Maquiavelo, el gran Nicolás Bernardo, nacido florentino e inmortalizado universalmente, fue el teórico de las dos caras de la práctica política: autocracia, que ahora generosamente se denomina “autoritarismo”; y democracia, en sus dos manifestaciones históricas gestadas en Atenas (versus Esparta) y que alternaron republicanamente en Roma. Es decir, la representativa o indirecta y la del pueblo en acción o directa, sobre todo en revoluciones, revueltas y manifestaciones para quitarse de encima a los malos gobernantes o cuando las crisis económicas (como ahora en los capitalismos) plantean rebeliones populares para ajustar cuentas con las elites depredadoras, enriquecidas con el hambre y carencias en los todavía Estados-naciones, a pesar de uniones europeas y otras asociaciones (vislumbradas por Kant en su libro Sobre la paz perpetua), como la Organización de las Naciones Unidas. Para la autocracia, escribió El príncipe. Para las democracias, Las décadas de Tito Livio, La república de Florencia, el ensayo Dictamen sobre la reforma de la constitución de Florencia.
De las páginas de El príncipe, por así decirlo (después de haber barrido las monarquías absolutistas europeas) nacieron el Napoleón emperador y nada menos que Joseph Fouché (1759-1820) –el personaje de Un asunto tenebroso (del gigante de la literatura, Balzac)–, temible actor de una época muy complicada del ejercicio de la política, que sobrevivió desde el origen de la gloriosa Revolución Francesa, hasta casi su final; perverso, conspirador y solucionador de problemas; profesor de matemáticas, física y latín que se mide con rivales como Talleyrand. Y nadie como el austriaco Stefan Zweig, con su prosa alemana encantadoramente traducida al español por Carlos Fortea, para revivirlo en nueve capítulos, incluido el prefacio: “Ascensión”, “El mitrailleur de Lyon”, “La lucha de Robespierre”, “Ministro del directorio y del consulado”, “Ministro del emperador”, “La lucha contra el emperador”, “Intermezzo involuntario”, “La lucha final con Napoleón”, “Caída y decadencia”.
“Sois un traidor –Napoleón espeta en la cara a Fouché, en un arranque de ira– y debería haceros fusilar”. “No comparto esa opinión, emperador” –responde, sin inmutarse, Fouché–. Cuando Napoleón ordena el homicidio de un opositor, expresa: “Ha sido peor que un crimen… ¡Es una estupidez!”.
Esta biografía, que su autor reconoce se basó en la clásica y célebre de Louis Madelin, es una cátedra de política como medio para los fines de la supervivencia en el poder a cualquier precio. De la república a la monarquía napoleónicas, y sus intentonas por restaurar la monarquía (ahora constitucional), Fouché es actor indispensable para “experimentar hasta la saciedad todas las tensiones y juegos, todos los éxitos y fracasos de la vida política, el eterno cambio de flujo en la marea del destino. Ha conocido el favor de los poderosos y la desesperación del abandono; ha sido pobre hasta la preocupación por el pan de cada día e inconmensurablemente rico, querido y odiado, festejado y despreciado”. Así es el personaje de Fouché en esta obra sobre política.
Ficha bibliográfica:
Autor: Stefan Zweig
Título: Fouché: retrato de un hombre político
Editorial: Acantilado, 2011
*Periodista
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