7.2 por ciento.
Si el cambio climático empeora, parece no importarle a la lógica de quienes culpan a las normas de protección ambiental, en lugar de buscar las causas en las relaciones económicas de Estados Unidos y la Unión Europea, concatenadas.
Furchtgott-Roth declaró que está a favor de un medio ambiente más limpio, pero que “todas esas regulaciones y burocracia hay que posponerlas hasta que se estabilice el mercado de trabajo”.
El presidente discute mientras tanto con líderes de las dos cámaras las medidas que combinen recortes al gasto público e incremento de los impuestos. Pero la mayoría republicana en la cámara de representantes aplaude lo primero, según su tendencia, y se opone a lo segundo.
Entretanto, la mayor organización sindical del país, la Federación Estadunidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFLCIO, por su sigla en inglés), sostiene que “los legisladores están obsesionados con recortar gastos”, cuando “lo que hay que hacer es invertir en la infraestructura para generar empleo”.
Apoya también la promesa presidencial de invertir en el mejoramiento y la modernización de vías, carreteras y redes eléctricas y de comunicación, aunque reclama que actúe de inmediato y anule “los beneficios impositivos a los más ricos, instaurados por el presidente Bush”.
En sentido contrario, los republicanos aprovechan para exculpar a la administración de su correligionario y endosar cada vez más la responsabilidad sobre el nuevo mandatario, debido a que los estadunidenses “no quieren cuatro años más de esto”, según Furchtgott-Roth.
En abril de 2010, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronosticó que la desocupación en las naciones desarrolladas rondaría el 9 por ciento, igual promedio al esperado este año; tasa que calificó entonces como elevada.
Consideró en aquel estimado que “debido a la expansión de la población activa”, el desempleo continuará subiendo, incluso cuando el número de trabajos comience a crecer, pero el aumento de los puestos no se ha producido.
Dentro de lo que se califica como una lógica absurda, parecería que existe un exceso de trabajadores, cuando ocurre que realmente se acrecienta el déficit de oferta de puestos de trabajo, debido a la situación recesiva en ambos polos de la economía desarrollada.
Esto se torna crítico para los arribantes a la edad laboral, en países donde se reducen las fuentes de trabajo, los salarios y las prestaciones sociales. Pero a la vez se elevan los impuestos, algo que la bancada republicana intenta agravar en Estados Unidos.
El 25 de enero pasado, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reportó que el desempleo en el mundo bajará en 2011 al 6.1 por ciento, apenas una décima inferior al registrado en 2010, y equivalente a más de 203 millones de personas sin trabajo.
También advirtió que persisten una elevada desocupación y un creciente desaliento en los países desarrollados, mientras que en las economías emergentes y en desarrollo se registran “niveles altos de empleo vulnerable y pobreza laboral”.
Desde el inicio de la crisis, que se suele ubicar en 2008, esto ha evolucionado de forma que en 2010 la tasa mundial de desempleo fue del 6.2 por ciento, y representó 205 millones de personas sin trabajo, un incremento de 27 millones 600 mil desocupados respecto de 2007, inicio real de la actual recesión.
El informe de la OIT refleja que el 55 por ciento del incremento mundial del desempleo, entre 2007 y 2010, se registró en las economías desarrolladas que sólo poseen el 15 por ciento de la fuerza de trabajo del planeta, apenas la séptima parte del total.
Pero que es la más calificada, la que posee la mayor productividad general y la que había podido alcanzar estándares más elevados cotidianos de vida.
Mundialmente, 1 mil 530 millones de personas clasificaban en 2009 como trabajadores vulnerables, para una tasa del 50.1 por ciento en esta categoría.
Debido a las consecuencias de la crisis, se contabiliza que 78 millones de jóvenes estaban desempleados en 2010 en el mundo, muy por encima de los 73 millones 500 mil en 2007.
Para las nuevas generaciones la situación es alarmante, pues el desempleo en edades de 15 a 24 años alcanzó el 12.6 por ciento el año pasado, aun cuando había 1 millón 700 mil jóvenes menos que los previstos en el mercado laboral.
En las estadísticas de los sin trabajo no se reflejan aquellos a los que llaman “desalentados”, debido a que no buscaban empleo en forma activa, a pesar de encontrarse sin ocupación.
El director general de la OIT, Juan Somavía, opinó al respecto que “el empleo juvenil es una prioridad mundial”, pero “la frágil recuperación del trabajo decente refuerza la persistente incapacidad de la economía mundial de garantizar un futuro para todos los jóvenes”.
Con suficiente conocimiento de causa, considera que esta situación debilita a las familias, la cohesión social y la credibilidad de las políticas públicas.
El mundo más desarrollado se encuentra entre los dos fuegos de no poder dinamizar el empleo por la fragilidad de la economía y de no estar en condiciones de activar ésta por la crisis del desempleo.
Si la situación se mantiene, el pronóstico es que tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea los gobiernos en ejercicio sufrirán las consecuencias de la inconformidad, como vía para el desahogo popular.
A la vez, se aspira a que el clima, víctima universal, pague parte de las culpas y exonere a los responsables del desempleo. Una operación que resultará, según analistas, doblemente contraria a las necesidades humanas.