Vocero del Congreso de la Soberanía
Cinco siglos de colonialismo y neocolonialismo deben quedar atrás. Hoy, Israel, Estados Unidos y sus aliados occidentales cometen un genocidio atroz. Asesinan a decenas de miles de palestinos, mientras reducen Gaza a escombros. En el Anáhuac, vivimos una tragedia semejante.
Los europeos hicieron aquí lo mismo: un genocidio, una masacre sin precedentes y la destrucción de México-Tenochtitlán, la gran ciudad fundada hace más de 700 años, de la que no dejaron piedra sobre piedra. Lo que ocurre en Gaza, repite aquella historia de exterminio y despierta la indignación de los pueblos del mundo.
Las y los mexicanos entendemos el dolor de Palestina, porque padecimos lo mismo. En nuestras tierras, los invasores mataron, esclavizaron y sometieron a nuestros pueblos; incluso marcaban a las personas con hierro al rojo vivo para convertirlas en esclavas.
Destruyeron el entorno natural, devastaron los bosques y los ríos. Cortaron el abasto de agua y alimentos durante el sitio de México-Tenochtitlán, tal como hoy lo hacen las fuerzas sionistas en Gaza.
Los dirigentes de la Triple Alianza –que no fue un imperio, porque en estas tierras no existieron imperios–, Cuauhtémoc, tlatoani de los mexicas; Tetlepanquetzal, tlatoani de Tacuba; y Coanacoch, tlatoani de Texcoco, fueron ahorcados el 28 de febrero de 1525 por el invasor Hernán Cortés y sus secuaces; entre ellos, Bernal Díaz del Castillo.
Sabemos lo que es perder territorio, porque también nos lo arrebataron. México tenía una extensión de 4 millones 500 mil kilómetros cuadrados; el invasor estadounidense nos dejó apenas 1 millón 900 mil. Así como en Palestina levantaron un muro, en nuestra frontera norte hicieron lo mismo. Y también allá, como aquí, han matado niños por lanzar piedras.
Por eso, México ha mantenido una posición firme contra toda forma de intervención extranjera. El gobierno de Lázaro Cárdenas del Río fue el primero en el mundo en denunciar las invasiones de Hitler y Mussolini en Abisinia, Albania, Polonia y Checoslovaquia.
México rompió relaciones con la dictadura de Pinochet en Chile y con la España franquista; se opuso al apartheid en Sudáfrica; y, recientemente, ha roto vínculos con los gobiernos del Ecuador de Novoa y del Perú de Dina Boluarte. Ante el genocidio actual, ha llegado el momento de romper toda relación con Israel y de exigir que Netanyahu enfrente la justicia.

El genocidio ha sido una herramienta constante del capitalismo desde sus orígenes hasta su fase más decadente. Los colonizadores europeos exterminaron en lo que hoy es Estados Unidos a decenas de naciones originarias, despojándolas de sus tierras, diezmando a sus pueblos y confinándolos en reservas.
De todo su territorio ancestral, hoy solo conservan el 2.3 por ciento. Washington nunca ha respetado los tratados que ha firmado. Su apoyo al genocidio palestino tiene una explicación clara: ellos mismos construyeron su imperio sobre el exterminio.
Apoyar a Palestina significa frenar a Israel; al imperio estadunidense; y al bloque occidental que sostiene las guerras. México, por su parte, enfrenta también la amenaza abierta del intervencionismo estadunidense. Políticos y funcionarios de alto nivel, como el secretario de Defensa Peter Hegseth, la DEA e incluso Donald Trump, han propuesto intervenir militarmente en nuestro territorio. No sería la primera vez: Estados Unidos ha invadido México 13 veces, entre 1847 y 1916.
Por eso, es urgente romper toda dependencia económica, política, social y militar respecto de Estados Unidos. Los tratados que nos subordinan deben revisarse. Trump ya ha demostrado su desprecio por el tratado de libre comercio mediante aranceles y amenazas. Se deben terminar también las maniobras militares conjuntas que se realizan con las fuerzas armadas estadounidenses, tanto dentro como fuera de nuestro territorio.
Ha llegado el momento de defender plenamente la soberanía nacional en todos los planos: político, económico y militar. México no debe integrarse, subordinarse ni anexarse a la Norteamérica imperial y agresiva.
Sin soberanía económica no puede haber soberanía política. Es tiempo de fortalecer al Estado mexicano para que disponga de los recursos necesarios para el desarrollo del país. El presupuesto de diez billones doscientos mil millones de pesos proyectado para el próximo año resulta insuficiente. Con tres medidas concretas, las finanzas públicas podrían fortalecerse y el presupuesto aumentar entre un 30 y un 40 por ciento.
La primera medida consiste en suspender el pago de la deuda pública, que actualmente absorbe 1 billón 700 mil millones de pesos anuales. Es necesario auditar la deuda de los gobiernos anteriores y dejar de pagar a ciegas. Debe renegociarse, buscando reducciones significativas.
La historia demuestra que esto es posible: en 1867, a Benito Juárez los acreedores le exigían 450 millones de pesos y solo pagó 84 millones; en el gobierno de Lázaro Cárdenas, tras una suspensión, la deuda de 400 millones de dólares quedó en 40 millones luego de la negociación. Suspender, auditar y renegociar es el camino lógico y soberano.
La segunda medida es establecer un impuesto a las grandes fortunas y avanzar hacia una reforma fiscal progresiva. Carlos Slim poseía 62 mil millones de dólares en 2018; en 2024, su fortuna ascendió a 102 mil millones. Germán Larrea pasó de 17 mil millones a casi 40 mil millones en el mismo periodo. Estas fortunas crecieron a costa del trabajo de las y los mexicanos, del consumo popular y del deterioro ambiental. Es justo que quienes más tienen paguen más.
La tercera medida es una reforma fiscal que obligue a las corporaciones a contribuir de forma equitativa. Mientras las personas asalariadas pagan alrededor del 35 por ciento de impuestos sobre la renta, las grandes empresas aportan apenas el 2.4 por ciento; las mineras, el 0.02 por ciento; y los bancos, que el año pasado obtuvieron ganancias récord de 288 mil millones de pesos, pagan una cantidad mínima. Debe aplicarse el principio básico de justicia fiscal: que pague más quien gana más.
Solo así habrá recursos suficientes para garantizar derechos, impulsar el desarrollo nacional y consolidar la soberanía.
La historia de los pueblos demuestra que la independencia y la justicia social se conquistan defendiendo la soberanía frente a los imperios. Por eso, hoy más que nunca, México debe sostener su tradición de solidaridad con las naciones oprimidas y con los pueblos que resisten el colonialismo.
¡Viva Palestina libre!
¡Viva México independiente!
¡Viva la soberanía de los pueblos y naciones del mundo!
Pablo Moctezuma Barragán**
*Participación en el XXIX Seminario Internacional “Los partidos y una nueva sociedad”, organizado por el Partido del Trabajo. 26 de septiembre de 2025.
**Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
Te podría interesar: La muerte de occidente: la civilización de la injerencia



















