Antecedentes: Gran Bretaña fue la cuna del pernicioso modelo neoliberal global que –mediante mutaciones conceptuales desde el libre cambismo del “laisser–passer; laisser-faire” hasta la desregulada globalización financiera– impuso al mundo tanto en forma directa con su colonización como en forma indirecta en su alianza (“relación especial”) con su excolonia de Estados Unidos (triunfadora de dos guerras mundiales y una guerra fría).
Mucho antes (exactamente 62 años) que la esotérica teoría de la “mano invisible” propuesta por el economista escocés Adam Smith en el siglo XVIII (en su libro La riqueza de las naciones), Bernard de Mandeville (en su disoluto libro La fábula de las abejas: vicios privados, beneficios públicos) había expuesto, en forma alegórica, las bases empíricas de un sistema que, con sus propias oscilaciones y espasmos cronológicos, prevaleció como la ideología predominante del planeta, a fortiori con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991.
La acelerada decadencia de Gran Bretaña ha desencadenado una serie de análisis en sus multimedia que llama la atención por el grado desmedido de su crudeza, que se parece a un hiperrealismo mórbido.
Gran Bretaña se convirtió en una potencia marítima debido a sus propios imperativos geopolíticos: un archipiélago de 243 mil 610 kilómetros (cuando se agrega Irlanda del Norte) frente a la inmensidad continental euroasiática. De allí que la desregulada globalización financierista (sucesora de la “mano invisible” librecambista) haya constituido su “razón de ser”.
Hechos
La grave crisis financiera global detonada por la banca anglosajona ha colocado en la picota al modelo centralbanquista de la desregulada globalización de la que la City ostenta(ba) el primer sitial mundial, de acuerdo con el Índice de desarrollo financiero (publicado por el Foro Económico Mundial de Davos).
La debacle capitalista de la desregulada globalización financierista ha socavado las estructuras internas de Gran Bretaña como consecuencia de las medidas de austeridad extremas que han llevado a la decapitación, de un solo golpe, de medio millón de empleados del sector público –una verdadera carnicería laboral– con el fin de salvar a Londres de su quiebra, según confesó el propio Goerge Osborne, encargado de las finanzas públicas del gobierno de coalición de los partidos Conservador y Demócrata Liberal.
Al unísono de sus drásticas medidas de austeridad fiscal, el gobierno británico ha rediseñado su estrategia de seguridad nacional que desemboca en una severa reducción de sus fuerzas armadas, mientras jerarquiza su “ciberseguridad” por encima de otras consideraciones relevantes y obliga a un repliegue –para no decir humillante retirada– de sus fuerzas expedicionarias en el Medio Oriente.
Su profundo encogimiento material, que no “recogimiento” espiritual, reduce dramáticamente las ambiciones globalizadoras neocoloniales de Gran Bretaña a su mínima expresión operativa.
Que lo hayamos vaticinado –dicho sea con humildad de rigor– desde el libro Hacia la desglobalización hace ya tres años, constituyó un acto temerario de remar contra la corriente coyuntural (que todavía controlaba el G7, primordialmente la dupla anglosajona). Pero que hoy lo confiesen sus actores principales en Gran Bretaña no deja de asombrar, aunque no comporte nada de sorprendente.
Philip Stephens, analista estrella de relaciones internacionales del The Financial Times (21 de octubre de 2010), rotativo portavoz de la desregulada globalización financiera, sentencia “el fin (¡super-sic!) de la ambición posimperial de Gran Bretaña”.
El diagnóstico es inmisericorde: el “globalismo (sic) autoconfidente e internacionalismo liberal pertenecen a una era caduca” cuando “las finanzas han pasado de moda”. Esta frase suena a un insuperable epitafio que muestra la irrelevancia de Gran Bretaña como centro financiero global, cuando los nuevos actores de la posglobalización y arquitectos del incipiente nuevo orden multipolar han revertido el trayecto y proyecto que más beneficiaban los intereses egoístas de la dupla anglosajona.
Los nuevos actores (léase el BRIC: Brasil, Rusia, India y China; además de potencias medianas emergentes como Turquía) han emprendido diferentes rutas más creativas que tienen como objetivo primordial la curación de la intoxicación financierista que desquició y desahució al planeta entero.
Philip Stephens aconseja fríamente a sus congéneres británicos que “ha llegado el tiempo de pagar las facturas”: la “introspección y la austeridad son los motivos de la nueva era”, ya que “las cosas se van a poner lúgubres (sic)”.
Philip Stephens reseña el épico recorte fiscal de Gran Bretaña que intenta reparar sus finanzas públicas: un despilfarro aparentemente demencial que, en realidad, resguardaba el tributo y/o subsidio obligado de los países valetudinarios sometidos a las cadenas esclavizantes de la desregulada globalización financierista.
Philip Stephens comenta que “Gran Bretaña emerge (sic) como una potencia disminuida”, lo cual se refleja en el recorte de la cuarta parte del presupuesto de su departamento de Relaciones Exteriores, que se consagrará más a la tarea denigrante de conseguir capitales en cualquier lugar y como sea.
En forma muy tangencial, critica que Estados Unidos está más preocupado en estimular el crecimiento y el empleo, en lugar de poner orden fiscal en la casa, como opera Europa.
¿Tendrá Estados Unidos el mismo epílogo trágico de Gran Bretaña?
Nunca lo dice, pero lo da a entender entre líneas. Ése es el grave estigma, más que problema, de cierto tipo de seudoanalistas: unos verdaderos propagandistas que le vendieron su alma al Mefistófeles anglosajón y que luego, ante la adversidad, pierden su capacidad de juicio crítico.
Aduce persuasivamente que “Gran Bretaña vivía con tiempo y dinero prestados” y que la fase sulfurosa del premier Tony Blair fue “una pequeña desviación (sic) en la larga ruta de la decadencia relativa”. Sí, pero la “pequeña desviación” del locuaz Blair (socio de baby Bush y el fiscalista español José María Aznar López en sus aventuras militares) conllevó a la destrucción de Irak.
Philip Stephens concluye que “el mundo pertenece (¡super-sic!) a China, India, Brasil, Turquía y el resto (sic)”.
¿Qué significa “el resto”? ¿Por qué se cohíbe en citar a Rusia?
Conclusión
En realidad, asistimos a la eclosión del “híbrido mundo multipolar” (título de nuestro próximo libro) que sintetiza el descenso del G7 y el ascenso del BRIC, al unísono de potencias emergentes como Turquía e Irán.