En Tierra Grata, donde el gobierno debió materializar las condiciones para que las FARC depusieran las armas, los guerrilleros encontraron desolación. “Seguimos igual que en la situación de guerra, con sólo las carpas de techos colocadas y camitas hechas de tabla por los guerrilleros”: comandante Solís Almeida
Tierra Grata, Colombia. Para llegar a este paraje semidesértico, casi en las laderas de las serranías del Perijá –que marca la frontera de Colombia con Venezuela–, hay que recorrer un buen tramo desde la capital departamental de Valledupar y pasar constantes retenes militares, si se quiere cortar camino por la vecina Guajira.
El fuego de incendios espontáneos en potreros y maniguas a ambos lados de las carreteras, junto al calor propio del Caribe, es una constante hasta llegar al municipio de La Paz, en la demarcación del Cesar, a más de una decena de kilómetros de esta Tierra Grata.
Aquí está enclavado el denominado campamento veredal que los guerrilleros de las FARC-EP [Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo] han rebautizado con el nombre de Simón Trinidad, en honor al respetado comandante rebelde oriundo de esta región, preso desde hace años en Estados Unidos y a quien el escritor Jorge Enrique Botero le dedicó un libro titulado El hombre de hierro, como expresión de la firmeza de sus principios.
Tierra Grata es uno de los campamentos transitorios donde está prevista la deposición de las armas de las FARC-EP en cumplimiento de los acuerdos de paz de La Habana, Cuba, para luego incorporarse a la vida civil como organización política.
En este apartado paraje, donde en las noches un implacable frío hace su presencia con rigor en sus cumbres, conversamos y compartimos durante 2 días con el comandante Solís Almeida, el jefe de la agrupación insurgente dislocada en esta zona, aún con sus modernos fusiles sobre los hombros.
El jefe insurgente es un hombre curtido con largos años en la más antigua y numerosa guerrilla de Colombia. Su apariencia a primera vista, con sus rasgos indígenas, es la de un hombre rudo, áspero, muy reservado, propio de un medio ambiente de vicisitudes, combates y sacrificios.
Pero nada más que saludarlo, esa percepción del recién llegado cambia radicalmente. Su carácter es afable, se trata de una persona comunicativa y a veces hasta capaz de crear un ambiente afectivo, muy cálido. Eso sí, resulta un hombre de una sólida formación política.
Le preguntamos desde un principio por su nombre –obviamente el de guerra– y no duda en explicar su origen, cuando en las circunstancias de la clandestinidad así se lo exigieron sus jefes.
Oriundo de Puerto Boyacá e integrante del Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, comanda actualmente dos estructuras del bloque Martín Caballero, los frente 19 y 41.
Cuando era joven y andaba en mis primeros pasos en la FARC-EP leí el libro Pasajes de la guerra revolucionaria de Cuba y fue entonces que supe de la existencia del comandante Juan Almeida Bosque. Me impresionó su quehacer y valentía en la Sierra Maestra y por esa razón tomé su apellido como el mío de guerra.
Bajo el mando del comandante insurgente colombiano están ahora unos 150 hombres en este campamento transitorio, de esa fuerza 50 son mujeres, quienes también dan los pasos previstos para el desarme y la preparación encaminada a la incorporación a la vida civil.
Cuando llegaron a Tierra Grata el 1 de febrero pasado, pensaron que encontrarían dormitorios y demás condiciones acordadas y que son necesarias en el campamento. Seguimos igual que en la situación de guerra, con sólo las carpas de techos colocadas y camitas hechas de tabla por los guerrilleros, afirmó.
Almeida narró que el más grave problema encontrado en la zona veredal es que con la sequía del verano, “que ha consumido la vegetación y los árboles que han perdido la copa, todo el día lo pasamos prácticamente a la intemperie bajo el sol”.
Pero seguramente la mayor incomodidad aún aquí es el agua. “Tenemos ya instalada una moderna planta potabilizadora, pero carecemos del líquido; aún no llega agua, los bomberos de la zona traen muy poca en pipas”, explicó.
“Electricidad sí existe –narró–, pues tenemos dos plantas, no obstante estas son en lo fundamental para las tareas que cumple la empresa que está construyendo el campamento. Se encienden a las 5:00 horas y se apagan a las 20:00 horas”, añadió.
Y agregó a continuación que “con ese horario corremos el peligro de que se nos echen a perder los alimentos frescos que nos envían, como ya ha ocurrido. El combustible diario que nos llega no alcanza para mantener las 24 horas las plantas encendidas”.
En cuanto a la falta de cumplimiento del gobierno, de lo que había comprometido, mencionó también la falta de cocina y comedor. En ese sentido manifestó que tienen que realizar una especie de masacre ecológica, cortando leña todos los días para poder cocinar y comer.
También mencionó la situación de la atención médica a los combatientes, pues aún no existe un puesto de salud en el campamento, una enfermería. Narró que los observadores de la Organización de las Naciones Unidas han tenido que llevar de urgencia a varios integrantes de las FARC-EP con enfermedades delicadas a hospitales de poblaciones cercanas.
Añadió que sólo conservan el doctor, los enfermeros y las pocas medicinas que trajeron del monte donde estaban alzados, en la propia serranía de Perijá.
El comandante guerrillero estimó que no existían las condiciones dignas para llegar hasta aquí, pero que las FARC-EP se comprometieron con el país y la comunidad internacional en que el 31 de enero todas sus estructuras estarían en los campamentos transitorios de las 19 zonas veredales y en otros siete puntos previstos para la ulterior desmovilización.
Insistió en que esperaban reciprocidad de la contraparte, pero eso no ocurrió. Tenemos 24 días físicos de estar en esta zona y de ellos sólo hemos podido trabajar cuatro días y medio, pues aunque existe voluntad de la guerrilla para laborar en la construcción, la empresa encargada de levantar el campamento, EJT Soluciones, nunca completa los materiales necesarios para las distintas obras, apuntó.
Almeida dijo que se reflexionó mucho por el mando de la guerrilla antes de dar este paso de concentración –en situación de indefensión– en sitios rodeados por unidades del Ejército Nacional y la Policía, pero que ello les permite, sin embargo, estar en contacto con el pueblo.
Nosotros aquí en este sitio hemos contactado con más de mil 250 líderes a nivel de la Costa Atlántica. Por este lugar han desfilado presidentes de juntas comunales, líderes sindicalistas, estudiantes universitarios, inclusive hemos hecho pedagogía de paz con periodistas y ello ha posibilitado que la gente entienda nuestras proyecciones revolucionarias, comentó.
El integrante del Estado Mayor Central de las FARC-EP también mencionó en su diálogo con Prensa Latina la demora del Ejecutivo Nacional para aplicar la ley de amnistía aprobada hace poco por el Congreso, sobre lo cual estimó que se ha demorado mucho con el reglamento estipulado para que los jueces puedan tomar las decisiones y determinaciones de liberar a los combatientes que aún están presos.
Tras referirse a los contados casos de liberación de combatientes del movimiento insurgente, exigió como una necesidad urgente que los guerrilleros salgan de las cárceles y se incorporen a zonas de normalización como ésta.
No obstante los retrasos mencionados, Almeida es del parecer que aún es posible cumplir el cronograma establecido para que en el mes de mayo se pueda realizar el congreso del nuevo partido al que dará paso las FARC-EP en la vida democrática de la nación, que les espera desde ya una campaña electoral para los comicios presidenciales de 2018.
Insistió simultáneamente en la necesidad de que se cumplan las garantías de seguridad para la insurgencia. Expresó que es una de las preocupaciones ‘que podríamos decir ronda más en la cabeza de muchos de nuestros combatientes’.
A estas alturas podemos asegurar que está ocurriendo un recauche del paramilitarismo. Se están asesinando líderes sociales. Por ejemplo aquí en el Cesar van ya tres muertes este año y eso de todas maneras preocupa, no solo a la guerrilla, sino a toda la sociedad, acotó.
En el Cesar hay una larga historia de violencia paramilitar. Precisamente aquí en este departamento -dijo- fue donde surgió uno de los criminales más sanguinarios que tuvo el paramilitarismo en la Costa Atlántica, llamado Jorge 40 (Rodrigo Tovar Pipo).
Este personaje construyó su emporio de muerte muy cerca de Valledupar y realmente todavía algunos de los que estuvieron con él en esas actividades ilegales, tenemos información que se están reorganizando.
Fundamentalmente en el municipio de El Copey, en un corregimiento que se llama Chimila, sabemos que está ocurriendo un reagrupamiento de paramilitares, quienes han amenazado a algunos dirigentes sociales e incluso ya mataron a un líder de una junta de acción comunal en el propio El Copey, narró Almeida.
Esto es lo que más nos preocupa de esta situación que consideramos muy grave, pues el gobierno no ha hecho nada para combatirles. Es que pareciera que estábamos en el pasado. Mira, antes estaban las bases militares en un sitio y por ahí a 3 kilómetros los grupos paramilitares o sus retenes, los cuales no eran molestados.
La conversación con el comandante Almeida debió llegar a su fin; varios de sus mandos intermedios le esperaban para distintas coordinaciones, pues debían recibir al día siguiente a unas 500 mujeres, activistas de grupos indígenas, campesinos y de afrodescendientes, quienes llegarían a la zona transitoria para compartir con los guerrilleros de las FARC-EP concentrados en Tierra Grata.
Félix Albisu/Prensa Latina
[Línea Global]
Contralínea 530 / del 12 al 18 de Marzo 2017