Refugiados en Siria: víctimas de violencia, hambre y enfermedades

Refugiados en Siria: víctimas de violencia, hambre y enfermedades

Los refugiados palestinos en Siria, que hasta hace algunos meses vivían con tranquilidad, ahora padecen la guerra. No sólo llegaron los enfrentamientos, las bombas, los secuestros y las muertes en el fuego cruzado: también, el hambre y las enfermedades. Ahora que han dejado de ser noticia para los medios corporativos –tal vez porque estos refugiados no se rebelaron contra Al Assad–, además de haber sido expulsados de su nación, son víctimas de violencia en el país que les había dado cobijo

Mutawalli Abou Nasser/IPS

Damasco, Siria. Los camarógrafos se fueron después de cubrir la llegada de la ayuda alimentaria al campamento de refugiados de Yarmouk, en Damasco, Siria. Ahora, cuando se ha dejado de considerar que ese barrio es noticia, el hambre, la violencia y las enfermedades han vuelto a atormentar a los palestinos varados allí.

Sólo en ese momento el campamento fue noticia. Tras meses de hambre y muerte a la sombra de la guerra civil siria, en enero pasado llegaron paquetes de alimentos… Con cámaras a cuestas.

Los refugiados inundaron las calles en un río de desesperación, para reclamar las primeras entregas de la ayuda que había logrado ingresar al área sitiada. Hombres adultos se deshicieron en lágrimas al interrumpirse, momentáneamente, su terror y aislamiento.

Pero los camarógrafos se fueron, y el hambre, la violencia y las enfermedades han vuelto a atormentar a las personas que están varadas en el campamento.

El de Yarmouk solía agrupar a la mayor comunidad de palestinos que vivían en Siria, y que habían llegado tras las guerras de 1948 y 1967. Era un barrio floreciente y vibrante de la capital, con más de 100 mil habitantes.

Para fines de 2012, el campamento quedó envuelto en un conflicto civil cada vez más intenso. Los rebeldes libran batallas largas y sangrientas con las fuerzas del presidente Bashar al-Assad.

Yarmouk enfrenta sitios tácticos, bombardeos indiscriminados y fuego de francotiradores, igual que otros barrios. La estrategia parece dominar poblaciones enteras y tener éxito.

En muchas de las áreas sitiadas, incluido Yarmouk, los rebeldes acordaron una frágil tregua con las fuerzas del gobierno y sus milicias aliadas a comienzos de 2014. Se mediaron varios acuerdos locales para poner en suspenso los enfrentamientos, así como para permitir que entraran y salieran alimentos, medicinas y civiles.

El alivio del sitio y de la guerra en enero fue tan breve como desesperado. “La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por su sigla en inglés) está profundamente preocupada por la desesperante situación humanitaria en Yarmouk y por el hecho de que el reiterado recurso a las Fuerzas Armadas haya desbaratado sus esfuerzos por aliviar la desesperada situación de los civiles”, señaló en un comunicado el portavoz de esa entidad, Chris Gunness.

Hasta hace poco, voluntarios trabajaron para mantener cierto sistema educativo rudimentario para los niños y adolescentes atrapados en el campamento. Al no contar con apoyo institucional, hicieron lo que pudieron para garantizar que el conflicto no dejara una generación perdida a su paso.

Ahora, los maestros y voluntarios han tenido que cerrar las aulas. No son sólo las bombas y los francotiradores quienes han interrumpido su trabajo, sino las enfermedades. El colapso del sistema de salud, la escasez crónica de alimentos y agua limpia, y la acumulación de desechos se combinan para dar pie a varias epidemias.

 “Uno de nuestros estudiantes se desmayó en clase, lo llevamos al hospital y le diagnosticaron hepatitis”, dice Jalil Jalil, maestro fundador del improvisado proyecto escolar, entrevistado por Inter Press Service (IPS).

 “Entonces les hicimos análisis a todos nuestros estudiantes y constatamos, por lo menos, otros siete casos. La propagación de ésta y otras enfermedades contagiosas implica tomar una decisión para dejar de convocar a las clases”, agrega.

Para empeorar las cosas, volvieron a estallar los combates. “La reciente tregua fracasó, y la cantidad de vacunas y [otra] medicación que entró al campamento no alcanzó ni mínimamente para tratar la plétora de enfermedades que vemos propagarse por el lugar, especialmente entre niños y niñas”, dice Wissam Al-Ghoul, trabajador comunitario en el local Hospital Palestina, en diálogo con IPS.

Los combatientes de ambos lados usaron las cantidades insuficientes de ayuda que pudo ingresar al campamento para recompensar a su propia gente.

 “Miembros de los servicios de seguridad en los puestos de control confiscaron parte de la ayuda para distribuirla entre su gente, y combatientes rebeldes robaron parte de los suministros para sus familias y otras personas cercanas a ellos”, dice Abou Salmi, organizador de la asistencia alimentaria. “No hay orden y sufrimos por eso”, completa.

Se cree que unos 7 mil paquetes de ayuda sortearon el bloqueo en enero. La UNRWA admite que esto fue una gota en el océano para las aproximadamente 20 mil personas que están atrapadas en el campamento.

Durante el periodo en que se levantó el sitio, las fuerzas del gobierno y las facciones palestinas aliadas a ellas secuestraron a muchos de quienes sospechaban apoyaban a los rebeldes, entre ellos niños.

Por lo menos 30 hombres y adolescentes fueron detenidos, y se desconoce su paradero.

 “Miembros de los servicios de seguridad sirios, junto con sus aliados del Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General [una facción palestina aliada al gobierno sirio] detuvieron a por lo menos 10 hombres jóvenes frente a mis propios ojos… También sabemos de personas a las que atrajeron hacia edificios apartados y luego las secuestraron”, dice una funcionaria de la UNRWA que integraba el equipo que vigilaba la ayuda alimentaria, y que pide no ser identificada por motivos de seguridad.

Cada lado culpa al otro por la interrupción del cese del fuego. “El régimen no liberó a ninguno de los detenidos que había prometido liberar, ni garantizó el pasaje seguro de alimentos”, dice Abu Jitaab, del batallón rebelde extremista Jabhat al-Nusra.

“Nos retiramos totalmente del campamento como habíamos acordado, pero en vez de liberar prisioneros, el régimen empezó a secuestrar a jóvenes estudiantes y activistas y a ocupar algunos edificios dentro del campamento. No pudimos tolerar esto, así que volvimos y reanudamos la batalla”, añade.

Independientemente de quién sea el responsable de violar el acuerdo sobre el que se estableció el cese del fuego, para los inocentes que viven en el campamento de Yarmouk la realidad volvió a plagarse de las mismas dificultades: el regreso a un encarcelamiento virtual y el caos de la lucha. Y ahora, además, con las enfermedades propagándose.

 

 

Contralínea 381 / 14 de Abril al 20 de Abril

 

 

 

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