Guerra en Siria también es un desastre ambiental

Guerra en Siria también es un desastre ambiental

La guerra trae también la amenaza ambiental. La acción de las armas y el derrumbe de edificios liberan sustancias nocivas, como metales, bifenilos policlorados y amianto. Estas toxinas ya afectan a cientos de miles

Tharanga Yakupitiyage/IPS

[fullwidth style=”parallax” fullwidth=”yes” background_color=”” background_image=”https://contralinea.com.mx/wp-content/uploads/2015/12/siria-plx.jpg” background_repeat=”no-repeat” background_position=”left top” mesh_overlay=”no” border_width=”1px” border_color=”” padding_top=”20″ padding_bottom=”300″ padding_left=”20″ padding_right=”20″ text_align=”” text_color=””]

Organización de las Naciones Unidas, Nueva York, Estados Unidos. La guerra civil en Siria, encaminada hacia su quinto año, ha sido un factor fundamental en la actual crisis de refugiados, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial. Pero el conflicto armado se cobró otra víctima, el medio ambiente.

Un informe de la organización independiente holandesa PAX analizó las consecuencias que la guerra civil siria, que comenzó en marzo de 2009, ha tenido a corto y mediano plazo para el medio ambiente y la salud pública.

“Los incidentes de contaminación en conflictos anteriores y el patrón de los combates y la inseguridad en Siria indican que las amenazas ambientales pueden ser generalizadas”, señaló el autor del informe, Wim Zwijnenburg.

Con la información existente de imágenes satelitales, los medios sociales y los informes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), PAX identificó la gran destrucción ambiental provocada en zonas densamente pobladas, fábricas y obras de infraestructura esenciales, con el riesgo consiguiente para la salud pública.

Por ejemplo, en diciembre de 2014, se constató que 1.3 millones de casas, o un tercio de todas las viviendas del país, estaban destruidas. El daño no sólo desplazó a millones de civiles, sino que los escombros liberaron sustancias nocivas, como metales, bifenilos policlorados –más conocidos como PCB– y amianto.

Estas toxinas, que también se liberan por el empleo de las armas, pueden deteriorar la salud pública, advierte Zwijnenburg a Inter Press Service (IPS), y recuerda las consecuencias sanitarias que generó la exposición a los escombros tras los atentados a las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, en septiembre de 2001.

Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, más de 1 mil 100 personas que trabajaban o vivían cerca de las torres gemelas durante el incidente fueron diagnosticadas con cáncer.

El informe de PAX, titulado En medio de los escombros, destaca también los daños a la infraestructura, como las refinerías de petróleo y las fábricas, que generan contaminación atmosférica e intoxican la tierra y el agua, produciendo más consecuencias negativas para la salud a largo plazo.

Hasta septiembre de este año, los bombardeos aéreos de la coalición liderada por Estados Unidos habían dañado 196 instalaciones petrolíferas en Siria.

Los combates provocaron el colapso absoluto de los servicios de gestión de residuos, añadió PAX. La acumulación de la basura puede provocar una grave contaminación del aire, el suelo y el agua, así como enfermedades respiratorias y cáncer.

Esto no sólo es un problema para los civiles que aún viven en Siria, sino también para aquellos que huyeron del país y desean regresar.

Sin embargo, el impacto a largo plazo que las actividades militares tienen sobre el medio ambiente y la población en general sigue en gran medida ignorado y sin atenderse, sostiene el informe.

“En circunstancias de paz, existe un fuerte régimen ambiental que regula nuestra sociedad e impide que nos expongamos a materiales peligrosos”, expresa Zwijnenburg.

“Sin embargo, en tiempos de guerra, estos sistemas colapsan o esas normas se tiran por la borda ya que no tienen utilidad militar”, asegura.

El colapso de las normas ambientales no se limita a la guerra en Siria. Desde la quema de los yacimientos petrolíferos en Irak y Kuwait durante la Guerra del Golfo (1991) hasta el daño provocado en las zonas industriales y mineras por el actual conflicto en Ucrania, los combates armados le han cobrado un alto precio al medio ambiente y la salud pública.

Por ejemplo, después de 3 décadas de guerra, el vecino de Siria, Irak, se convirtió en uno de los países más contaminados del mundo.

En el territorio irakí persisten los altos niveles de radiación y de otras sustancias tóxicas derivadas del uranio empobrecido que se utilizó durante la Guerra del Golfo y la invasión de 2003, lo que provocó el aumento de los defectos congénitos y de la incidencia de cáncer.

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Datos estadísticos del gobierno irakí indican que, antes de la primera Guerra del Golfo, el cáncer afectaba a 40 de cada 100 mil personas. Para 2005 esa cifra se había multiplicado a 1 mil 600 por cada 100 mil personas, y se estima que seguirá aumentando.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) destacó el peligro que implican los efectos a largo plazo de las guerras para el medio ambiente y la salud.

“Los efectos del daño a los recursos ambientales y naturales en épocas de guerra y conflicto armado continúan mucho más allá del periodo del conflicto en sí”, advirtió el PNUMA en un comunicado con motivo del Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados, celebrado el 6 de noviembre pasado.

pnuma-300“Los conflictos armados tienen el potencial de revertir años de desarrollo y destruir medios de vida”, agregó.

Aunque el PNUMA realiza evaluaciones ambientales posteriores a los conflictos para ayudar a los gobiernos a lidiar con los problemas, el funcionario de Asuntos Ambientales de la división Gestión Posterior a los Conflictos y Desastres, Hassan Partow, dijo que el financiamiento es un obstáculo.

No existe un fondo específico que cubra esas evaluaciones, explicó. Para poder realizarlas, “hay que recaudar [fondos] para cada conflicto […] de los donantes interesados” en el problema, dijo Partow.

Tras más de 1 década de guerra en Liberia, el PNUMA no logró movilizar los fondos necesarios para ayudar a reconstruir la capacidad nacional para la gestión de recursos y la gobernanza ambiental. Sólo se financió 37.5 por ciento del programa, lo que obligó a la agencia de la ONU a retirarse del país, recordó.

Del mismo modo, el programa del PNUMA en Líbano para lidiar con el exceso de residuos, después del breve pero devastador conflicto de 2006 con Israel, solo consiguió 40 por ciento de los fondos necesarios.

El informe de PAX solicitó a todas las partes, en Siria y otros países, a tomar en cuenta las amenazas y reforzar la protección del medio ambiente en situaciones de conflicto armado. También hizo hincapié en la necesidad de aumentar la recopilación y el intercambio de la información ambiental para ubicar los puntos más contaminados y mitigar los riesgos para la salud.

“Un día cesarán las hostilidades en Siria. Pero desde la perspectiva ciudadana, la recuperación […] también necesitará de la acción decidida para afrontar de manera responsable y suficiente los riesgos ambientales que generó el conflicto”, subrayó Zwijnenburg. (Traducción de Álvaro Queiruga)

Tharanga Yakupitiyage/IPS

[BLOQUE: INVESTIGACIÓN][SECCIÓN: LÍNEA GLOBAL]

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