A pesar de que la Conferencia de Ginebra realizada en junio de 2012 había precisado las bases para la paz en Siria, la guerra siguió su curso por otro año y medio. Cien mil muertos más tarde, las potencias que planificaron y alimentaron el conflicto han admitido al fin su derrota. Moscú y Washington planean ahora la realización de una nueva Conferencia para obligarlas a tomar formalmente nota de la victoria de la República Árabe Siria
Thierry Meyssan/Red Voltaire-AlWatan
La Conferencia de Ginebra, en junio de 2012, debía sentar las bases de la paz en Siria. En aquel momento, para no entrar en conflicto con Rusia y China, la Organización del Tratado del Atlántico Norte había renunciado a desatar contra Siria una campaña de bombardeos, similar a la que había aplicado contra Libia. La Francia de Nicolas Sarkozy había negociado la retirada de sus consejeros militares presentes en el emirato islámico de Baba Amro y obtenido la devolución de los oficiales franceses que habían caído prisioneros en aquel lugar. Se podía estimar lógicamente que el Estado sirio había ganado la partida y que el regreso a la normalidad estaba cerca.
Sin embargo, en la noche del 30 de junio, la Francia que acaba de elegir como nuevo presidente al socialista François Hollande emitía una reserva sobre la interpretación del comunicado final de Ginebra. Según el nuevo gobierno francés, como el futuro gobierno de transición sirio debía contar con la anuencia de todas las partes, el acuerdo de Ginebra implicaba la salida definitiva del presidente sirio Bashar al-Assad. Una semana más tarde, el presidente Hollande recibía en París a los participantes en la tercera reunión de los “Amigos de Siria”, teniendo como guest star a Abou Saleh (el joven periodista de France24 y de Al-Jazeera que había hecho reinar el terror en Homs). Terminaban allí las promesas de Sarkozy: ante el fracaso de la guerra de cuarta generación (la de las mentiras mediáticas), se decidía pasar a una guerra similar a la desarrollada contra la Nicaragua sandinista a finales de la década de 1980, con la intervención de decenas de miles de combatientes extranjeros.
El brusco cambio de actitud de Francia estuvo determinado, al mismo tiempo, por las ambiciones de un grupo de miembros de la clase propietaria y por la corrupción del nuevo equipo dirigente.
Para algunos capitalistas, la crisis económica de 2008 se caracteriza por la imposibilidad de obtener grandes ganancias en Francia debido al empobrecimiento de las clases populares. Así que empujaron al entonces presidente Sarkozy a preparar la guerra en Siria, proyecto cuya aplicación prosiguieron mientras aquel presidente negociaba la retirada francesa. El representante de los intereses de aquellos personajes en la sede de la Presidencia de Francia era el jefe del Estado Mayor particular del presidente de la República, el general Benoit Puga, a quien el nuevo presidente François Hollande mantuvo en ese cargo.
La campaña electoral de François Hollande estuvo financiada fundamentalmente –y también ilegalmente– por Catar. Este minúsculo emirato, antiguamente vinculado a Francia, estaba gobernado por el ambicioso jeque Hamad desde el golpe de Estado de 1995. En 1999, el emir Hamad autorizó a Exxon-Mobil a explotar de forma ilimitada los yacimientos de gas de Catar. En pocos años, el pequeño emirato se convierte en un gigante mundial del gas y en propiedad de facto de la familia Rockefeller. A su llegada a la Presidencia de Francia, François Hollande escoge como ministro de Relaciones Exteriores a Laurent Fabius, quien había servido de intermediario entre él y el emirato. Pero Fabius es ante todo lo que se ha dado en llamar “un amigo de Israel”. Actuando como tal, Fabius empujará Francia a “desangrar” Siria.
El ataque comenzó el 18 de julio de 2012 con un atentado que costó la vida a los miembros del Consejo de Seguridad Nacional de Siria. Siguió a ese atentado una guerra de 1 año y medio que dejó más de 100 mil muertos. En este momento, ya se ha llegado a la conclusión de que esta guerra no tendrá solución militar, dado que los Contras eliminados son rápidamente reemplazados por otros.
Moscú y Washington hablan en este momento de una Conferencia Ginebra 2. En efecto, Reino Unido se vio oportunamente obligado a retirarse como resultado de un voto de la Cámara de los Comunes; el emir de Catar fue obligado a abdicar por presiones de Estados Unidos; Francia no ha podido mantener su presión militar después de su intervención en Mali; Turquía está demasiado dividida para poder embarcarse en ningún tipo de operación de gran envergadura. No queda, de hecho, más que un solo jugador: Arabia Saudita.
Riad instaló a su ministro adjunto de Defensa en Amman –la capital de Jordania– para formar allí una fuerza de 50 mil mercenarios. Lo previsto era que el ataque químico perpetrado en la Ghouta por los Contras y con material proveniente de Turquía daría un giro a la situación. Los comandantes aliados se reunieron en Amman para preparar la operación de cambio de régimen… Pero no pasó nada.
En realidad, al igual que cuando Washington obligó al emir de Catar a salir del escenario, toda la excitación sobre los anunciados bombardeos estadunidenses contra Siria no tenía más objetivo que forzar la retirada de Arabia Saudita. Después de lanzar aullidos de dolor y de anunciar que se vengaría de Estados Unidos, los Saud parecen haber bajado la cabeza cuando John Kerry fue hasta Riad para recordarles que si todavía se mantienen en el trono es porque Occidente así lo quiere. Resuelto ese problema, la Conferencia Ginebra 2 debería tener lugar a principios de diciembre de 2013 o a finales de enero de 2014. De esa manera, los aliados de Estados Unidos concretarían, por fin, el acuerdo secreto pactado entre Moscú y Washington hace 1 año y medio.
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Contralínea 362 / del 18 al 24 de noviembre de 2013